en primera persona

El mojado estreno de la fase 2: "Menos mal que nos podemos tomar el café a cubierto"

Un paseo por Zaragoza en busca de la 'nueva normalidad' encuentra gel en todas las puertas, más pagos con tarjeta y la resurección de las reformas en casa. 

Este lunes estaba rodeado en los calendarios aragoneses como el inicio de la fase 2, un avance más hacia la llamada 'nueva normalidad'. Mascarilla, gel hidroalcohólico en el bolsillo y vamos a la calle para comprobar si el camino a la desescalada total es cuesta arriba o abajo. Sin olvidar el paraguas y las botas de agua porque los primeros pasos en el nuevo nivel del plan tienen que ser bajo la lluvia y con truenos de fondo, que redoblan como tambores. No es el mejor día para coger un capazo con alguien, aunque hay probabilidades porque la desaparición de las franjas horarias para pasear (salvo en la reservada a mayores de 70 años y los más vulnerables) le ha ganado el pulso al cielo gris.

En la ribera del Ebro ningún deportista acelera cuando las campanas del Pilar repiquetean las 10.00 y los viandantes en el centro de la Zaragoza comparten acera, sin importar la edad ni el motivo de estar en la calle. Las amenazantes precipitaciones no dispersan a los ciudadanos que guardan la vez a las puertas de los comercios o en una terraza. Ni fumo ni me seduce la idea de sentarme a la intemperie, así que comienzo un peregrinaje para encontrar un bar y tomar un café a cubierto, una ardua misión

La hostelería está realizando un progresivo regreso.  Muchos establecimientos mantienen la persiana abajo. "Cerrado", "nos vemos pronto" o "hasta la vuelta" son los mensajes que truncan el ansiado desayuno, cuando llevo 12 intentos dejo de contarlos... Otros bares solo disponen de terraza, hasta el momento, aunque el Gobierno ya autorice la apertura del interior prefieren mantenerlo para uso privado. "¡Ay! Ese tiene las luces encendidas y la puerta abierta", pienso, aunque dudo si lo verbalizo de alegría. Cuando cruzo el vano descubro que el ruido que se escuchaba desde la calle no era la cafetera, sino el taladro que ultimaba las medidas de protección. "Estamos cerrados, abriremos a lo largo de la semana", me dicen. Cuando estoy a punto de recurrir a una café para llevar y sentarme bajo un porche lo consigo: "Un cortado, por favor". "Se siente y ahora se lo llevamos", me responde Pedro, el camarero de la Taberna de las Lanzas, en la calle de Mefisto.

"Menos mal que estamos en la fase 2 y nos podemos tomar el café a cubierto"

El autoservicio está prohibido y también tomarse la consumición en la barra. "Hemos hecho un tabique discreto", me explica Miguel Ángel Nicolau, del mencionado establecimiento. Entonces me señala a la hilera de banquetas que impide refirmarse en la barra y al otro lado una sucesión de mesas me obliga a ir hasta el comedor. Nicolau cuenta que ahora tienen seis mesas, la mitad de lo habitual, y que son desinfectadas antes y después de ser utilizadas, al igual que las sillas. Me dispongo a tomar el café cuando el resto de mesas se llena en cuestión de segundos. "Menos mal que estamos en la fase 2 y nos podemos tomar el café a cubierto", escucho a la vez que un manto de agua cae en la calle. Qué bien que nunca salgo de casa sin mirar la web de la Aemet.  

Ni la repentina lluvia, que en cuestión de minutos deja a las terrazas como calles en fase 0, le quita protagonismo a las conversaciones de tendencia: ERTE, estado de alarma, coronavirus, desescalada, uci, residencias… Lo que también ha cambiado ha sido la forma de pago. Desde el establecimiento señalan que el 90% de la clientela abona de forma telemática. Esto me recuerda a la panadería donde suelo comprar, en la avenida de César Augusto, donde tienen un cartel que recomiendan el pago con tarjeta, aunque sea una barra de pan. "Tenía miedo a abrir, pero la respuesta de la gente ha sido muy buena", señala Nicolau.

Los reencuentros con los clientes también eran lo más esperado en la churrería La Fama. Lejos de las habituales filas que se forman en los días señalados de la ciudad, este lunes es "tranquilo". Al otro lado del mostrador Eduardo Bazán se pregunta cómo será la "nueva normalidad" y asegura que los hosteleros viven "al día" en cuanto a planes de futuro. "Esto nos ha trastocado a todos", defiende Bazán. "Chica, ¡échate!", le grita una señora a otra para que se aplique gel hidroalcóholico que hay en la puerta.

Eduardo Bazán, de la churrería La Fama, limpia la mampara.
Eduardo Bazán, de la churrería La Fama, limpia la mampara.
Heraldo.es

La misma medida que asumen en las tiendas de ropa del paseo de la Independencia. La entrada de Mango da sensación de inventario o de cambio de temporada: estanterías vacías y burros sin prendas que hacen más función señalítica que de muestrario. Después de esperar la fila y cruzar la zona de desinfección descubro menos exposición, en especial en la sección masculina, y que las dependientas higienizan vestidos y americanas con vaporetas. Sin tocar nada intento ver las etiquetas porque hay precios tachados. Nada, descuentos pocos; algunos euros menos, pero nada reseñable, tampoco en todas las prendas. Las cintas adhesivas del suelo marcan un camino hasta los probadores, que guardan cierta similitud con el control de un aeropuerto.

La clientela encuentra la primavera perdida en las blusas de flores y sueña con el verano en la fila de la caja, con 'crop tops' en la mano, siempre manteniendo la distancia de seguridad. No es difícil guardar los metros requeridos porque, a pesar del movimiento de entrada y salida, los percheros están más alejados que de costumbre y la sensación no es de agobio. En algunos de estos establecimientos se marca en la puerta el aforo concreto y personal de seguridad controla su cumplimiento.

También se cuentan las personas en los lugares de culto, que pueden estar al 50%. Los lunes son unos días de peregrinación a la iglesia de San Nicolás de Bari de la capital aragonesa. Es hora punta, pero hay menos devotos que antes del decreto del estado de alarma. Muchos no puede haber porque en la puerta lo indica claramente: "Aforo 40 personas". En el interior del templo se desinfectan las manos y unas cruces marcan dónde sentarse en los bancos. El mismo sistema que se sigue en la Basílica del Pilar, abierta desde hace unos días, donde este lunes se percibe una afluencia similar a la pasada semana.

Entrada a la iglesia de San Nicolás de Bari, en Zaragoza.
Entrada a la iglesia de San Nicolás de Bari, en Zaragoza.
Heraldo.es

Los velatorios y entierros se amplían a un máximo de 25 personas si se realiza al aire libre y 15 en espacios cerrados. La comitiva fúnebre se restringe a 25 también. Una persona cercana me cuenta su experiencia de este lunes al acudir a un funeral: a los asistentes se les indica el lugar donde sentarse -dos núcleos familiares por banco-, el sacerdote se acerca a los feligreses para dar la comunión, gestos de paz a la distancia y condolencias en el exterior de la capilla.

Otro de los cambios de este lunes es el inicio de las reformas en viviendas con inquilinos, más allá de las grandes obras. En un par de ocasiones tengo que esquivar a albañiles que sacan sacos de escombro de los portales. A juzgar por los azulejos, a alguna familia la crisis del coronavirus le sorprendió cambiando el baño.

Por la estrecha y silenciosa calle de Juan Porcell escucho una conversación en lo alto: están limpiando los pomos de las ventanas y se percibe cambio de mobiliario en una oficina. ¿Macará eso el fin del teletrabajo?

A sus puestos de trabajo regresan los agentes turísticos. Las puertas de la oficina de la plaza del Pilar están abiertas de par en par y en la puerta han colocado marcas para guardar la distancia. La ausencia de público deja ver las medidas que han establecido: mamparas en los mostradores y pantallas. Eso sí, la mayoría de las tiendas de 'souvenirs' están con la persiana abajo porque todavía no hay turistas para recordar su visita a los monumentos de la ciudad.

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