Esto de la filosofía...

La filosofía nos enseña la disparidad de voces que animan la Ciudad.

La escultura 'El pensador', de Rodin, expuesta en Zaragoza
La escultura 'El pensador', de Rodin, expuesta en Zaragoza
José Miguel Marco

Hace más de cuarenta años… Mi primera clase de Filosofía en esta Universidad. Se entenderá así mi desencanto cuando se cercenó su enseñanza y mi actual alegría al leer que el Parlamento ha deshecho el entuerto. Albricias pues. Entre tanta justa algarabía hay dos comentarios que me han perturbado un poco. Por un lado, se ha subrayado hasta el cansancio el poder crítico de la Filosofía. No estoy muy seguro de esto creyendo más bien que la reflexión crítica es tesoro capital del ciudadano, filósofo o no… Sancho, como aventuró Salvador de Madariaga, impone su sentido común sobre el delirio de su señor y el joven Marx, cervantino, parodia con sarcasmo sus aventuras, genial como casi siempre. Lo que enseña la Filosofía es a argumentar y a escuchar el otro, lo que ya es suficiente. Por otra parte, parece haberse instalado lo que llamaría ‘buenismo’ filosófico: resulta ahora que todo filósofo es digno de subir a los altares, contraviniendo aquel sabio consejo del inolvidable Pascal: «Burlarse de la filosofía es filosofar verdaderamente». Y estarán conmigo que no es buena compañía Platón, al que justamente zarandeó Popper, camino de Siracusa para aconsejar nada menos que a un tirano, mientras que puede ser un buen amigo el silencioso Spinoza. Lo que la revisión de los filósofos enseña, a mi juicio, es la disparidad de voces que animan la Ciudad y la necesidad de dialogar y discutir. Y al que no le agrade que se compre un billete para Babia.

J. L. Rodríguez García es catedrático de Filosofía de la Universidad de Zaragoza