LETRAS ARAGONESAS

Ana Alcolea: "La literatura no tiene edad, pero es algo que creemos solo unos pocos"

La escritora, galardonada hace unos días con el Premio de las Letras Aragonesas de 2019, recorre su vida, su escritura y la huella de los veranos

Entrevista con Ana Alcolea. Premio de las Letras Aragonesas, 2019.
Retrato de Ana Alcolea en Noruega.
Archivo Ana Alcolea.

Ana Alcolea (Zaragoza, 1962) es autora de una veintena de libros. Hace unos días recibía el Premio de las Letras Aragonesas de 2019. Desde Noruega, donde ha pasado el confinamiento, repasa su vida, sus lecturas, sus viajes y una parte sustancial de su obra, concebida para los jóvenes, aunque también hay en su producción novelas para los adultos. Próximamente, publicará en Harper Collins su nueva novela: ’El brindis de Margarita’; el grueso de sus títulos lo ha publicado en el sello Anaya.

¿Qué pensó al recibir el premio?¿De qué y de quién se acordó?

Estaba en casa, sobre la bicicleta estática. Escuchaba una selección de música pop de los años 70 que hace menos aburrido el ejercicio casero. Sonó el teléfono mientras cantaba Nino Bravo. Era el Consejero Felipe Faci, que me llamaba para comunicarme que me habían concedido el Premio de las Letras Aragonesas. Fue muy emocionante, me quedé casi sin palabras. Pensé inmediatamante en mis padres, con quienes ya no puedo compartir un Premio que les habría hecho muy felices. Lo mejor de los premios es poderlos compartir. Lo celebré con mi marido en compañía de un buen vino. Me sentí inmensamente agradecida a mi tierra.

¿Qué le debe a su infancia como narradora? ¿En qué medida la infancia es el laboratorio de sus ficciones?

Soy hija única, y no siempre tenía a mano primos o amigas para jugar, así que de niña me inventaba muchas historias, no solo para mis muñecas, sino para mí. Me imaginaba de princesa en el desierto, de pirata en un barco castigado por los vendavales, de malvada «milady» espiando para un cardenal francés… No solo me contaba las aventuras, sino que las vivía intensamente. Era como tener una doble vida, la real, y la imaginada, que empezaba cuando me metía en la cama y no podía dormir porque mi cabeza empezaba a tejer emociones y las convertía en relatos vivos.

Muchas veces ha hablado de la importancia de sus padres. ¿En qué sentido fueron determinantes para Ana Alcolea? ¿Qué le dieron?

Me dieron muchas cosas, entre ellas, el ejemplo de que en la vida te tienes que ganar lo que consigues.

¿Cómo eran él y ella?

Mi padre, como tantos chicos de su generación, tuvo que dejar de estudiar para ponerse a trabajar. La posguerra y un padre que se gastaba todo el dinero en menesteres ajenos a la familia tuvieron la culpa. Aprendió pronto que solo a través de su trabajo podría salir adelante, y así fue. Mi padre fue un hombre discreto, prudente y muy honesto. Muchísimo. Y tenía soluciones para todo. Su compañía y su serenidad hacían menos difícil la vida. Incluso en sus últimos tiempos… Mi madre se había educado con las monjas a pesar de que mis abuelos eran republicanos. Eso conllevó muchas contradicciones. Era extraordinariamente generosa y a la vez un tanto dominante. Siempre tenía miedo de que me pudiera pasar algo malo…

¿Qué libros, qué personajes y hechos le impactaron?

De niña leía todo lo que caía en mis manos, desde 'Los tres mosqueteros' a 'Las almas muertas', pasando por 'La Ilíada' y las aventuras de Los cinco. No hacía distinciones. La cólera de Aquiles se mezclaba con los páramos, la cerveza de jengibre, los diamantes de la reina de Francia y con los viajes de Chíchikov. Pero sin duda, mi personaje favorito era Jane Eyre, protagonista de la novela homónima de Charlotte Brönte. Yo quería ser institutriz en Thornfield, como ella, ¡tal vez por eso me hice profesora! En mi infancia hubo dos hechos históricos y seguidos en el tiempo que me sorprendieron y me impactaron profundamente: los asesinatos de Martin Luther King y de Robert Kennedy. Yo tenía solo seis años, pero eran dos personajes que veíamos en la televisión y por los que en mi casa se sentía honda simpatía. Recuerdo perfectamente cuando mi madre me dijo que habían matado a Kennedy. Fue a la salida del colegio y yo no me lo podía creer. Mi madre lloró y yo también. A los seis años ya sabíamos muchas cosas.

¿Cuándo percibió que quería ser escritora? ¿Qué pasó, cómo fue el fulgor, el detonante?

Antes de escribir novelas, había escrito artículos sobre literatura y sobre didáctica. Lo primero que publiqué, todavía como estudiante en la Universidad, fue un estudio sobre las variantes de romances de Luis de Góngora, en un manuscrito espectacular que guarda la Biblioteca del Real Seminario de San Carlos de Zaragoza. No pensaba escribir novelas. Pero un día hubo una tragedia familiar que provocó mi necesidad y mi deseo de escribir algo que mantuviera viva a la persona que se marchó inesperadamente en un accidente aéreo en un rincón de África. Escribí una novela, y después siguieron más. Todavía me sorprende el hecho de ser escritora.

Entrevista con Ana Alcolea. Premio de las Letras Aragonesas, 2019.
Ana Alcolea, en Noruega, entre las flores de un jardín.
Archivo Ana Alcolea.

En ’Postales coloreadas’, (Contraseña) se veía que la suya había sido una familia itinerante, llena de secretos, de misterios. ¿Eso se percibe de joven?

Todas las familias tienen secretos, esas cosas que no se cuentan, esas voces bajas, esos murmullos, esos silencios… No creo que mi familia sea especial. Yo era una niña muy curiosa, preguntaba mucho. A veces me contestaban y a veces no. Por eso me inventaba lo que no sabía. Imaginaba aventuras extraordinarias para rellenar los silencios. Lo hacía de pequeña y también cuando escribí esa novela. Creo que es algo que hacemos todos los escritores.

¿Qué debemos rescatar de sus años universitarios? ¿Qué profesores la marcaron?

Fueron años en los que me perdí muchas cosas y gané otras. Trabajaba y estudiaba a la vez. Durante los cinco años de la carrera y el año en que preparé las oposiciones para profesora, fui entrenadora de Gimnasia Rítmica, así tenía dinero para comprar mis libros y mi ropa. Perdí la beca el primer curso porque suspendí la Filosofía…, así que trabajaba a mediodía, por las tardes, los sábados por la mañana. Estudiaba mucho porque sabía que era la manera de salir adelante. Iba siempre corriendo. Comía en un cuarto de hora en uno de los colegios en los que daba clase. Aprendí a organizarme bien el poco tiempo que tenía. De aquellos años universitarios guardo a algunas de mis mejores amigas. También a compañeros que he reencontrado mucho después y que forman parte importante de mi vida.Tuve la suerte de ser alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de Zaragoza y de tener profesores extraordinarios, a los que debo mucho: Maite Cacho, Aurora Egido, Agustín Sánchez Vidal, Salvador Gutiérrez, Juan Manuel Cacho Blecua, Leonardo Romero Tovar, Túa Blesa, Tomás Buesa, María Antonia Martín Zorraquino, José María Enguita, José-Carlos Mainer, María Jesús Lacarra… Una nómina espectacular de la que aprendimos mucho.

¿Cómo es Zaragoza para usted? ¿Qué la emociona y qué le disgusta?

Zaragoza es mi casa, la de mi familia, la de la mayoría de las personas a las que quiero. Es una ciudad de agua y de viento. Yo soy más del canal que de ninguno de los ríos que la surcan. Nací junto al canal y vivo junto a él. Me gustan especialmente las pequeñas placitas del centro: Santa Cruz, Santa Marta, San Felipe, San Cayetano…, las calles estrechas del casco antiguo, con sus palacios renacentistas y sus aleros de madera tallada. Son los lugares por los que paseaba con mi padre muchos domingos infantiles y se han transformado a los nuevos tiempos sin perder su carácter. Nos recuerdan un poco lo que fue Zaragoza antes de las guerras, la ciudad que era llamada «la Florencia española». Me duele pasear por Zaragoza y pensar "aquí había un convento, un monasterio, un hospital, un palacio…". Me araña el alma saber que debajo del suelo que piso hay fosas comunes con antepasados de muchos de los que caminamos por encima. Me irrita mucho la autodestrucción que ha sufrido la ciudad ya después de las guerras. Por ejemplo, en los años 60 y 70 se demolieron bellísimas casas modernistas en Sagasta. Y todavía hoy no hay una conciencia clara que entienda que destruir el patrimonio de una ciudad es pan para hoy y hambre para mañana.

"Me araña el alma saber que debajo del suelo que piso hay fosas comunes con antepasados de muchos de los que caminamos por encima. Me irrita mucho la autodestrucción que ha sufrido Zaragoza ya después de las guerras"

Estuvo cuatro años en Teruel, dos en Santoña, 16 en Alcalá de Henares. ¿Qué le debe a cada ciudad, cómo le ayudaron a matizar su personalidad?

Teruel supuso salir por primera vez de la casa familiar. Tenía 24 años, acababa de aprobar una oposición y me parecía que el mundo estaba a mis pies. Conviví con desconocidos y también con amigas. Nuestros lazos aún se estrecharon más y resistirán de por vida. En Santoña viví sola por primera vez en un piso en el que apenas entraba luz. No conocía a nadie allí, así que me sentí muy sola hasta que empecé a conocer a gente que ahora es muy importante en mi vida. Formé parte de un coro y la música hizo que todo fuera un poco más fácil. Y en Alcalá de Henares viví casi toda una vida que dejé cuando empezaron las enfermedades en mi familia. Alcalá está muy cerca de Madrid y disfruté como nunca he vuelto a hacer del teatro, de la ópera, de los conciertos, de la propia ciudad… De los tres lugares guardo amigos que son mi tesoro.

¿Por qué hizo ediciones de teatro? 

En realidad, las primeras ediciones, de 'Anillos para una dama' y de 'Don Juan Tenorio', fueron encargos del director de la colección, Felipe B. Pedraza. Eran obras que me habían interesado siempre, así que fue un trabajo que me encantó hacer. Visité bibliotecas, la Nacional, la Menéndez Pelayo, librerías especializadas en teatro, como «La avispa», en Madrid, que ya desapareció. Fueron meses de arduo y emocionante trabajo.

Conoció a Antonio Gala, creo. ¿Cómo fue esa relación?

No lo llegué a conocer cuando hice la edición de 'Anillos para una dama'. Le escribí una carta que me costó una tarde entera. Quería que fuera la carta perfecta porque entonces Antonio Gala era lo más de lo más. Pues bien, nunca me contestó. Me dijeron que su secretario había llamado a la editorial para decir que don Antonio no tenía tiempo para hablar con «esa señorita» y que qué me había creído… En 2008 vino a Zaragoza a una actividad para la Expo. Ahí lo vi, me llevé mi propia edición para que me la firmara. Me presenté. Firmó el libro y no me hizo ningún caso. Esa fue mi relación personal con Antonio Gala. Seguí y sigo considerando que su teatro de los años 70 es muy importante en la historia del teatro español.

Entrevista con Ana Alcolea. Premio de las Letras Aragonesas, 2019.
Ana Alcolea, en uno de su espacios más amados: el Teatro Principal.
Guillermo Mestre.

En 2001 aparecía ’El medallón perdido’. Y sigue ahí. Una historia real, con un accidente, ese homenaje a Karen Blixen. ¿Piensa a veces en cuánto le debe a ese libro?

Soy admiradora de la obra de Karen Blixen, tanto de su ’Out of Africa’ ( ’Lejos de África’), como de sus cuentos. No solo ella, todo lo que he leído impregna mis textos. Cuando murió mi primo de una manera parecida a Denys Finch-Hutton, el amor de la escritora, probablemente no pensé en Blixen. La realidad, mi realidad, pesaba mucho más en ese momento que sus memorias. Cada vez que he releído su libro o he vuelto a ver la película, todo ¡’queda teñido de una melancolía diferente que refleja la tragedia familiar y mi propio dolor. La primera editorial a la que le mandé ’El medallón perdido’ lo rechazó. En Anaya lleva 33 ediciones y sus lectores me siguen emocionando con sus palabras.

¿Por qué le interesan tanto las historias de iniciación, de educación sentimental, anudada al conocimiento y al enigma?

Es la vida misma. Nos iniciamos a la vida durante cada minuto, cada segundo, incluso en el instante del último suspiro. Nos vamos conociendo y sorprendiéndonos de hacerlo porque vemos en nosotros a desconocidos a los que, a veces, preferiríamos no conocer. Escribir supone también eso, ir conociendo nuestras diferentes facetas del prisma que somos.

¿Cómo se dio ese hallazgo, ya casi una fórmula personal, de mezclar pasado y presente y que converjan?

Solo hay que pensar en nosotros mismos y en nuestro lugar en el mundo. Yo me pregunto a menudo ¿qué pasó en el mismo espacio en el que estoy?, ¿quién toco, miró, creó este objeto que estoy contemplando? La relación imposible con aquellas personas con las que compartimos espacio, pero no tiempo, me parece extraordinaria, y me sugiere siempre muchas historias que escribir. Solo tenemos que preguntar a los lugares y a los objetos. Y siempre contestan…

¿Cómo mira a los niños, qué les quiere contar?

Escribo siempre la historia que necesito y deseo contar en ese momento. Creo que eso es fundamental para poder transmitir. Hay algo que nos une al lector y al escritor, algo tejido de emociones y de palabras. Tejo las palabras en la urdimbre de la mejor manera que soy capaz. No pienso en el destinatario, pienso en hacerlo bien.

¿Qué significa recorrer el mundo, España entera, de colegio en colegio, de hotel en hotel?

Mucha gente envidia mis viajes. Creo que no siempre son envidiables. Es interesante viajar, encontrarte con los lectores, conocer a personas estupendas. Pero no siempre las personas son tan estupendas, ni los lectores tienen tanto interés en conocerte. Las tardes de invierno en un hotel tampoco son las de unas vacaciones. Aprovecho para escribir, para pasear si no estoy agotada y el día no ha sido duro, para ver amigos si estoy en una ciudad amiga… Pero muchas veces es duro. Lo hago porque creo en ello. Creo que es importante contagiar mi entusiasmo por la lectura, por la palabra, a los niños y a los adolescentes. La palabra es lo que nos diferencia del resto de seres vivos. Sin la palabra no hay pensamiento; por tanto, no hay sentido crítico; por consiguiente, no hay libertad. Mientras siga creyendo en esas premisas, y considere que tengo algo que contagiar al respecto, lo seguiré haciendo.

"Creo que es importante contagiar mi entusiasmo por la lectura, por la palabra, a los niños y a los adolescentes. La palabra es lo que nos diferencia del resto de seres vivos"

¿Qué ha aprendido en el aula, pero ahora ya como una nueva Scherezhade?

Aprendemos de todos y de todo lo que nos vamos encontrando en el camino.

Explíquenos qué va a publicar en HarperCollins.

No puedo contar mucho todavía… Se trata de una novela ambientada en la época de la Transición española a la democracia. ’El brindis de Margarita’. Ha sido una escritura intensa que me ha arañado muchísimo porque es muy personal. Me ha hecho reír y llorar mucho. Estoy muy contenta con el resultado. No es una novela amable ni complaciente en ningún sentido.

Entrevista con Ana Alcolea. Premio de las Letras Aragonesas, 2019.
Ana Alcolea en su estancia en Noruega, de donde es su marido Jorgen Skaalmo.
Archivo Ana Alcolea.

¿Qué es el verano para usted? ¿Cuál sería su mejor verano? ¿Y el peor?

El verano era el momento de ver a personas queridas a las que hacía meses que no veía. Cuando vivía fuera, era el momento de regresar. O de visitar a la familia lejana. El verano también es la posibilidad de conocer más el mundo, de hacer viajes largos que te ayudan a relativizarlo todo. Este verano es tan raro que no me voy a poder reencontrar con nadie. ¿Mi mejor verano? Un verano en Italia en el que entendí que era más dueña de mi vida de lo que pensaba. Y verano del primer viaje que hice con el que ahora es mi marido, un viaje en coche desde Noruega hasta España, cruzando Escocia, Inglaterra y Francia. ¿El peor? El de 2003, el de los golpes de calor, con mi madre en el hospital, gravísima, y yo en casa con una varicela brutal a mis 41 años, y sin poder visitarla. Fue todo horrible. Muy doloroso.

¿Escribir [en Madrid] es llorar, como dijo Mariano José de Larra, es una aventura, es un exorcismo?

Escribir es conocerse más a una misma. Por eso tiene mucho de aventura: te vas descubriendo lo bueno y lo malo. De exorcismo: te liberas al verbalizar emociones, sentimientos, al ahondar en los pensamientos que le das a cada personaje. Y llorar: no siempre te encuentras con lo más amable de ti misma y lloras, lloras mucho…

Que le den el Premio de las Letras Aragonesas a una autora de Literatura Infantil y Juvenil (LIJ), ¿supone algo especial? ¿Es una vindicación?

Creo que la literatura no tiene edad, pero es algo que creemos solo unos pocos… Si el sentir general es que la literatura tiene edad, y se le otorga un premio como este a una escritora, que ha escrito y publicado artículos, relatos, novelas para adultos, pero sobre todo LIJ, yo lo siento como un apoyo desde el Gobierno de Aragón a lo que esto significa. Los autores cuyas obras leen los niños y los jóvenes sabemos que ahí está el primer paso, los primeros escalones para construir un pensamiento crítico y libre. Por eso y por sí misma, la Literatura Infantil y Juvenil es tan importante como necesaria. Quien no lo entienda así creo que está muy equivocado. Que las instituciones respalden la LIJ a través de actividades y de premios es fundamental. Yo me siento muy honrada y muy privilegiada por este Premio de las Letras Aragonesas. Para una escritora de esta tierra de viento y ríos, como yo, un premio cuyo nombre contiene el sintagma «letras aragonesas» es un regalo por el que siempre estaré muy agradecida.

"Yo me siento muy honrada y muy privilegiada por este Premio de las Letras Aragonesas. Para una escritora de esta tierra de viento y ríos, como yo, un premio cuyo nombre contiene el sintagma 'letras aragonesas' es un regalo por el que siempre estaré muy agradecida"
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