IMÁGENES DE LA CAPITAL DEL CIERZO / 24. 'ARTES & LETRAS'

El rincón de Goya a finales de los años veinte del pasado siglo

Un conjunto singular adelantado a su tiempo y nacido a la luz de un centenario, concebido por el arquitecto Fernando García Mercadal

Imágenes de la capital del cierzo / 24
Dos mujeres junto al cenotafio de Francisco de Goya, ca. 1929.
Juan Mora Insa. Colección Manuel Ordóñez

Francisco de Goya y Lucientes falleció en la madrugada del 16 de abril de 1828 en Burdeos (Francia), su refugio durante los casi cuatro años finales de su vida. Contaba con ochenta y dos de edad.

Al día siguiente, sus restos eran depositados junto con los de su gran amigo y consuegro Martín Miguel de Goicoechea, extinto en 1825, en un mausoleo del cementerio de La Chartreuse sufragado por la familia Muguiro de Iribarren.

Coincidirán conmigo en que esta no es la manera más jubilosa de comenzar un artículo, pero era imprescindible que conocieran o recordaran esta nota necrológica antes de introducirnos en las circunstancias en las que fue concebido un rincón zaragozano que cuenta con más de noventa años de existencia y una historia fascinante, y que además sirve de telón de fondo a un par de imágenes plenas de vida y luminosidad.

Demos ahora que ya estamos metidos en harina, un salto en el tiempo.

Corre 1925. Los prebostes de la ciudad no quieren que esta vez les “pille el toro” conmemorativo y deciden crear con la debida antelación temporal una Junta del Centenario de Goya en Zaragoza, del centenario de su muerte, claro.

La idea no es original. En los treinta años anteriores ya habían sido constituidas otras dedicadas al Primer Centenario de los Sitios y a los 800 años de la reconquista de la ciudad a los almorávides por parte de Alfonso I de Aragón.

Como es habitual en este tipo de casos todo el mundo quiere salir en la foto. La Junta, presidida por el rector de la Universidad de Zaragoza, Ricardo Royo Villanova, contaba con la presencia de una amplia representación del mundo de la política, la intelectualidad, la industria, el comercio y las artes locales, del poder laico y del religioso, del civil y del militar del momento, unidos todos ellos bajo el objetivo común de ensalzar la figura del genial pintor de Fuendetodos en la triste efeméride y asociarla para siempre a Zaragoza y a Aragón, o al menos a la idea más conservadora y racial de estos últimos, mediante la celebración de diversas iniciativas, actos, estudios y conferencias.

Y es aquí donde, por fin, comienza realmente nuestra historia.

Aún era 1925 cuando la Junta del Centenario encargó al arquitecto zaragozano Fernando García Mercadal, a la sazón un joven y prometedor profesional formado en Italia y la Europa central, un edificio singular, destinado a museo y biblioteca, que recordase y fuera un referente internacional en el estudio del homenajeado.

El aún no treintañero comisionado andaba por aquel entonces imbuido en intentar difundir en España los fundamentos del muy novedoso “arte racional”, el cual defendía un tipo de arquitectura basada en líneas simples y volúmenes geométricos sencillos, muy poco dado a la ornamentación y, por supuesto, alejado de las formas más clásicas y conservadoras, tan “á la mode” a las orillas del Ebro.

García Mercadal, que se olía la tostada de que su proyecto podría ser tachado de radical por los popes de la arquitectura zaragozana de la época, pidió libertad creativa absoluta y propuso para el encargo la adecuación de una depresión natural en forma de anfiteatro situada en las cercanías del río Huerva en el “Parque Grande”, que pasaría a ser “de (Miguel) Primo de Rivera” en 1929.

En dicho lugar se levantaría en los años 1927 y parte de 1928 una edificación de estilo racionalista (una de las primeras, si no la primera, en España) integrada armoniosamente en un conjunto de diversos elementos naturales y paisajísticos que la embellecían, tales como un estanque, jardines y otros términos ornamentales de formas cuadradas y rectangulares que nunca llegaron a ser completados totalmente.

Formaban el edificio varios cuerpos de formas geométricas y diversas alturas y colores. El central, más alto, actuaba como sala de recepción de los visitantes y espacio de distribución; a su derecha, otro más bajo y alargado, rematado en ábside haría las veces de biblioteca en tanto que a la izquierda, otro menos desarrollado sería destinado a exponer obras del artista homenajeado y ser sala ocasional de exposiciones.

Adicionalmente el ayuntamiento de Burdeos donó al de Zaragoza, que lo incorporó al proyecto, el cenotafio del enterramiento de Goya y Goicoechea en el camposanto de La Chartreuse. Los restos mortales del fuendetodino viajaron en las mismas fechas con destino a Madrid, encontrando nuevo descanso en el Panteón de Ilustres de la Sacramental de San Isidro.

El Rincón de Goya se inauguró el día 16 de abril de 1928 con presencia de lo más granado de la sociedad zaragozana del momento.

El Rincón de Goya se inauguró el día 16 de abril de 1928 con presencia de lo más granado de la sociedad zaragozana del momento

Todo parecía ser felicidad y parabienes y, en los brindis, se aseguraba que aquella muestra material de amor incondicional del pueblo aragonés a su insigne paisano iba a perdurar incólume 'per saecula saeculorum'.

Nada más lejos de la realidad. Tan pronto como el último invitado abandonó el recinto comenzaron los problemas, algunos previsibles, otros no tanto.

Los artistas y poderes fácticos más rancios de la Zaragoza de entonces se mofaron públicamente y a través de la prensa más influyente y conservadora del nuevo inquilino del Parque. Ello, unido a su lejanía del centro urbano (¡como si ello no fuera conocido de antemano!) y su rechazo por buena parte de la población, hizo que la vida cultural del Rincón fuera breve.

Y así, entre pitos y flautas, entre dimes y diretes, el Rincón fue cayendo poco a poco en el olvido y la indiferencia, ese cruel destino al que parecen abocadas tantas obras civiles en este país.

De su modorra y abandono lo sacó su entrega en 1939 al Frente de Juventudes y en 1945 a la Sección Femenina de la Falange Española, que reconvirtió lo que iba a ser templo para las artes en centro escolar, prostituyendo su interior y su exterior hasta convertirlo en algo irreconocible pero más acorde estéticamente con los gustos del nuevo régimen, vencedor de la reciente contienda civil.

Las fotografías

Imágenes de la capital del cierzo / 24
Paseando entre los macizos de flores de los jardines de la parte delantera del edificio.
Juan Mora Insa. Colección Manuel Ordóñez

Una soleada mañana de finales de los años 20 del pasado siglo, el fotógrafo Juan Mora Insa, natural de Escatrón y formado profesionalmente en el estudio de Ignacio Coyne, acompañado de dos garbosas mujeres, recorrió los jardines aledaños al edificio principal del Rincón de Goya y obtuvo una serie de negativos en los que aparecían los mismos recorridos por sus ocasionales modelos.

En el primero de ellos, las dos parecen detenerse a contemplar el cenotafio del pintor. Tras ellas, los elegantes y coloridos volúmenes de la obra de García Mercadal, se asoman a un estanque cuadrangular y a unos coquetos jardines plenos de arbolado.

En el segundo, una de las desconocidas, esta vez sola, parece contemplar la floración de los macizos vegetales que conforman uno de los jardines, teniendo como telón de fondo, de nuevo, el entonces casi recién inaugurado pero pronto prácticamente inútil edificio.

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