aragón desconocido

Cápsulas de silencio y vegetación que resisten al bullicio de la ciudad

En los centros de Zaragoza, Huesca y Teruel existen claustros, huertos, patios o jardines en el corazón de edificios, donde no penetra el sonido del día a día de las ciudades. Algunos de ellos son un tanto desconocidos.

"Te acompaño a la huerta". Lo dice una hermana de las siervas de María mientras camina por un pasillo de su convento. Con pocos pasos llega a una puerta por la que penetra el sol de invierno. Tras ella se descubre un "oasis" de naturaleza. Casi parece mentira que estemos en el paseo de Sagasta de Zaragoza. Nada del ruido de los autobuses, ni los cláxones de los coches atrapados en un atasco, ni el griterío de los viandantes. Aquí la bulla de la ciudad no se escucha, no molesta ni a las violetas salvajes ni a las varicas de San José, que ya dan la nota de color al jardín. "Silencio total", ensalza sor Pilar.

Jardín del convento de las Siervas de María, en el paseo de Sagasta de Zaragoza.
Jardín del convento de las Siervas de María, en el paseo de Sagasta de Zaragoza.
Guillermo Mestre

Varios árboles frutales, como tres limoneros –uno de ellos repleto de limones-, olivos, ciruelos o albergeros, desvelan el pasado más agrícola de este enclave. "Antes teníamos un hortelano que nos lo cuidaba", rememora Sor Pilar. También hay pinos, un magnolio, cipreses, geranios, cañas de bambú en un rincón y una parra. "De uva moscatel, buenísima", asegura la hermana. Bancos de piedra, tinajas de barro y un pozo completan esta postal.

Los vecinos de una docena de bloques gozan de la visión de este jardín desde las ventanas de sus casas. En el caso de las hermanas no lo pueden disfrutar tanto como les gustaría, ya que se dedican a la enfermería y no disponen de mucho tiempo de esparcimiento. Sin embargo, cada año realizan un viacrucis en este jardín cuando se acerca la Semana Santa.

Jardín del convento de las Siervas de María, en el paseo de Sagasta de Zaragoza.
Sor Pilar camina por uno de los pasillo del jardín del convento, bajo la parra.
Guillermo Mestre

El vestigio natural que es esta "huerta" rememora en parte lo que fue el paseo Sagasta hace más de un siglo, como lo evidencia la fotografía antigua tomada por Gustavo Freudenthal que muestra la hermana Mercedes.

En un paseo a vista de satélite, este es uno de los lugares verdes que se identifica en el corazón de inmuebles de las ciudades de Zaragoza, Huesca y Teruel, más allá de los parques y plazas públicas. La mayor parte se descubren en el interior de edificios de carácter religioso, como iglesias o conventos. Entre otros, en la capital aragonesa está el claustro del seminario de San Carlos, legado de su pasado colegial –fue de los jesuitas-. Realizado en varias fases, es de ladrillo visto con arcos de medio punto y lunetos y un coqueto pozo en el centro. A pocos metros se encuentra otro claustro, el del Monasterio de la Resurrección de las canonesas, donde una palmera de grandes dimensiones es la protagonista. Ni un decibelio del concurrido Coso o paseo de Echegaray y Caballero se escucha en este espacio. Se puede considerar que el silencio es una de sus señas de identidad. El jardín de las carmelitas junto a la puerta del Carmen o el patio del palacio arzobispal –con cafetería incluida- son otros de los ejemplo.

Monasterio de las canonesas de Zaragoza.
Monasterio de las canonesas de Zaragoza.
Aránzazu Navarro

No obstante, también hay otros de índole civil. A escasos metros de la plaza de España de la capital aragonesa está en el Jardín de la Memoria de la Diputación de Zaragoza, que se ubica en el mismo lugar donde estuvo el jardín del palacio de Sástago. Fuentes de la institución provincial recuerdan que se recuperó cuando se rehabilitó el emblemático edificio y se intentó conservar la apariencia del antiguo. Unas columnas de alabastro y una palmera canadiense dan personalidad al lugar. El nombre, Jardín de la Memoria, hace referencia a los ocho cargos electos y los seis trabajadores de la diputación que fueron asesinados durante la Guerra Civil y, además, este espacio se encuentra junto a la biblioteca Ildefonso Manuel Gil, otro lugar totalmente vinculado a la memoria, explican desde la entidad.

Jardín de la Memoria de la Diputación de Zaragoza.
Jardín de la Memoria de la Diputación de Zaragoza.
DPZ

Patios con setos y árboles también son el alma de numerosos grupos de viviendas de los barrios, jardines interiores en comunidades particulares del entorno de la plaza de los Sitios o de Sagasta, el patio del actual Hospital de Nuestra Señora de Gracia, del Paraninfo de la Universidad de Zaragoza, recreos de colegios o del edificio Pignatelli de la DGA se suman a la lista de ejemplos en Zaragoza.

"Es muy sorprendente encontrarte este remanso de paz y asueto, ese oasis"

También los hay que son museos, como el de Zaragoza o el Huesca. "Cuando los visitantes entran al museo se quedan sorprendidos por la tranquilidad del patio. No se esperan encontrar ese espacio después de traspasar el umbral. Es muy sorprendente encontrarte este remanso de paz y asueto, ese oasis", señala Fernando Sarría, director del Museo de Huesca. Además de admirar las obras en las salas, se sientan en los bancos y cadieras que hay en este patio octogonal, una "joya del edificio sin lugar a dudas".

Patio octogonal del Museo de Huesca.
Patio octogonal del Museo de Huesca.
F.S.

La configuración geométrica es uno de sus características más destacadas. "Es heredero de la historia, ya que es el patio del edificio principal de la Universidad Sertoriana de Huesca, una construcción del siglo XVII realizado por el arquitecto Francisco de Artiga y que se considera uno de los ejemplos de la arquitectura civil barroca en España", añade Sarría. Este jardín era el punto de encuentro entre las diferentes aulas de la universidad, a modo de ágora abierta donde deambular. En los años 60 del siglo XX se sometió a una reforma para otorgarle la función de museo.

En el centro, una fuente de la que mana historia: también guarda parte de la original de la universidad. Hace siglos fue testigo del día a día universitario y ahora es el escenario para actividades culturales, como conciertos, dada a su buena acústica. En la zona vieja de la capital oscense, donde este ejemplo, también se emplaza el claustro de San Pedro el Viejo.

Para conciertos, presentaciones o conferencias también se usa el claustro del Mausoleo de los Amantes, en la ciudad turolense. "Destaca su sobriedad y cómo ha cambiado con el paso del tiempo. En la parte más interior es mudéjar, lo que combina con otras zonas neogóticas", explica Patricia García, gerente de la Fundación Amantes de Teruel. También se conservan elementos de épocas anteriores, como el templete en el que descansaron las momias de Isabel y Diego. Ha experimentado diversas intervenciones, como a finales del siglo XIX o principios del XX, cuando se instalaron ménsulas con seres fantásticos o vegetales, que es "de lo que más asombra a los visitantes", manifiesta García, en relación a estos elementos. Sus dimensiones invitan al "recogimiento", además es curioso que no haya pozo y que sea "muy inmaculado".

Claustro de los Franciscanos, en Teruel.
Claustro de los Franciscanos, en Teruel, con el pozo de los mártires en el centro.
Jorge Escudero

En Teruel se descubre además el patio de San Pedro, varios huertos de congregaciones o el claustro de San Francisco. "Es un silencio total", el fraile franciscano Alfredo Colás. "Es una forma de estar en contacto con la naturaleza", añade. Uno de los iconos de este espacio verde es el pozo, junto a una escultura de José Gonzalvo. "Cuentan que el caño del pozo lo cavaron los mártires que se veneran en la iglesia en el siglo XIII, ya que vivían en un ermita al lado", expone el fraile. La historia relata que en el siglo XVII hubo una pandemia de colitis a causa de la que murieron muchos niños en la ciudad y a alguien se le ocurrió darles agua de este pozo y se curaron, menciona el hermano Alfredo, gran aficionado a la pintura. Por esa razón cada 29 de agosto se celebra la Procesión de los Cagones, en la que participan los niños de la ciudad.

Estos son algunos de los 'oasis' que se descubren en el corazón de las ciudades aragonesas. No son parques ni plazas, sino que mantienen su naturaleza y encanto en el interior de muros, cerca del día a día de sus calles, pero alejados de su trajín.

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