agua y sequía. ocio y cultura

Virginia Mendoza: "Me impactó de niña venir a Zaragoza y ver el caudaloso Ebro desde la torre del Pilar"

La escritora y periodista manchega, que reside en Castelserás (Teruel), publica el ensayo narrativo 'La sed' (Debate), adquirido ya en varios países

Virginia Mendoza visitó ayer Zaragoza con su libro 'La sed', que ha sido adquirido en Inglaterra, Francia y Países.
Virginia Mendoza visitó ayer Zaragoza con su libro 'La sed', que ha sido adquirido en Inglaterra, Francia y Países.
A. C./Heraldo.

Virginia Mendoza (Valdepeñas, 1987) tiene algo de mujer itinerante: periodista, investigadora, narradora, como se vio en sus libros ‘Quién te cerrará los ojos’ (2017) o ‘Detendrán mi río’ (2021). Ha vivido en La Mancha, luego en Terrinches, más tarde en Elche, en Armenia, en Orense, Pontevedra y Compostela, en Zaragoza (fue un año librera en Cálamo), en Caspe y ahora en Castelserás, el pueblo de la finada Carmen Valero o donde se hizo famoso el botánico Francisco Loscos. Publica un libro ambicioso sobre un tema candente: ‘La sed’ (Debate, 2024. 285 pp.), que será traducido en breve al inglés, italiano y holandés, «donde se mezcla un poco de todo. Es un libro híbrido: hay investigación, crónica periodista, notas familiares y personales (fragmentos sobre mi abuelo y mi abuela, huellas de mis diarios...), muchos apuntes históricos y antropológicos, me encanta la Prehistoria. Hay muchos cuentos fundacionales sobre el agua y, a la vez, creo que es un libro muy narrativo. Me gusta contar historias y me siento, quizá lo que más, narradora», dice.

¿Por qué eligió el título ‘La sed’ y no ‘La sequía’?

La sequía nunca viene sola, nosotros no dependemos absolutamente de factores climáticos, mientras que la sed engloba también a las personas que, muchas veces, no sienten la sed sino que también son responsables de que otros pasen sed. Es algo que es importante resaltar.

¿Era esto lo que quería contar en un libro que parece abrazar el espíritu libre de ‘El infinito en un junco’ de Irene Vallejo?

No es la primera persona que lo dice. Ojalá. El libro de Irene es extraordinario. El título de ‘La sed’ se impuso un poco a posteriori. Inicialmente iba a ser algo más centrado en la España seca. Empecé a liarme, se me fue de las manos, y terminé viendo conexiones entre mi abuela y la abuela de la Humanidad, mi madre y esta supuesta Eva mitocondrial de la que han hablado los científicos, y he acabado hablando de otras historias también: las estrellas, los dioses de la lluvia, las rogativas, hasta de agricultura.

De otras historias y mitos, de pueblos lejanos y de relatos reales, casi de denuncia, de aquí.

Sí, sí, y de otros pueblos sedientos en el mundo. Me parecía bonito ampliar y recoger todas esas historias porque nos unen a esos pueblos sedientos. Veía muchas conexiones entre esos rituales de invocación de lluvia entre gentes que viven en el Kalahari (sur de África), en la Mixteca de México, o en Teruel, y me parecía también interesante comprobar como el propio ritual en sí mismo fortalece esa unión de las personas que participan en él. De ahí que aparezcan tantos personajes y tantos mitos de lugares dispares, ligados a la mitología del agua y su génesis, a las historias fascinantes y a las civilizaciones.

Le cabe todo en su viaje de miles de años: desde Mesopotamia y el Quijote al hombre que pinta las cuevas de Altamira.

Sí, he encontrado historias fascinantes. Algunas las reproduzco. He invertido más de ocho meses de trabajo y he encontrado muchas conexiones en todas las épocas, y detalles curiosos y paradójicos. Hay una fobia muy extendida entre la gente que vive en el desierto: teme morir por una avalancha de agua.

¿A qué se debe esta obsesión que tiene por el agua?

No era consciente hasta ahora, pero ha estado siempre presente en mi vida. En la mayoría de recuerdos de mi infancia lo que destaca de alguna manera no es el agua sino la ausencia de agua. Recuerdo que uno de los momentos que más me han impactado en la vida ha sido venir a Zaragoza con diez u once años y ver el caudaloso Ebro desde lo alto de la torre del Pilar. Para mí era inconcebible ver tanta agua.

Virginia Mendoza ha vivido en Zaragoza, en Caspe y ahora en Castelserás.
Virginia Mendoza ha vivido en Zaragoza, en Caspe y ahora en Castelserás.
A. C./Heraldo.

Bueno, era una niña manchega.

Me había acostumbrado a estar en un lugar, como cuento en el libro, en el que por las tardes acompañaba a mi abuelo a abrir y cerrar el agua: a veces lo acompañaba a la huerta, se tenía que meter en una cueva poco a poco donde había preparado un mecanismo para regar sus tomates…

Cuenta muchas de esas cosas.

Hace poco recuperé mi diario de infancia y, a pesar de lo poco que llovía, hay bastantes entradas en las que lo empiezo contando que «está lloviendo. ¿Cómo lo estarán pasando mis padres en el mercadillo? Seguramente no podrán trabajar y tendrán que volver a casa».

¿Y eso?

Era como una doble relación con el agua. La lluvia era muy deseable porque estabas en una zona muy seca, pero por otro lado mis padres, que vivían de un puesto ambulante de frutos secos, no podrían vender y tenían que recoger después de haberse ido a un pueblo a las cuatro de la mañana, y regresar a casa. Esta dualidad ocurre todo el tiempo en el libro: esa relación entre la escasez, tan dramática, y las grandes avenidas o inundaciones.

Ese sí que es un tema suyo.

Sí. Aquí he ido a un nivel más amplio de lo que ya venía contando y trabajando sobre los embalses. Al fin y al cabo lo que está detrás de los embalses es la sed también. No era consciente mientras buscaba esas historias de esas personas desplazadas por la construcción de presas… Al final, ‘La sed’ es algo que está por encima de esto y lo incluye: esa necesidad histórica de retener el agua porque no sabes cuándo va a volver.

LA FICHA

'La sed. Una historia antropológica (y personal) de la vida en tierras de lluvia escasa'. Virginia Mendoza. Debate. Barcelona, 2024. 285 páginas. 

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