hostelería

Cierra el Gilda, un bar con sabor a vinagrillo

Este establecimiento de la calle de San Pablo de Zaragoza unía gastronomía, música y arte a través de sus exposiciones.

Pablo Chueca y Sara Ruiz, propietarios del bar Gilda.
Pablo Chueca y Sara Ruiz, propietarios del bar Gilda.

Pocos vermús quedan en el Gilda. Este bar de la calle de San Pablo de Zaragoza bajará su persiana. Es una víctima más de la pandemia. "Es una decisión que teníamos asumida desde había bastantes meses. Intentamos negociar el precio del alquiler con la propietaria del local pero ha sido imposible", lamentan Sara Ruiz y Pablo Chueca. Así lo anunciaron este lunes en las redes sociales y la publicación pronto sumó cientos de interacciones y decenas de personas lo compartieron y comentaron. "No hemos sido capaces de leerlos", coinciden.

"Era un lugar de punto de encuentro"

Encontraron en el barrio de San Pablo una morada y en los cuatro años y medio de vida habían logrado formar "una familia", tal y como definen la fraternidad a uno y otro lado de la barra. Llaman 'sobrinas' y 'sobrinos' a esos niños que han visto crecer casi hasta la barra. Ese ambiente también se respiraba fuera del local, ya que junto con el trabajo de otros bares de la calle y aledañas habían logrado trazar una zona de tapeo. "Era un lugar de punto de encuentro", consideran Sara y Pablo que enumeran a algunos de sus vecinos para los que solo tienen palabras de agradecimiento y de quienes guardan “como un tesoro” fotografías de retrato.

"La covid va a cambiar el mundo de la hostelería"

Sus vinagrillos eran uno de sus fuertes, pero no el único: organizaban exposiciones e impulsaban a grupos de música. "Hemos creado un pequeño sello discográfico sin ánimo de lucro para ayudar a bandas locales; hemos hecho conciertos, pinchadas y concursos de baile hasta caer redondos e inconscientes", recuerdan en la publicación de Facebook e Instagram. "La gente venía para ver una exposición, escuchar música o conversar con el de al lado", recuerdan ambos. Sara comenzó en la hostelería hace unos 15 años, cuando empezó a trabajar para pagarse los estudios y algunos caprichos. En cambio, Pablo era un electricista industrial a quien el paro sorprendió. "La covid va a cambiar el mundo de la hostelería", creen.

"Llevamos desde hace nueve meses con aforos ridículos", lamenta Ruiz. "Y casi seis cerrados", añade Chueca. En el Gilda, según sus propietarios, tenía un aforo de 14 personas y las medidas sanitarias lo han situado en 4, 7 o 10. Aunque solo pudieran estar abiertos para cinco personas, lo estaban, porque se debían a sus clientes: "Se lo merecían". Sara es clara: "Los últimos meses hemos estado abiertos para estar rodeados de clientes, de amigos, porque no nos daba, ya no para pagara el alquiles, sino ni para comer".

El confinamiento les dejó con la persiana abajo y el cese de la actividad de las Armas también les ha pasado factura. A pesar de ello, lucharon por seguir atendiendo, fuera para consumir en el local o en casa. "Los pedidos de después del confinamiento han ayudado, pero no se puede vivir de eso", sostiene Chueca. Con las cuentas sobre la mesa, sitúan la caída de los beneficios en un 82% en relación al año pasado.

El Gilda baja la persiana, pero la esencia continuará. Consideran que instituciones, como el Ayuntamiento, podía haber permitido la peatonalización real de las calles peatonales los fines de semana. Unos meses que han tenido que hacer frente a gastos fijos como el agua o la luz. "Nos vamos con un sabor agridulce, si los arrendatarios y autoridades de esta ciudad no se dan cuenta de la situación, Zaragoza será una ciudad muerta y gris -denuncian en sus redes sociales-. Le pusimos color a un local abocado al abandono, como otros incontables de la ciudad. Intentamos hacer barrio, unas veces lo conseguimos, otras no". Además, hacen un llamamiento: "Apoyad a la hostelería, apoyad al comercio de cercanía, porque de verdad, esto es lo que da color a las ciudades y no veáis lo gris que se está poniendo esta".

No saben dónde les llevará el futuro, si será en la ciudad o en un pueblo, pero confían en que el Gilda siga caminando. No obstante, opinan que es pronto: "Todavía estamos cerrando esta herida". En este local se une lo profesional y lo sentimental, puesto, según dicen, la barra del Gilda ha sido testigo de momentos importantes de su vida, como la celebración de su boda.

En el mostrador del Gilda llevaban por 'banderilla' la gilda, pero no era una gilda clásica ensartada como una brocheta. Esta pareja apostó por la variedad gordal, grande y de textura suave y carnosa. Tenían sorpresa: rellenaban la oliva con la anchoa y la guindilla picante. Esa solo era una de las protagonistas de la barra, a la que se sumaban la versión con piparra, con queso de cabra, langostinos o navajas. También el arenque almeriense, vital en el ‘guardia civil’ tradicional o en otras propuestas más vanguardistas, como el que acompañaba guacamole y jengibre fresco rallado.

"Esta semana iremos para terminar existencias y, sobre todo, para despedirnos de la gente", anuncian. Les hubiera gustado despedirse con una fiesta, por ejemplo, pero señalan que la covid les ha obligado a salir con la "cabizbajos". A pesar de ello, se muestran orgullosos por dado vida al Gilda. El nombre de este bar del Gancho se ha escuchado en la capital de España -"nos han llamado amigos porque se recomendaba en Madrid"- y su jamón batido ha llegado a Barcelona, incluso a Londres.

"Han sido cuatro años de risas interminables, de mucho estrés, de echarnos las manos a la cabeza y a la cadera. De miedo e incertidumbre; de aprender a valorarnos como personas y trabajadoras", dicen en su despedida.

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