aragoneses extraordinarios

Alberto Navarro: “Mi Kombi es como el patito feo que se convirtió en cisne”

De Torrero al mundo: este peluquero y árbitro de boxeo echa las horas muertas reparando y ‘tuneando’ máquinas de la factoría alemana Volkswagen llegadas de medio mundo.

Alberto Navarro, en su Kombi del 64, con los guantes de boxeo colgantes y una máquina de rapar en la mano.
Alberto Navarro, en su Kombi del 64, con los guantes de boxeo colgantes y una máquina de rapar en la mano.
Oliver Duch

Posa con una máquina de rapar manual y guantes de boxeo en el frontal de su querida Kombi; emerge como el Doctor Frankenstein que dio forma a su apolíneo monstruo, una furgoneta Volkswagen de aspecto tan inequívoco como peculiar en su familia por los retoques estéticos, que ha conocido medio mundo antes y después de toparse con su dueño actual. Alberto Navarro es un fiera, pero no muerde; en su zaragozano barrio lo quiere todo el mundo, y fuera del barrio, también.

Con sus hermanas Reyes y Gema llevan New Style Peluqueros en la plaza de las Canteras. Son de Torrero, república independiente por aclamación popular desde tiempos inmemoriales. “Hace 36 años que abrimos, con Reyes primero y Gema después con el gabinete de belleza. Estamos viviendo por los pelos; momentos complicados, pero ya me ves, energía pura. Abrimos con la crisis del IVA, luego vivimos la de 2008, ahora la pandemia… ¡tenemos gabinete de crisis! Y ahí seguimos”.

En el taller, Alberto guarda curiosidades, enseres de su peluquería y muchos recuerdos.
En el taller, Alberto guarda curiosidades, enseres de su peluquería y muchos recuerdos.
Oliver Duch

Alberto es peluquero, entrenador y árbitro de boxeo; además, restaura vehículos antiguos por afición, y tiene una querencia especial por Volkswagen y las Kombi. Posee un par de esas furgonetas emblemáticas de la cultura ‘hippie’, que ha retocado con mimo desde un estado muy precario: el ilustrador Robert Crumb, autor de los ‘Freak Brothers’, hubiera aullado de placer al verlas. Una es blanca y naranja, impecable; la otra, en negro y rojo, la ha tuneado paso a paso. “Es que somos quintos, la Kombi es del 64 como yo. Le echan muchos piropos”. Mientras dice estas palabras llega un vecino modoso, que se presenta como el marido de la (ininteligible) aunque Alberto le responde con una sonrisa. “Claro, pase y mire”, dice Alberto. El hombre se marcha dos minutos después, tan contento, después de haber curioseado a gusto.

Trastear a gusto

“Los precios con estas furgonetas -explica Alberto- varían mucho, en su día se podían conseguir por dos duros y ahora sube lo suyo la cosa, depende de lo que le hagas y cómo lo hagas, del cuidado, de muchas cosas. Ésta -señala a la furgoneta rojinegra de sus entretelas- la desmontamos enterita, porque llegó en un estado ruinoso, sin motor; limpiarla bien, chapa, pintura, mecánica nueva con motor, caja de cambios, freno y dirección… por fuera tiene alguna cosica de ‘acné juvenil’ agravado, pero igual me la llevo a bodas que a la orilla del río para pescar, tiene reductora y se mete en sitios que ni un 4x4 se atreve. Cuando cogí esta furgoneta, que venía de Paraguay llena de barro y porquería, no la querían ni en el desguace, pero ha sido mi proyecto ponerla así como la ves. La primera vez la pinté sin saber lo que hacía, repartía el plaste con una carátula de casete… fue blanca y amarilla en su día”.

Alberto también tiene un Porsche 914 ‘con truco’. “El morro no es original -señala Antonio Francés, amigo mecánico de Alberto, y corresponsable de muchas reparaciones en este garaje- y tiene algún otro retoque, como una suspensión ajustable”. “Lleva toda la mecánica Volkswagen -apunta Alberto- y está inspirado en el Karmann Ghia, un coupé de los 50 y 60, con carrocería italiana. Ferdinand Porsche hizo su 911, muy caro, y luego hizo el 912 con mecánica Volkswagen para abaratarlo. A los puristas no les gustó la idea, pero cuando Volkswagen descontinuó el Ghia a principios de los 70, Porsche también cortó la producción del 912.

Alberto y su amigo mecánico Antonio Francés, con una colección de tapacubos de Volkswagen y un saco de boxeo.
Alberto y su amigo mecánico Antonio Francés, con una colección de tapacubos de Volkswagen y un saco de boxeo.
Oliver Duch

Alberto es empático. Como le apasiona hablar de sus vehículos, teme haberse extendido demasiado. “Te contaría unas cuantas más, es que esto es nuestro entretenimiento, quedamos aquí en el garaje a ‘emporcarnos’ las manos dejando niquelados estos coches, ponemos la radio y comentamos la jugada. No es un medio de vida, aunque si viene alguien que quiere comprar, es cuestión de ponerse de acuerdo”. También colecciona imaginería nipona, desde pinturas a un kabuto de ceremonia, un artilugio con aspecto de tirachinas que se usa “para darle al bebé la fuerza de un samurai, es la tradición. También tengo xilografías y tsubas de las katanas; son las piezas que conectan el mango con el filo, esa especie de protección que es una auténtica obra de arte”.

“Alfredo (Evangelista) es un tío muy afable, buenísima persona. El boxeo es mi otra gran pasión; Zaragoza ha tenido muchos grandes"

Haciendo guantes

El boxeo continúa formando parte de la vida cotidiana de Alberto; por cierto, es muy amigo de Alfredo Evangelista, el púgil de ascendencia uruguaya que reside en Zaragoza desde hace unos años y que en 1977 le aguantó 15 asaltos a Muhammad Alí por el título mundial de los pesos pesados; ganó Alí a los puntos. “Alfredo es un tío muy afable, buenísima persona. El boxeo es mi otra gran pasión; Zaragoza ha tenido muchos grandes. Aquí en una foto tengo a varios campeones de España y de Europa en un homenaje en Sigüés a Ignacio Ara, boxeador de este pueblo de poquísimo habitantes, uno de los que están más al norte en Zaragoza; fue también campeón europeo de pesos medios en los años 30 y se le hace un reconocimiento anual allá”.

Alberto llegó a esta práctica desde la pelota mano. “Era mi deporte favorito, y creo que tenía un nivel decente, pero cuando empecé en la peluquería con 21 años no me cabían los dedos en la tijera por la hinchazón. Me pasé al squash, a las pesas… pero siempre me había gustado el boxeo. Fui al Boxing Club Zaragoza, me acogieron de maravilla, me puse otra vez en forma porque había ganado peso y como andaba bien de coordinación por la pelota, aprendí rápido, aunque quizá ya era mayor para competir en serio”.

Con 34 años se hizo árbitro. “Quería seguir en el mundillo, y además de entrenar por pura afición, no he parado de arbitrar. Ahora soy profesional, arbitro en campeonatos de España y hace tres años saqué el título del Consejo Mundial de Boxeo, pero eso me queda ya grande, hay mucha gente buena y este año hago 58, no sé yo… el boxeo es una terapia física y psíquica, sobre todo para los que somos puro nervio. Además, yo tengo un aliciente extra, y es entrenar con mi hija Raquel, que tiene 23 años; no compite, aunque facultades no le faltan”.

“(El boxeo) era mi deporte favorito, y creo que tenía un nivel decente, pero cuando empecé en la peluquería con 21 años no me cabían los dedos en la tijera por la hinchazón"

Alberto es formador de árbitros. “Presido la Aragonesa del gremio; la Federación va bien, a pesar de la falta de subvenciones, y nos lo trabajamos con los seminarios, la liga de boxeo, veladas aunque palmemos unos euros, cursos, planes de tecnificación… el boxeo femenino, por cierto, va hacia arriba, cada vez funciona mejor”.

La familia sobre ruedas

Alberto esta muy agradecido a Emma, su esposa, por el apoyo que le ha dado siempre a la hora de desarrollar su pasión por la mecánica y el boxeo. “Tiene una paciencia tremenda conmigo, y se apunta a los viajes en la furgoneta, en el ‘escarabajo’ que tenía antes y que nos llevó de ida y vuelta a Galicia, con desvío a Burdeos; otra vez nos fuimos hasta San Remo, toda la Costa Azul y la entrada en Italia por Génova… y a la marcheta, sin correr, disfrutando una semana entera con vuelta por los picos del Tour. Más de una vez dijo en el viaje aquello de ¿qué hago aquí? Y luego, tan felices".

Dar una vuelta con Alberto en la furgoneta es todo un espectáculo. Muy cómoda, con detalles artísticos en el salpicadero y un arsenal de ventanas articuladas, el vehículo va haciendo que los cuellos se giren desde que enfila la avenida de América hasta llegar a la orilla del Ebro. “No la vendería, esta no. La otra que tengo es más majica, pero mi Kombi es como el patito feo que se convirtió en cisne; la vi pelada, la cuidé y mira cómo se ve ahora”.

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