patrimonio

¿Cuáles son las estatuas más manoseadas de Zaragoza?

Es una afición común del turista tocar esculturas de la vía pública hasta dejar algunas partes del bronce muy relucientes.

El joven de la plaza San Felipe antes no era tan rubio.
El joven de la plaza San Felipe antes no era tan rubio.
Heraldo

La tradición popular dice que atrae la suerte o que, en el caso de que se sobeteen las partes pudendas, favorece la fertilidad. Hay una obsesión en muchos turistas por tocar y palpar estatuas que se evidencia en cómo algunas de sus áreas pierden pátinas, barnices y parecen abrillantadas de modo natural. Ejemplos por Europa hay a puñados: desde el Porcellino de Florencia a la popular vendedora de marisco, Molly Malone, en Dublín, si bien esta moda ha saltado también el charco y en el centro de Nueva York pocos desaprovechan la oportunidad de tocar los testículos de un inmenso toro de 3.200 kilos plantado en mitad de Wall Street.

¿Tienen los sobones alguna predilección en los que a estatuas zaragozanas se refiere? El escritor Julio José Ordovás, autor de ‘El peatón sentimental’, dice que enseguida le viene a la mente el caballito de la Lonja. Este, precisamente, se creó para que los chavales se subieran y se hicieran fotos sobre él. Esculpido en bronce, su cabalgadura luce más brillante que el resto del cuerpo del animal y lo cierto es que es una escultura compacta que apenas ha sufrido daños desde que se colocó en 1991. Como es sabido, el caballito es un homenaje al fotógrafo Ángel Cordero Gracia, el último minutero de Zaragoza que tiró instantáneas en la Lonja desde 1925 y hasta 1977. Esta escultura, obra de Francisco Rallo, tiene perfil propio en las redes e, incluso, un blog en el que se reúnen más de mil fotografías de visitantes que se inmortalizan sobre o junto a ella.

Imagen de archivo de la inauguración del caballito en la trasera de la Lonja.
Imagen de archivo de la inauguración del caballito en la trasera de la Lonja.
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Otra estatua que seguro ocuparía el podio de las más manoseadas de Zaragoza sería la del joven sentando en plena plaza de San Felipe, que echa la vista al cielo rememorando dónde estaba la antigua Torre Nueva. También es de bronce y también fue colocada en 1991 y su gran ventaja es que ‘pilla a mano’, sobre todo, para acariciar la cabeza del chaval. En origen, la escultura miraba el memorial de la antigua torre mudéjar demolida a finales del siglo XIX, pero aquel también fue derribado en 2002 y se quedó la figura sola, como mirando al infinito. La parte más reluciente de esta obra de Santiago Gimeno Llop es la cabeza, si bien es habitual también dejarle algún que otro ‘recuerdo’ en las rodillas tras una noche de fiesta o, incluso, en Carnaval ha llegado a amanecer con una peluca afro.

Antaño era habitual también palpar con descaro a la efigie de César Augusto y, sobre todo, a la ranita que le refrescaba a pocos metros. Desde la última remodelación de esta zona de las Murallas Romanas, el fundador de la ciudad ha ganado un alto pedestal con lo que resulta mucho menos accesible para los manoseadores. La rana sí sigue siendo objeto de devoción, como también lo fueron en su día, allá por 2008, las más de 600 que el artista Miguel Ángel Arrudi plantó por la ribera del Ebro y de las que hoy apenas quedan ya representación.

Unos pocos ejemplos internacionales de estatuas hípersobeteadas.
Unos pocos ejemplos internacionales de estatuas hípersobeteadas.
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Pero, ¿existe alguna Molly Malone en las calles de Zaragoza? Lo más parecido podría ser la Samaritana de la plaza del Justicia o -acaso- las finas Tres Gracias en mitad de la Gran Vía. No es inusual ver a algunos viandantes tocando discretamente parte del conjunto escultórico de Gómez Ascaso, pero -claro- tampoco se recrean porque pasa mucha gente por Gran Vía y puede parecer una filia extraña.

Problemas de biodeterioro

¿Otras estatuas en la vía pública que suelen tocarse incluso después de la fiebre del gel hidroalcohólico? Ahí están también las Majas de Goya en su fuente frente a la Lonja, el monumento a los cofrades junto a Santa Isabel o los caballos en el exterior del Museo Pablo Gargallo, que están a cierta altura pero no la suficiente para que alguno no intente agarrar sus riendas.

El conjunto de Gómez Ascaso que lleva por nombre 'Complicidad' o 'Las tres gracias'.
El conjunto de Gómez Ascaso que lleva por nombre 'Complicidad' o 'Las tres gracias'.
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Desde el área de Patrimonio explican el continuo sobeteo de ciertas imágenes es lo que provoca que algunas partes reluzcan más que otras, dado que se pierde pátina de las estatuas y surge de fondo el bronce original. Aunque no se debe abusar de estos tocamientos, lo cierto es que las piezas son resistentes y tampoco sufren en exceso. Es lo que los expertos llaman ‘biodeterioro’ y que afecta sobre todo a materiales inorgánicos como ladrillo, piedra o pintura mural. El tacto puede atraer bacterias, grasas, hongos o algunas partículas dañinas, motivo por el que los especialistas llevan siempre guantes de látex o algodón. No obstante, los metales se han mostrado más resistentes a este tipo de ‘agresiones’ y peor y más peligroso es, por ejemplo, la moda de colgar candados en las barandillas de los puentes que pueden llegar a comprometer, incluso, las protecciones cuando las cerraduras se van oxidando.

Por último, y aunque alejado del plano turístico y mucho más centrado en el devocional, es preciso hablar del desgaste que sufre también el pilar de la Virgen, dentro de la basílica, como consecuencia de siglos de veneración. La santa columna se encuentra en un suerte de funda cilíndrica de bronce y en la parte trasera del camarín queda a la vista una parte del pilar. Es lo que llaman el humilladero y allí se halla un óvalo de 14 x 10 centímetros a unos 70 cm de la base del basamento. El constante peregrinar durante casi tres siglos por esta zona ha hecho que el óvalo se vaya desgatando y esta erosión llega a una profundidad de unos 4 centímetros de profundidad. Teniendo en cuenta que el diámetro del fuste es de unos 20 centímetros, es una pérdida importante pero no preocupante. Cuentan, por cierto, que besar el pilar lo desgasta menos que rozarlo con los dedos.

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