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Quiteria Martín, un dulce reducto con 100 años de infancia

Este quiosco de prensa y dulces de la Magdalena de Zaragoza es el legado de Quiteria Martín, una emprendedora remolinera que regentó cinco tiendas en la ciudad.

Icónica fachada de Quiteria Martín, en la calle Mayor.
Icónica fachada de Quiteria Martín, en la calle Mayor.
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Dicen que Quiteria Martín era una señora con carácter y mucho nervio. "También una vendedora de raza. Aquí venía un crío a comprarse un camión, no le quedaban y le vendía una muñeca. El niño se iba tan feliz, aunque a los 20 metros empezase a llorar porque no le gustaba", relata Carlos Calvo, su nieto. De su abuela heredó el amor por el cine -le pirraban las películas del francés Alain Delon o "Delon delan", como decía ella-. A Carlos también le transmitió su dedicación por Quiteria Martín, un comercio del barrio de La Magdalena de Zaragoza que fundó Quiteria y que en unas semanas cumple 100 años.

En la parte peatonal de la calle Mayor un letrero con solera y dos escaparates llaman la atención. En el cristal se han reflejado varias generaciones de zaragozanos, que se han relamido los labios al divisar los caramelos y han deseado los juguetes que había al otro lado. Algunos de ellos, todavía hoy están expuestos. Un bingo, un kit para adentrarse en la jungla o trompetines son algunos de los reclamos que persisten, reductos de la niñez de aquellos que peinan canas, aunque ya ha retirado de la venta algunas reliquias como los Pipo Fumador.

Carlos Calvo, en el mostrador donde atendía junto a su abuela.
Carlos Calvo, en el mostrador donde atendía junto a su abuela.
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Sobre sus cristaleras reza que es almacén de juguetes y fábrica de caramelos. Ahora ya no se elaboran, pero mantiene el sabor a infancia como hace un siglo, porque se siguen expendiendo dulces. En 1921, cuando cumplió 21 años -entonces mayoría de edad-, Quiteria inauguró la factoría en la calle del Gallo, desde donde suministró a pueblos de todo Aragón. El negocio prosperó y se trasladó a la calle de Cortesías, donde puso otra fábrica y un tostadero al lado.

Pasó el tiempo y en los años 40, 50 y 60 Quiteria Martín llegó al barrio de San Pablo. Se estableció en las calles de Miguel de Ara, Basilio Boggiero, José Pignatelli y Mayor. Este local mantiene la esencia del suelo al techo, como se comprueba al cruzar la puerta de madera. Las baldosas hidráulicas sobre las que se pisan son las auténticas y las estanterías se adueñan de cada pared. Al otro lado del mostrador está Carlos, sentado en el mismo lugar donde su abuela le ponía una silla de niño y apoyado en el mismo mostrador donde tanto vendió Quiteria, que su nieto conserva con cariño.

Indios de plástico, uno de los juguetes con los que jugaban los niños de hace décadas.
Indios de plástico, uno de los juguetes con los que jugaban los niños de hace décadas.
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Se pueden comprar indios y vaqueros de plástico, cochecitos, pitos o peonzas -lo que Carlos llama baratijas-. También globos de distintos modelos por unidades o caretas de cartón. Junto a estos productos, la razón de ser de la tienda: los dulces. "Esta tienda siempre ha estado especializada en género que lo teníamos solamente nosotros. Con la globalización las fábricas nacionales han ido cerrando, no pueden competir con las grandes multinacionales y todas estas fábricas que nos servían 'ex profeso' han desaparecido", lamenta este comerciante de La Magdalena. A pesar de ello, sigue expendiendo obleas fabricadas en Zaragoza o marcas aragonesas, como el regaliz Zara, del que conservan un cartel antiguo.

Antaño, en Quiteria Martín se envolvían los caramelos. Pilar Lorengar fue una de las trabajadoras que se dedicaban a ello, en la calle de Boggiero. "Se ponía a cantar mientras envolvían caramelos, pero mi abuela le decía que callase y se pusiera a envolver. Se hicieron muy amigas y mientras trabajaba con nosotros fue a un concurso a Radio Popular y de ahí al estrellato”, relata Calvo. Luis Buñuel y su familia eran otros de los asiduos, como José Luis Borao o distinguidos redactores de HERALDO. Se acercaban hasta este rincón del barrio del Gallo desde Madrid, como a día de hoy: "Pasa una cosa muy curiosa. Gente que no ha estado en 20 años dice que le parecía mucho más grande".

"Cuando se jubiló, mi madre cogió el negocio y cuando ella se jubiló me pasó el relevo. Yo estaba trabajando fuera y dije que para que se convierta en una peluquería o en una tienda de chinos la cogía yo y aquí seguimos 28 años después", rememora Calvo.

"Esta tienda es una pieza importante en la ciudad, comercios de este tiempo ya no quedan"

Desde entonces ha sido testigo de cómo ha cambiado Zaragoza. "Esta tienda es una pieza importante en la ciudad, comercios de este tiempo ya no quedan y a mí a veces me entristece que los gobernantes pongan trabas y no apoyen este tipo de negocios. Zaragoza era una ciudad bien chula, que no digo que no lo sea, pero estaba llena de tiendas así", critica Calvo, que ha luchado por mantener elementos como los escaparates o la puerta original, que le obligaban a cambiarlos.

"Esto es la central del barrio"

Ese umbral era un hervidero en las Fiestas del Pilar, ya que también tiene tallas de la Virgen y cachirulos, y en Navidad, donde se acudía a comprar artículos de broma, fulminantes o gorros. Este año no ha vendido tanta alegría, a pesar de ello, Quiteria Martín permaneció abierta durante todo el confinamiento, puesto que vende prensa y es esencial. "Buenos días", dice una señora que entra a por un ejemplar de HERALDO. Carlos le contesta y defiende que la confianza que ofrecen los comercios de proximidad no se encuentra en otro tipo de negocios. "Esto es la central del barrio", dice con orgullo. Este local se ha convertido en un trampolín para el barrio y en una plataforma para rodar documentales, cortometrajes o 'spots'.

Una parte de la dulce oferta de esta tienda.
Una parte de la dulce oferta de esta tienda.
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"Mientras viva, yaya, la tienda estará abierta y hasta que me jubile"

"Esta tienda, sin querer, ha sido mi vida… -confiesa Carlos-. Esto no se lo he dicho a nadie: cuando mi abuela estaba muy mayor me dijo: la tienda, la tienda. Y le dije: mientras viva, yaya, la tienda estará abierta y hasta que me jubile, es más después de que me jubile, estará abierta". "Ahora que se habla tanto de los emprendedores, para emprendedora mi abuela en esa época. Pasó la Guerra Civil, la dura posguerra, no había azúcar, se iba al sur de Francia con un carromato a buscar azúcar…", reproduce.

En una de las estanterías, luce un elegante reloj, es el que tenía Quiteria. Sus manecillas pueden dar testimonio del espíritu emprendedor de esta remolinera -que pronto se verá reflejado en un libro- y del empeño de su nieto por cumplir la promesa que hizo a su abuela.

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