aragoneses extraordinarios

Jesús Laboreo: "No hay nada más bonito en la vida que aquello que se comparte"

Fue camarero del Bonanza, fundó el Ragtime en 1986 (García Galdeano, 8, Zaragoza) y sigue al timón de su barra; en el bar se hace hueco a todo hijo de vecino

Jesús Laboreo toca una de las cuatro campanas que hay tras la barra del Ragtime.
Jesús Laboreo toca una de las cuatro campanas que hay tras la barra del Ragtime.
Guillermo Mestre

Jesús Laboreo abrió el Ragtime (García Galdeano, 8) hace 36 años, y salvo los meses de confinamiento estricto de la primavera de 2020, nunca ha cerrado. “En los días posteriores de restricciones más severas, abría a las 16.00 en vez de a las 19.00, que es lo habitual, y estábamos apenas dos o tres horas, lo que se podía, para poder decir ‘no, no he cerrado el Ragtime’ a todo aquél que me lo preguntaba por la calle”. Este pub de genoma británico y ‘savoir faire’ universal recibe al cliente con unas grandes puertas de madera rematadas por forja, un cuadro de honor postalero a la izquierda con recuerdos de medio mundo, propios y de amigos, una larga barra (de nuevo utilizada, tras meses vedada a los clientes por las mencionadas restricciones sanitarias) y varias mesas distribuidas por un largo espacio, que incluye piano.

“Yo vengo del Bonanza, fue mi escuela y un poco mi familia mientras iba a otra escuela, la facultad de Historia, allá por el 78”, recuerda Jesús. “Hablaba con Manolo, aunque tampoco mucho; aunque sí me gusta hablar, soy medio tímido. En 1979 tenía el verano libre y poco dinero, siempre he sido más de intangibles que de números, así que me fui mes y medio a fregar platos a Londres, en un restaurante italiano; ya había estado tres años antes, con 18, de paseo. La noche que me iba estaba en el Bonanza y Manolo me contó que muchos amigos suyos se habían ido para allá a buscarse la vida. A la vuelta me preguntó por el viaje, y fuimos cogiendo confianza. Una noche lo vi apurado, con mucha clientela y solo tras la barra, y le dije que podía ayudarle, aunque no sabía ni tirar una caña. Me dijo que no hacía falta, pero a los pocos días me llamó”.

A Jesús le gustó eso de ver el bar desde la barrera. “Tenías muchas tramas delante, era muy entretenido. Ahí estuve hasta el 86; Manolo hijo se iba a la mili y a la vuelta iba a incorporarse, así que me parecía correcto liberarles de mi sueldo, y se lo dije a Manolo y Marisa en confianza. Ahí decidí abrir el Ragtime. Sigo en contacto con Marisa y el hijo; con Manolo hablamos hasta el mismo momento de su muerte. Siempre me trataron como a uno más de la familia, y aún siento que lo soy, aunque no nos veamos tanto. Con cierta gente se mantienen las cosas con naturalidad, sin esfuerzo, te pones al día en dos segundos”.

Jesús, en la puerta del Ragtime, situado en la calle García Galdeano de Zaragoza.
Jesús, en la puerta del Ragtime, situado en la calle García Galdeano de Zaragoza.
Guillermo Mestre

Jazz sí, claro, pero...

El Ragtime es Ragtime por el jazz, claro. “A ver, que quede claro; no es un lugar elitista, ni mucho menos. Nada de ‘yo es que solo oigo jazz’... y me encanta, pero no me gusta la gente que usa el jazz para marcar una distancia con ‘el vulgo’, como si fueran más importantes ellos. Para todo hay rato, hombre, y el origen del jazz es popular, era la música de las clases bajas aunque algunas de sus variedades más sofisticadas se oyeran en los bailes de las clases altas; se puso intelectual al dar el salto a la Europa continental, sobre todo a París", explica. 

A Jesús Laboreo le encanta la música. "Siempre toqué la guitarra acústica, y el banjo un tiempo, tengo un hermano mayor que es profesor en el Conservatorio Municipal de Santander. Canto fatal, pero me gustaba acompañar a los amigos con la guitarra. Escuchaba mucho por la radio a ‘folkies’ ingleses, desde Donovan a Pentangle o Davey Graham, que para mí era el ‘capo’ de todos ellos… los ‘Diálogos con la música’ de Ramón Trecet fueron una escuela; bueno, y Plácido Serrano. Luego me hice con los discos de la serie Guimbarda, y finalmente aprendí algunos ‘ragtimes’ con la guitarra. Así que Ragtime fue: Casa Chuchi, sin jamón al corte, no me parecía apropiado”.

"No me gusta la gente que usa el jazz para marcar una distancia con 'el vulgo', como si fueran más importantes ellos"

La idea era el jazz de acompañamiento como música ambiental. “En un sitio como éste no se trata de abrumar con la música, ni de estimular; un poco de sosiego, sin que acabe esto en meditación oriental, claro. El jazz tiene de bueno que es un idioma universal, intergeneracional; quería un pub de principio de noche, clásico, con afán de perdurar, y no ha ido mal, van 36 años -ríe- y todo a lomos de una música que puede gustarte más o menos, pero no molesta; música ambiental de jazz clásico, le llamo, no ponemos Sun Ra ni los discos más encendidos de John Coltrane, para que no vuelen las sillas, aunque me guste esa música. Tengo mucha música, y voy variando la selección según la clientela o el momento que se va creando”.

Por el Ragtime han pasado figuras del jazz nacional como Javier Carasusán o Antonio Moltó. “Además de figuras, ya son amigos, como José Antonio Jiménez o Chus Fernández. A Chus lo suelo tener aquí los jueves, si no está tocando por ahí, y hacemos tertulia con un grupo de amigos. También han estado músicos muy grandes, como Norman Hogue, Horacio Fumero, Ignasi Terraza, Pardinilla, Carlos Calvo con la Dubadú y todos sus proyectos... y tenemos a Domingo Belled, por supuesto, que sigue viniendo a tocar el piano muchos viernes y sábados; aquí la gente llega y toca, no hay un protocolo, también venía mucho Toni Mora, músico de larga carrera, habitual en los pianobares del Don Yo y el Boston. Bueno, y los chavales de Calavera, que son majísimos”.

Jesús se acuerda también de gente de otras artes, como Eduardo Laborda e Iris Lázaro. “Ella tuvo el detallazo de hacer nuestro logo, el que ves en los posavasos y varios sitios del bar. Los dos han ayudado mucho al Ragtime. También Joaquín Ferrer Millán y Marcos Callau, todo un experto en Sinatra y un talento multidisciplinar, que editó la revista ‘El eco de los libres’. Son muchos los buenos amigos de este lugar, que tengo la suerte de mantener”.

El Ragtime es un bar tranquilo. “Céntrico, pero recogido, y más barato que la plaza de España -ríe- pero no sé si me gusta la palabra especial para definirlo. De pub inglés tiene más espíritu que aspecto, y buenas cervezas de barril, variedad de ginebras y whiskies. Es un café bar, bien insonorizado porque no regateé con eso, y nunca he tenido problemas con los vecinos. Abro de lunes a sábado, a las 19.00 y hasta las 1.30, aunque algunos días nos vamos antes porque la gente se ha desacostumbrado a esa hora extra; han cambiado las cosas, en todo este tiempo de pandemia y crisis sanitaria no se ha tratado bien a nuestro sector, pero esto es otro melón en el que no sé si vale la pena insistir ahora, lo que pasa es que soy el portavoz y secretario de la Asociación de Bares y Restaurantes y me toca ser un poco bocazas”.

El 'cuadro de honor' de las postales y recortes enviados al Ragtime desde medio mundo.
El 'cuadro de honor' de las postales y recortes enviados al Ragtime desde medio mundo.
Guillermo Mestre

La magia de los detalles

Tras la barra llaman la atención dos detalles coloristas: una bufanda azul con la leyenda Scotland The Braves y otra roja con la enseña del club de fútbol Lincoln City, actualmente en la League One inglesa, que equivale a la Segunda División española. “Las trajeron unos amigos. La del Lincoln fue cosa de Bill Johnson, que estuvo trabajando aquí a principios de los 90 y conoció el Ragtime por casualidad, gracias a la recomendación de la recepcionista del hotel donde se quedaba. Luego volvió con otros amigos y compañeros de trabajo ingleses, montaban grandes turbinas de gas en diferentes puntos de Aragón y España. Se radicaron un tiempo en Zaragoza y el bar era su refugio. Fui a verles más de una vez allá, y me mandaron ese recuerdo como un detalle; no estaban a la venta para el público en Lincoln, pero fueron a pedírsela al propio presidente del equipo”.

Jesús tiene una meta muy clara; seguir adelante con el Ragtime, su estilo de vida y las pequeñas cosas que le hacen feliz. “Siempre he querido que fuese un sitio intergeneracional y variopinto, plural y respetuoso, porque eso enriquece; te sientes cómodo, nunca te vas a sentir fuera de lugar. Trato de ser un buen anfitrión, como Manolo en el Bonanza, y el ambiente lo crean mis clientes. Y no es un deje de melancolía; es que no hay nada más bonito en la vida que aquello que se comparte”.

El fundador del Ragtime insiste en este argumento para despedirse. “La decoración, la música y algunas pequeñas pautas que tú puedas dar son solamente los detalles. Algunos llevan viniendo desde el principio, otros pasan diez años fuera y regresan un día con aquello de ‘decíamos ayer’, porque han venido a visitar a la familia y les apetece pasarse por aquí. Las personas se conocen, se saludan… pero se dan su espacio, no se invaden, aquí no se crean obligaciones sociales. Todo lo bueno que ha pasado aquí, que es mucho, lo tengo grabado a sangre y fuego. Spinoza venía a decir que la eternidad sí existe, pero no es un concepto temporal; tiene que ver con la intensidad con la que uno vive”.

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