"Felices" recuerdos de los universitarios de Oriente en la Zaragoza de los 70 y 80

Jóvenes del Líbano, Palestina o Siria llegaron a Aragón para estudiar carreras como Medicina o Ingeniería. Algunos se establecieron en España, impulsados por el amor o por la inestabilidad política de sus países. Ahora se sienten "muy aragoneses".

6 de octubre de 1969. Ese fue el día que Nazih Hamdan llegó a Zaragoza. Hacía unos meses que había aterrizado en España de su Líbano natal. Estudió el idioma en Madrid y después emprendió viaje a Santiago de Compostela, una de las tres ciudades donde podía cursar Medicina. Un hostal abuhardillado y húmedo fue el detonante para que Hamdan y un amigo dejaran Galicia y emprendieran camino a Aragón. "Vamos a pasar por Zaragoza, a ver qué pasa, y si tampoco nos gusta, nos vamos a Barcelona", pensaron. La acogida en Zaragoza no dio lugar a sacar un billete con destino a la Ciudad Condal.

Al igual que para Nazih, a partir de finales de los 60 la capital aragonesa se convirtió en la morada de otros libaneses, palestinos, sirios, jordanos o kuwaitíes. También para sudamericanos o cubanos residentes en Miami. "En primero de carrera había un profesor que cuando le preguntaban dónde iba decía que al grupo de los extranjeros. Era verdad, solo había dos chicas españolas, el resto éramos de fuera", ríe Moayad Ismail, un palestinojordano que se instaló en Zaragoza en 1970, también para estudiar Medicina.

Esa era una de las disciplinas más populares entre los de Oriente Medio, a las que se sumaba ingeniería. Para matricularse era necesario aprobar un examen de castellano que se celebraba en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza. "En mi año nos presentamos más de cien y aprobamos unos 70", rememora Hamdan. Elegían Zaragoza por capricho del destino, como el caso de Nazih, pero también porque ya conocían a otros compatriotas. Primos, amigos de infancia o compañeros de escuela eran eslabones de una cadena que crecía cada año.

Jóvenes del Líbano, Palestina o Siria llegaron a Aragón para estudiar carreras como Medicina o Ingeniería.
Atef Younes y Moayad Ismail, en la plaza de la Albada del barrio de La Jota de Zaragoza.
Atef Younes y Moayad Ismail, en la plaza de la Albada del barrio de La Jota de Zaragoza.
M. M.

La idea de muchas familias de Oriente era que sus hijos estudiasen en la universidad, como el caso de los palestinos. "Cuando cayó Palestina, la gente que tenía tierras tuvo que emigrar casi sin nada, con las manos vacías. Aquellos que tenían estudios pudieron seguir trabajando porque un título nadie te lo puede quitar, pero una casa o una tierra sí", cuenta Ismail. Asiente Atef Younes, otro palestino que dejó su país cuando tenía 5 años y solo ha regresado en una ocasión, en la década de los 90. Junto a su familia se asentó en Kuwait y en 1968 tomó la decisión de venir a España junto a un amigo del bachillerato para convertirse en médico, aunque finalmente abandonó la carrera: "me di cuenta de que no era lo mío". "Aquí teníamos otro amigo que había venido hacía unos 5 o 6 años. Nos buscó vivienda y cuidó de nosotros", apunta con grato recuerdo y señala que lo que más le sorprendió fue la naturaleza, lo verde que era todo. Ellos eran tres de los centenares de palestinos que calculan que residían en Zaragoza en esa época: "Nos juntamos casi 500 palestinos en una reunión en 1971 o 1972".

"Tú a España", insistía el padre de Moayad, que terminó en Zaragoza a través del primo de un antiguo profesor de primaria. "La media eran seis años, le dije a mi padre que me costaría ocho y me dijo que como si tardaba diez", ríe décadas más tarde. En la capital aragonesa vivió con una familia - "le pagaba más por vivir con ellos que lo que ganaba el marido"- y los tres primeros años estudió Medicina en el Paraninfo y después les trasladaron al campus. "Eso parecía el fin del mundo porque no había nada", recuerda. Moayad y Atef también indican que los estudiantes de Palestina comenzaban directamente en segundo porque los estudios eran superiores en su país de origen.

"En el Líbano había mucha costumbre de salir a estudiar fuera, porque era mucho más económico que estudiar en nuestro país"

Estados Unidos e Inglaterra eran los destinos más habituales -ya que la mayoría sabía inglés-, pero se trataba de países más caros que España. Otra opción era Egipto, Iraq o la India. "En el Líbano había mucha costumbre de salir a estudiar fuera, porque era mucho más económico que estudiar en nuestro país", sostiene Charif Dandachli que señala que estudiar en la universidad americana de Beirut costaba 18.000 dólares en los años 80, cuando él llegó a Zaragoza para cursar Medicina, aunque finalmente se hizo ingeniero. "Con lo que costaba la matrícula podías estudiar fuera, comer, vivir, dormir y te ibas de juerga. Todavía podías ahorrar", interviene Nazih.

Charif Dandachli y Nazih Hamdan, dos libaneses que vinieron a estudiar a Zaragoza y se establecieron en la capital araongesa.
Charif Dandachli y Nazih Hamdan, dos libaneses que vinieron a estudiar a Zaragoza y se establecieron en la capital araongesa.
Francisco Jiménez
"A los pocos días de llegar fue la matanza de Sabra y Chatila. Veía las imágenes en la televisión y en los periódicos y no entendía nada"

En otras ocasiones, la chispa fue la inestabilidad política. Un atentado en el aeropuerto de Beirut dibujó el futuro de Antoine. "Me iba a América y cuando fui a por el visado me dijeron que no, había habido atentados en el Líbano y habían fallecido cientos de marines. Entonces, como había estado un año antes en España en casa de un familiar lejano, mi padre me dijo que me viniera. Solicité el visado y en menos de una semana estaba en España", relata Antoine, que se instaló en la capital aragonesa el 18 de agosto de 1981. Un año más tarde, también para estudiar ingeniería, llegó Talal Alsayadi. Cursaba Biología en Beirut, pero la guerra rompió sus esquemas. "Los primeros días en España los recuerdo de alegría porque había podido salir, pero también de mucha tristeza. A los pocos días de llegar, en septiembre de 1982, fue la matanza de Sabra y Chatila. Veía las imágenes en la televisión y en los periódicos y me horrorizaba porque no entendía lo que había pasado, no sabía español", cuenta Talal.

En torno a un café, Charif -profesor en la Universidad de Zaragoza-, Antoine -ingeniero dedicado a los seguros- y Nazih -quien ha trabajado tanto en clínicas privadas como en Salud Pública- rememoran "con cariño" esos años "fabulosos", "bonitos" y "felices". Recuerdan el Líbano que dejaron, un "cosmopolita" país al que llamaban la "Suiza de Oriente", y donde intentan regresar siempre que pueden con sus esposas aragonesas y sus hijos, a quiénes les gusta conocer sus raíces paternas. En la mayoría de los casos el amor les amarró a su tierra de adopción, tanto que se consideran "muy aragoneses". 

"Los soldados te obligaban a bajar del autobús y te retenían durante horas"

"Regresar", ese es el verbo que pronuncian cuando se les pregunta por la idea que tenían al concluir sus estudios, "y con un título universitario". "De hecho, en 1980 terminé la carrera y volví. Estaba casado, pero regresé solo porque mi mujer tenía trabajo aquí y yo nada fijo", narra Moayad Ismail. No obstante, esa estancia duró solamente unos meses, tres o cuatro: "Cada dos por tres te registraban. Los soldados te obligaban a bajar del autobús y te retenían durante horas. También entraban al hospital para detener a gente...".

"En mi caso la guerra del Líbano nos impidió volver. Algunas familias se quedaban con una espina clavada”, manifiesta Nazih. "Nuestros padres no querían que volviésemos por la situación por la política, la guerra... En el fondo querían que siguiéramos aquí porque estábamos más seguros”, agrega Antoine.

"La vida de estudiante aquí la recuerdo con mucho cariño. Tuve una época fabulosa en todos los aspectos"

En España encontraron "un nuevo país", tal y como lo define Talal Alsayadi. Durante estas décadas se han arropado entre todos y mantienen una amistosa relación. "Menos al guiñote, ahí no hay amigos ni paisanos", ríe Antoine para pinchar a Nazih con una sonrisa de complicidad, a la par que lo define como “un hermano mayor". "La vida de estudiante aquí la recuerdo con mucho cariño. Tuve una época fabulosa en todos los aspectos. El 99% de las personas con las que me he cruzado ha sido gente amable, cariñosa, te explicaban el idioma…", agradece Nazih con una perfecta pronunciación.

La barrera del idioma y el puente de la acogida

Todos los estudiantes solían llegar a España con dos idiomas: árabe e inglés o francés, ya que en la escuela les enseñaban desde niños una segunda lengua. No obstante, el español era un "hándicap". "Cuando estudiaba Medicina me sentaba a las 15.00 o 16.00 a estudiar y me levantaba a las 22.00 después de haber leído cinco frases porque tenía que traducirlas del español al inglés y del inglés al árabe. También me compraba el periódico, leía dos artículos y me costaba dos días", ejemplifica Moayad. La mayoría se familiarizaban con el idioma en una academia madrileña propiedad de un sirio.

Regresan a sus primeros días en España y les viene a la retina jóvenes que se defendían con los libros de 'Aprende español en 24 horas', como Charif, que se ve en ese tren de correo de noche. A las pocas horas llegó a una pensión de la calle de San Miguel, donde encontró a su “familia española".

"El extranjero antes era bienvenido, era un bicho raro bien recibido. Te acompañaban"

"El extranjero antes era bienvenido, era un bicho raro bien recibido. Te acompañaban", señala Antoin Mitlej. “Tengo un grato recuerdo, muy bueno. Jamás he tenido un problema con nadie, desde el trato que recibí el día que llegué y hasta la fecha", repite Nazih. Al respecto, recuerda una anécdota: "Pasé la Navidad en el piso de una familia donde estuve al principio y el Día de Navidad no encontraba los zapatos, ni rastro. Un niño que vivía con la familia los había dejado en la ventana y había un regalo dentro: un frasco de colonia de Varón Dandy".

"Zaragoza nos acogió con los brazos abiertos, no había extranjeros. Cuando fui al pueblo a pedir la mano de mi mujer para casarme y el cura se enteró de que era palestino, casi me besaba las manos porque venía de Tierra Santa", bromea Ismail. "En ningún momento apreciamos desprecio. Yo entraba a un bar a tomarme un café, la gente escuchaba que mi acento era extranjero y se acercaban. Me preguntaban de dónde era y les decía que de Palestina, donde había nacido Jesucristo. Entonces me invitaban al café", asiente Atef, que regresó a Kuwait, pero volvió a España donde donde fundó una oficina de importación y exportación.

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