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Implicación social en Aragón: en busca de cambios y con la solidaridad por bandera

Desde que las asociaciones de vecinos comenzaron a organizarse para perseguir mejoras como el cierre de la Industrial Química en Zaragoza hasta los miles de indignados que protagonizaron el movimiento del 15-M, la sociedad aragonesa ha evolucionado con la cooperación como seña de identidad y sin dejar de mirar fuera de sus fronteras. Las oleadas de ayuda a Ucrania son la demostración más actual.

Tan amplio es en la actualidad el mundo de las oenegés y las asociaciones como estrecho lo era hace cuarenta años. Ahora existe un colectivo sobre prácticamente cualquier asunto que se pueda imaginar, mientras que cuando Aragón estrenaba autonomía la situación era muy distinta. Tras la represión del régimen autoritario, las asociaciones se consolidaron como una de las expresiones fundamentales de la democracia y daban muestra de la capacidad de los ciudadanos de unirse bajo un mismo fin. Hasta entonces, su creación y expansión se había frenado a causa de la dictadura, pero entre finales de los años 70 y principios de los 80 se fraguó toda una revolución.

Aunque en aquel momento este tipo de entidades, y sobre todo las oenegés, eran pocas, fueron más que suficientes para plantar la semilla de todo lo que vendría después. Una de las primeras en constituirse a nivel regional fue Arapaz, entonces la Fundación por la Paz (MPDL), y su presidente, Agustín Gavín, recuerda el desconocimiento de la época. "La gente no sabía ni lo que era una oenegé, tuvimos que dar muchas explicaciones", rememora. Tampoco las administraciones, que tenían "esquemas muy antiguos y no incluían la cooperación al desarrollo". Mucho ha cambiado desde entonces.

En 1995, cuando se transfirió la gestión de las asociaciones y fundaciones a la DGA, existían 7.524 de diferentes características en la Comunidad, según su registro, mientras que actualmente ya se alcanzan las 18.359. Este crecimiento ha traído consigo una inevitable sectorización que, en ocasiones, puede suponer una debilidad, por lo que lo más importante, según Gavín, es aprender a "trabajar en red".

"Algunos de los cambios sustanciales de las ciudades no hubieran existido de no ser por la acción de las asociaciones de vecinos"

El germen de la lucha ciudadana lo pusieron en muchos casos las asociaciones vecinales, que no solo fueron capaces de hacerse oír, sino que lograron cambios significativos en el devenir de las zonas en las que se asientan que todavía perduran. Tuvieron un papel fundamental a la hora de conformar las ciudades y municipios tal y como son ahora. Para Ricardo Berdié, que fue fundador y presidente de la asociación de San José en los 70 y posteriormente estuvo al frente de la Federación de Barrios de Zaragoza, está claro: "Algunos cambios sustanciales no hubieran existido de no ser por la acción de las asociaciones de vecinos".

Es algo que, como apunta, se puede comprobar echando un vistazo a las transformaciones que han ido sufriendo los planes de ordenación urbana. En el caso de la capital aragonesa, por ejemplo el emblemático Mercado Central hubiese desaparecido de no ser por la presión de los vecinos. Y tampoco se hubiesen creado nunca algunos de sus pulmones verdes, como los parques de La Granja y Torre Ramona o el Jardín de la Memoria. El movimiento ciudadano fue capaz de cambiar muchas cosas, pero para entender cómo hay que empezar desde el principio.

Un gran respaldo social

Aunque con el tiempo fueron evolucionando, en la década de 1980 el papel principal que tenían las asociaciones vecinales era el reivindicativo. Contaban, según recuerda Berdié, con "un importante respaldo social que se manifestaba de maneras diversas", como con las recogidas de firmas o la participación en asambleas y protestas. Fue bajo estas circunstancias, y casi en paralelo al nacimiento del Estatuto de Autonomía, cuando se desarrolló una de las luchas más históricas de Zaragoza, la que protagonizaron los ciudadanos del barrio de La Almozara para exigir la marcha de la Industrial Química.

El 9 de marzo de 1978, HERALDO se hacía eco de la "masiva participación" que registró una jornada de movilizaciones impulsada por los vecinos con este objetivo, así como para pedir soluciones respecto a otros problemas como el mal estado de las calles. Aquel día, casi 3.000 personas formaron parte de una manifestación que vino acompañada de un cierre casi total de los bares y comercios de la zona. Fue un camino largo y difícil, pero precisamente hace justo cuarenta años, el 23 de abril de 1982, en las páginas de HERALDO se podía leer que el Ayuntamiento había ordenado la paralización de unas obras en la factoría.

Como este, los vecinos protagonizaron o formaron parte de muchos hitos dignos de mención, como el desmantelamiento del poblado gitano de Quinta Julieta, la construcción de un nuevo colegio en San José, la inclusión de Valdefierro en las rutas del transporte público o, posteriormente, ya en los años 2000, el cubrimiento de las vías de Delicias. Y con el paso del tiempo, el papel de las asociaciones se fue transformando. En sus inicios, según recuerda Berdié, aglutinaban todo tipo de reivindicaciones y actividades, porque aún no habían surgido con tanta fuerza los movimientos específicos, como el ecologista o el pacifista, entre otros.

Después, cambió "totalmente lo que en aquel momento supusieron aquel tipo de organizaciones sociales y lo que suponen ahora". Todas las entidades vecinales que surgieron hace cuarenta años continúan, "pero con menos intensidad", en parte por esa diversificación, pero también porque los problemas urbanos que había entonces eran, indica, "infinitos y muy primarios": no había iluminación, las calles estaban sin asfaltar, las acequias cruzaban los barrios sin ningún tipo de protección... "Las reivindicaciones de hoy son nuevas, de características que entonces prácticamente no existían, como el tráfico o la movilidad", apunta Berdié.

Un millar de personas llegaron a protagonizar una acampada que comenzó el 30 de octubre de 1994 en el paseo de la Constitución de Zaragoza, y que se prolongó durante un mes. Formaban parte del movimiento impulsado por la Plataforma del 0,7% para destinar este porcentaje del producto interior bruto a ayudar a los países menos desarrollados.
Un millar de personas llegaron a protagonizar una acampada que comenzó el 30 de octubre de 1994 en el paseo de la Constitución de Zaragoza, y que se prolongó durante un mes. Formaban parte del movimiento impulsado por la Plataforma del 0,7% para destinar este porcentaje del producto interior bruto a ayudar a los países menos desarrollados.
Carlos Moncín/Archivo Heraldo

Un antes y un después

Pero el movimiento social no se quedó únicamente aquí. Aunque los vecinos plantaron, en muchos casos, la semilla, miles de aragoneses de todo tipo de organizaciones y también de ninguna han formado parte de acontecimientos históricos que han supuesto un antes y un después en la Comunidad y en todo el país. Y han sabido llevar la solidaridad por bandera tanto en la propia región como fuera de las fronteras españolas, una cuestión que en la actualidad está más vigente que nunca por culpa de la invasión rusa de Ucrania.

"Aunque somos pocos, Aragón es una de las comunidades más solidarias de España"

Una de las mayores expresiones de esta solidaridad se vivió en 1994, cuando cientos de personas protagonizaron una acampada en el paseo de la Constitución de Zaragoza que se prolongó un mes. La convocante a nivel nacional era la Plataforma del 0,7%, que exigía destinar ese porcentaje del PIB a ayudar a los países menos desarrollados. En la capital aragonesa la movilización comenzó el 29 de octubre y al día siguiente HERALDO publicaba que una treintena de tiendas de campaña se habían instalado "en la zona de paso que va del paseo de la Independencia a El Corte Inglés". Al final, llegaron a ser 279 tiendas con unas 1.480 personas. Y consiguieron su objetivo.

Zaragoza, igual que el resto de capitales de provincia aragonesas y que muchas otras ciudades españolas, formó parte del 15-M, movimiento que aglutinó a miles de jóvenes en mayo de 2011 para exigir cambios en las políticas económicas y sociales y una democracia más participativa. En la imagen, una protesta en la acampada de la plaza del Pilar.
Zaragoza, igual que el resto de capitales de provincia aragonesas y que muchas otras ciudades españolas, formó parte del 15-M, movimiento que aglutinó a miles de jóvenes en mayo de 2011 para exigir cambios en las políticas económicas y sociales y una democracia más participativa. En la imagen, una protesta en la acampada de la plaza del Pilar.
Oliver Duch

Fue todo un preludio de lo que vendría diecisiete años después. Los herederos de aquella acampada fueron los jóvenes indignados del 15-M que, esta vez con la plaza del Pilar como punto de encuentro, formaron parte de un movimiento que cambió las dinámicas políticas y sociales del país. Hastiados por la crisis económica y por unos líderes institucionales en los que no se veían representados, miles de personas alzaron su voz aquellos días de mayo para defender la participación ciudadana y la regeneración democrática.

Fueron el culmen de una unión social que se venía fraguando desde décadas atrás y que a día de hoy sigue estando de actualidad. La pandemia del coronavirus ha puesto de manifiesto la importancia de crear lazos y formar comunidad y las asociaciones vecinales volvieron a demostrar toda su capacidad. Surgieron redes de apoyo en los barrios que todavía en muchos casos continúan y que en el confinamiento se tornaron imprescindibles para muchas personas mayores o con patologías previas, que tenían dificultades para acometer tareas tan vitales como comprar comida o medicinas. También ayudaron a quienes habían perdido su trabajo o se encontraban en una situación económica delicada.

Desde que el pasado 24 de febrero Rusia invadió Ucrania se han sucedido las muestras de solidaridad con aquellos que están sufriendo las consecuencias de la guerra. Se han enviado toneladas de ayuda humanitaria y han partido caravanas desde numerosos municipios aragoneses en busca de refugiados. En la imagen, una concentración en Huesca.
Desde que el pasado 24 de febrero Rusia invadió Ucrania se han sucedido las muestras de solidaridad con aquellos que están sufriendo las consecuencias de la guerra. Se han enviado toneladas de ayuda humanitaria y han partido caravanas desde numerosos municipios aragoneses en busca de refugiados. En la imagen, una concentración en Huesca.
Javier Navarro

Y todo ello vuelve a tener su reflejo ahora por la crisis ucraniana, con el envío de cargamentos de alimentos, la partida de caravanas desde numerosos municipios aragoneses para el transporte de refugiados o su posterior acogida en Zaragoza, Huesca, Teruel, Calatayud, Utrillas, Tarazona, Daroca, Tauste o Gallur, entre otros lugares. Una auténtica oleada de ayuda humanitaria que no es nueva. "Es lo mismo que vivimos en 1991 con la guerra de los Balcanes, la gente explotó en solidaridad, así de claro –recuerda el presidente de Arapaz, Agustín Gavín–. Siempre he presumido de que aunque somos pocos Aragón es una de las comunidades más solidarias de España".

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