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Las reformas frustradas del parque Grande y su icónico Batallador

El Ayuntamiento anuncia que creará una alfombra de rosas hasta la estatua, que está a punto de cumplir cien años. En su día también se planteó enmarcarla entre grandes láminas de agua pero la idea no prosperó.

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Una de las recreaciones, con la lámina de agua y los pulverizadores.
Heraldo

Una alfombra de rosas conducirá hasta la estatua de Alfonso el Batallador en el Parque Grande. Es lo que ha anunciado el Ayuntamiento de Zaragoza y, aunque parece sencillo plantar cerca de 4.000 flores en el paseo de San Sebastián, los vecinos del entorno no las tienen todas consigo. Son escépticos porque el parque ha sido objeto de muchos proyectos de reforma que no han llegado a cuajar. “Es uno de los símbolos de la ciudad y siempre se están prometiendo mejoras, pero la verdad es que la escalinata tiene peldaños rotos y un buen montón de estatuas están vandalizadas”, afirma Verónica Osés, vecina de Manuel Lasala.

El más ambicioso de todos estos proyectos fue el que ahora cumple diez años… durmiendo el sueño de los justos. En 2010, de pronto, para reactivar la economía se contó con los Fondos Estatales de Empleo y Sostenibilidad Local y hubo que pensar a toda prisa cómo y en qué invertirlo. Se propuso entonces crear grandes láminas de agua “de varios metros de altura”, que enmarcaran la estatua y se hicieron unas recreaciones estupendas. Más de una década después apenas se han renovado las fuentes de chorros pero nada hay de los grandes pulverizadores de agua que embellecerían la estampa, a la vez que se evitarían así que la vista frontal de la escalinata tuviera de fondo los edificios altos de Torrero.

En 2010 se redactó un plan director que incluía sustituir el asfaltado del paseo de
San Sebastián por otra superficie más amable 

Con más de dos millones de euros, sí se procuró entonces conectar con más acierto los montes del Torrero con el área verde que, hasta entonces, eran dos espacios medioambientales muy próximo pero que se daban la espalda. En la presentación de aquel proyecto el entonces gobierno socialista de Juan Alberto Belloch anunció 17 intervenciones, algunas de las cuales aún se siguen esperando o no dieron el resultado esperado. Se decía que se cambiaría el pavimento de los peldaños y los descansillo, así como la balaustrada por “materiales más acordes con el entorno” y que se demolería el primer tramo de ambos lados de la escalera para “adaptarlo a la normativa actual”. Esta obra se llevó a cabo, costó 2,1 millones, pero apenas cuatro años después el pavimento lucía numerosos desperfectos.

También se puso sobre la mesa el debate en torno al polémico uso de los viales del Cabezo de Buenavista y el acceso de los coches por los actuales caminos que se reconvertirán en sendas de terrizo. Aquellas recreaciones frustradas o no natas en la realidad se suman a otras que también se quedaron únicamente en el 3D como cuando se quiso hacer el Covent Garden en la Estación del Norte o se dibujó la pradera de San Isidro en una degradada ribera del Huerva.

A lo largo de los años se han ido haciendo pequeñas actuaciones en el parque Grande, todas ellas muy lejos de los 50 o 60 millones de euros que requerirían todas las intervenciones marcadas en su plan director. Así, tras un desdichado accidente, se elevó la barandilla del puente de los Cantautores, también se escribieron sobre el asfalto letras de Labordeta (que ya prácticamente se están borrando) o se demolió -no sin controversia- la antigua pérgola de piedra de la rosaleda para hacer una nueva más efímera. El quiosco modernista del parque también ha sido objeto de muchos desvelos municipales, sobre todo, después de un acto vandálico protagonizado con una pala retroexcavadora. De todo ha habido en la dispar suerte del pulmón verde de Zaragoza. Entre las intenciones del equipo de Gobierno está ahora volver a abrillantar esta “joya de la arquitectura modernista aragonesa”, construido con motivo de la Exposición Hispanofrancesa de 1908. Para proteger el quiosco, habría que instalar puertas con un diseño acorde a la estructura existente -siempre con el visto bueno de la comisión provincial de Patrimonio- que se cerrarán por la noche. Los otros espacios icónicos del parque (el Rincón de Goya, la plaza de la Princesa con su fuente de Neptuno o el jardín de Invierno) tampoco viven su mejor momento y aguardan a que el área de Servicios Públicos le brinde una nueva oportunidad.

El citado plan director es de 2010 y plantea numerosas intervenciones posibles, desde pasarelas accesibles que lo unan con Torrero hasta, por ejemplo, sustituir el doble asfaltado del paseo de San Sebastián, el principal, por otra superficie más amable, con más arbolado e incluso carriles bici. Sobre sus jardines, el plan fue crítico con la ubicación de jarrones ornamentales, algunas especies allí plantadas... Las pintadas se ceban hoy en día especialmente con algunas esculturas y con zonas como el Huerva y el Cabezo, si bien la imponente estatua del Batallador solía librarse, al menos, hasta la semana pasada.

Se ha dicho que la estatua está a punto de cumplir cien años, pero sólo es una verdad a medias. De hecho, el monumento se diseñó con motivo de la celebración en 1918 del octavo centenario de la reconquista de la ciudad por el rey Alfonso I, pero no se colocó en el Cabezo hasta 1925. Cuentan que se utilizó como modelo el cuadro de Francisco Pradilla que se guarda en la Casa Consistorial y que el escultor José Bueno había presentado un boceto de estatua ecuestre, pero fue rechazado por su alto coste.

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Obras de la escalinata del Parque Grande a finales de los años 80.
Heraldo

Si hubiera que cifrar la edad del parque Grande bien podría decirse que en la actualidad tiene 92 años, pues se creó en la Zaragoza de los años 20 por el empeño del concejal Vicente Gálvez Plazuelo. Entonces nadie entendía por qué se quería hacer una zona verde en un rincón regado por las acequias del Canal Imperial y junto al cauce del Huerva, pero el empeño (cabezonería, incluso) del edil convirtió en “un parterre de flores” lo que parecía un “sueño estrambótico”. Hasta mitad del siglo pasado, gracias al parque, el Servet y la Romareda -como recuerda César Muñío, de la libería París-, la zona del Ensache zaragozano no comenzó a integrarse en la ciudad. El parque se inauguró el 17 de mayo de 1929, pero pocos ciudadanos se animaban a coger el tranvía para ir a visitarlo. No fue hasta el desarrollismo de los 60 cuando se perdieron numerosas zonas arboladas y el tráfico se comió las calles cuando los zaragozanos sintieron la necesidad de buscar este oasis de paz que es el parque.

El Rincón de Goya es una buena muestra de cómo ha ido cambiando el interés de las administraciones con el tiempo. Se concibió como una galería al aire libre (en 1928 por el centenario del nacimiento del pintor), se recondujo en colegio, pasó a ser un recodo abandonado (prácticamente estercolero) y se recuperó para albergar conciertos en los años 80 y 90. También entre el olvido y la renovada atención ha pasado sus días el curioso jardín botánico creado en el corazón del parque en los años 70. Entonces se impulsaron las explanadas de hierba y se instaló la fuente luminosa de su entrada, si bien la gran escalinata del Batallador hubo de posponerse unos años por falta de fondos. 

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