ESPECIAL SAN JORGE

Del colectivismo rural al individualismo urbano

En 1982, Aragón, como el resto de España, vivía la salida de una sociedad autoritaria a otra que aspiraba a la conquista de libertades. Mientras, en el medio rural, decenas de pequeños núcleos aragoneses luchaban, igual que hoy, por mantener vivos sus pueblos. Ese esfuerzo por preservar su identidad y un sentimiento comunitario sigue siendo un reto. 

La participación norteamericana en la Guerra de los Seis Días (1967), la Guerra del Yom Kippur (1973) o el bombardeo de Libia (1986) convirtieron la base americana de Zaragoza en un ir y venir de soldados, cazas y aviones de transporte militar. Una situación que se elevó a su máxima expresión en la Guerra del Golfo (1990). Todo ello creó el caldo de cultivo del rechazo a la presencia estadounidense en la capital aragonesa, que alcanzó dimensiones masivas con siete marchas a la base.
La participación norteamericana en la Guerra de los Seis Días (1967), la Guerra del Yom Kippur (1973) o el bombardeo de Libia (1986) convirtieron la base americana de Zaragoza en un ir y venir de soldados, cazas y aviones de transporte militar. Una situación que se elevó a su máxima expresión en la Guerra del Golfo (1990). Todo ello creó el caldo de cultivo del rechazo a la presencia estadounidense en la capital aragonesa, que alcanzó dimensiones masivas con siete marchas a la base.
HA

En octubre de 1982, tras la victoria en las elecciones generales del PSOE, los vientos de cambio llegaron al Gobierno, sustentado desde 1977 por la Unión de Centro Democrático (UCD). Unos meses antes de aquellos comicios, que llevaron a la presidencia de España a Felipe González con el eslogan ‘Por el cambio’, se había aprobado el Estatuto de Autonomía Aragón.

Sin embargo, la perspectiva que da el paso del tiempo refleja que aquella corriente de progreso y libertades topó con algunos burletes. Por ejemplo, del ‘OTAN, de entrada, no’, defendido por el PSOE en 1981, antes de acceder el Gobierno, el partido socialista propuso el ‘sí’ en el referéndum sobre la permanencia de España en esta alianza militar que tuvo lugar en 1986.

Sin duda, la norma básica de Aragón supuso el logro de varias aspiraciones de autogobierno en la Comunidad. Hoy, 40 años después, tiene plena vigencia en relación a los principios rectores de las políticas públicas acerca de la promoción de las «condiciones adecuadas para que la libertad y la igualdad del individuo y de los grupos en que se integra sean reales y efectivas» con el objetivo de «facilitar la participación de todos los aragoneses en la vida política, económica, cultural y social».

En las disposiciones generales del Artículo 20 (Cap. II) del Estatuto aragonés también se indica que corresponde a las poderes públicos aragoneses, sin perjuicio de la acción estatal y dentro del ámbito de sus respectivas competencias, «impulsar una política tendente a la mejora y equiparación de las condiciones de vida y trabajo de los aragoneses, propugnando especialmente las medidas que favorezcan el arraigo y el regreso de los que viven y trabajan fuera de Aragón», así como «promover la corrección de los desequilibrios económicos, sociales y culturales entre los diferentes territorios de Aragón, fomentando su mutua solidaridad».

Son estos aspectos que siguen afectando a un territorio que forma parte de la llamada España despoblada. Gran parte de la población aragonesa se concentra en grandes núcleos, sobre todo en Zaragoza, Huesca, Teruel y otras ciudades cabeceras de comarca. Velar por la vertebración del territorio ya era un problema antes del Estatuto y lo sigue siendo. Sin embargo, mientras muchos pueblos de Aragón se esfuerzan por mantener su identidad y un sentimiento comunitario y colectivo, en las ciudades la sociedad ha tomado la senda de un creciente individualismo.

En 2014, HERALDO publicó la historia de Sinforosa y Martín, un matrimonio de octogenarios que desde hace décadas han sido los únicos vecinos de La Estrella, pedanía del municipio turolense de Mosqueruela que en otros tiempos llegó a tener 300 habitantes.
En 2014, HERALDO publicó la historia de Sinforosa y Martín, un matrimonio de octogenarios que desde hace décadas han sido los únicos vecinos de La Estrella, pedanía del municipio turolense de Mosqueruela que en otros tiempos llegó a tener 300 habitantes.
Jorge Escudero

«En 1982, frente a aquellas monedas donde se decía lo de ‘una, grande y libre’, se impulsaba la España de las autonomías. La fuerza centrípeta represora del franquismo cambió de dinámica. Fue sustituida por una fuerza centrífuga que nos ha traído a un modelo de Estado federal donde hace falta aplicar de verdad el principio de igualdad, clave en un Estado social y democrático de derecho como el que hemos querido construir», recuerda el sociólogo aragonés Chaime Marcuello.

«No puede ser que los derechos y deberes de la ciudadanía sean distintos según la parte de España donde se vive. Por ejemplo, si de igualdad se trata, no tiene sentido que vascos y navarros mantengan una excepcionalidad fiscal, sostenida en argumentos que precisamente sobreabundaron en aquellos años donde el terror de ETA campaba a sus anchas. Ahora, sigue siendo un reto derrotar las políticas del rencor y de la diferencia –añade–. Hoy las pesetas se han convertido en euros y podemos cruzar los Pirineos sin tener que enseñar el pasaporte. Entonces nos queríamos homologar con Europa, ahora somos parte de la Unión y que sea por mucho tiempo».

Echando la vista atrás, es fácil comprobar que se han conseguido avances sociales que en la actualidad no se ponen lo suficientemente en valor. Al comienzo de la década de los 80 «Aragón, como España, estaba viviendo la salida de una sociedad autoritaria a otra que aspiraba a la libertad por todos los poros y rincones. Era un sociedad mucho más tolerante y abierta que en la actualidad. Moralmente más rebelde y menos preocupada por lo políticamente correcto», subraya Marcuello.

En este sentido, el filósofo zaragozano Juan Manuel Aragüés señala que «los momentos iniciales de la democracia, con la caída de la dictadura e hitos como el Estatuto de Autonomía, plasmaron un sentimiento colectivo y generaron fuertes lazos sociales. Tras años de silencio, era el momento de una explosión de sentimientos compartidos y de ansias de libertad. La normalización democrática fue atenuando ese sensación, que era capaz de reaparecer, sin embargo, en grandes movilizaciones en torno a la cuestión del agua, de la autonomía o de protesta contra la guerra».

Sin embargo, en la actualidad se observa cómo aquella colectividad ha derivado en una polarización, en un cierto descreimiento y en una desconfianza provocada en cierta medida por una serie de acontecimientos recientes. Aunque hubo un momento en que esta tendencia estuvo cerca de revertirse. «Los últimos 15 años de nuestra historia han visto fenómenos inesperados que han generado actitudes muy diferentes. La profunda crisis económica del 2008, fruto de una estafa desde el ámbito financiero, provocó el movimiento del 15M en el que nuevamente los sentimientos de colectividad y de esperanza en un futuro mejor se manifestaron con una enorme potencia –rememora Aragüés–. Las plazas y calles se llenaron de personas que, algunas por primera vez, quisieron convertirse en protagonistas del futuro a través de la búsqueda de una democracia real».

Sin embargo, el filósofo zaragozano apunta que «el fracaso del establecimiento de nuevas formas políticas redujo el entusiasmo inicial. La erosión del sentimiento de solidaridad, de comunión colectiva que se produjo en el 15M, vino también de la mano de dos acontecimientos. Por un lado, la exacerbación de los nacionalismos, el catalán, por un lado; el español, por otro, que instaló fuertes resentimientos en el seno de la sociedad y puso de manifiesto una profunda quiebra social por la que se colaron muchos fantasmas del pasado, poniendo de manifiesto las tareas incumplidas de la Transición y la pervivencia de profundas inercias antidemocráticas en nuestro país».

La pandemia, sin duda, también ha modificado nuestra visión y nuestro comportamiento en relación a estas cuestiones. «Aunque en un primer momento generó expresiones de colectividad, acabó por acrecentar el malestar social y por despertar un individualismo agresivo e insolidario del que el auge de la extrema derecha es su expresión más preocupante –apunta–. A pesar de que, en sus inicios, la pandemia permitió visibilizar la enorme importancia de los servicios públicos y que la solidaridad social que se expresó hacia los sanitarios llevó a pensar que podíamos salir mejores de la misma, desde sectores reaccionarios se han alimentado sentimientos de frustración y de rabia que han contribuido a que esa democracia que nació con una tremenda ilusión hace poco más de cuarenta años, se vea, en la actualidad, peligrosamente amenazada».

Marcuello apostilla que «entonces las batallas simbólicas eran contra el legado de una sociedad franquista que sentó los pilares de la actual. Hoy nos sentimos conscientemente culpables del mundo que estamos dilapidando porque, entre otras cosas, el calentamiento global amenaza el futuro y nuestras pautas cotidianas son cada vez más insostenibles».

El sociólogo aragonés recalca que «curiosamente, lejos de vivir el optimismo de la opulencia, de la riqueza y del exceso de oferta que ha producido la sociedad postcapitalista, rezumamos pesimismo depresivo que siente miedo por la inflación, por los costes de la vida y por la pérdida de capacidad de compra y de consumo. Parece que tenemos miedo a la vida y a perder los caprichos de la sociedad del consumo y del espectáculo. El despilfarro tiene sus efecto».

«Entonces, que se sabía bien lo que era la escasez, las limitaciones y, además, los ecos de la dictadura y de la guerra estaban cerca, las cosas estaban cargadas de futuro. Ahora no se sabe bien qué queremos conseguir», comenta.

Hace 40 años «todavía estaba por caer el muro de Berlín. Ahora sabemos que los muros y las trincheras afloran de un día para otro –reflexiona–. La guerra de Ucrania es una terrible muestra que nos retrotrae a lo peor del pasado. Al tiempo que con la pandemia de la covid-19 hemos aceptado pérdidas de libertades fundamentales durante meses, algo que a comienzos de los 80 hubiera resultado completamente intolerable».

OTAN NO

De ‘Bienvenido, Mr. Marshall’ a ‘¡Bases, no; yanquis, fuera!’.

A comienzos de los 80, los gritos contra la presencia militar estadounidense en suelo español y a favor de la paz y el desarme resonaban en manifestaciones multitudinarias.

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