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Una historia de verjas, patrimonio y unos cuantos balonazos

No son muchos los templos de Zaragoza que cierran sus portadas con enrejados como el que ha vuelto a instalarse en la colegiata de Calatayud.

La reja de Iguácel, que se conserva en el Diocesano de Jaca.
La inigualable reja de la ermita de Iguácel, que se conserva en el Museo Diocesano de Jaca.
Laura Uranga

Esta misma semana se ha vuelto a colocar la verja de la colegiata de Santa María de Calatayud. No es un enrejado nuevo, sino que fue diseñado en su día por Ricardo Magdalena y se retiró hace un par de años para acometer la restauración del templo y facilitar el acceso de la maquinaria. Algunos vecinos se han sorprendido al ver la verja de vuelta porque, en realidad, no son muchas las iglesias aragonesas que cuentan con este tipo de protección en sus portadas.

La verja de la colegiata de Santa María de Calatayud regresa a su sitio.
La verja de la colegiata de Santa María de Calatayud regresa a su sitio.
Macipe

En Zaragoza se cuentan con los dedos de una mano y, generalmente, suelen pasar bastante desapercibidas. Hay enrejados en San Antonio de Padua (conocida como la iglesia de ‘los italianos’ en el paseo de Cuéllar), en el Sagrado Corazón de la avenida Goya o en la parroquia de las Fecetas. También las hay en algunos de los templos que son sedes de cofradías de Semana Santa y en los que estas verjas dificultan en parte las salidas de las procesiones. Es el caso de la iglesia del Portillo, con los cofrades de la Oración del Huerto, o de la basílica de Santa Engracia, en donde este año el Calvario estrenará una plaza peatonalizada.

Pero, ¿por qué se construyeron estas verjas y cuál es su objetivo? Según explican fuentes de la Iglesia en Zaragoza, a mitad del siglo pasado era habitual que los niños jugaran con el balón en la calle y, en ocasiones, las portadas de las iglesias les servían de portería de fútbol. Así, las arquivoltas repletas de imágenes y estatuas corrían un serio riesgo de deterioro (cuando no amputación) y no era de recibo que joyas escultóricas del siglo XVI vieran su integridad comprometida por un disparo de un aspirante a pichichi escolar. Explican que en algunas iglesias también se han prohibido otro tipo ‘agresiones’ que pudieran resultar mucho más leves como el simple lanzamiento de confeti o arroz en las bodas, dado que estos elementos pueden afectar a las instalaciones eléctricas colocadas para ahuyentar a las palomas.

Los hermanos del Calvario, en una lluviosa procesión, saliendo de Santa Engracia.
Los hermanos del Calvario, en una lluviosa procesión, saliendo de Santa Engracia.
Oliver Duch

Aunque hay enrejados verdaderamente históricos, fue en los años 70 cuando comenzaron a proliferar este tipo de vallas que, por lo general, eran poco artísticas y aún menos valiosas en lo que a patrimonio se refiere. Es precisamente la Dirección General de Patrimonio del Gobierno de Aragón la que hoy día debe autorizar o rechazar cualquier elemento que interfiera, aunque sea visualmente, con las fachadas protegidas de las iglesias y las catedrales. Lo mismo sucede con los grandes portones chapados de los templos (véase San Felipe o San Pablo), que son -más que las rejas- las que hoy impiden que se produzcan daños en los monumentos.

No solo los ‘chuts’ de la chavalería invitaron a poner verjas, sino que durante un tiempo también se consideraron útiles para disuadir de que los sintecho se acomodaran bajo los arcos o de que los más jóvenes utilizaran la escalinatas como lugar de reunión o, incluso, botellódromo. Hace una década se generó un intenso debate cuando el cabildo de Huesca lanzó la propuesta de volver a poner una verja como la que había en los años 50 en la entrada principal de la catedral para evitar daños en el monumento, pero tras varios estudios, finalmente, aquel paso no se llegó a dar. De hecho, la polémica se centró en el paradero -aún del todo incierto- de la que había sido la verja original y que, lamentablemente, parece que acabó en la chatarra.

En el Museo Diocesano de Jaca se conservan
las mejores rejas románicas de Aragón

No es asunto menor el destino final de ciertas rejas y verjas, pues no hay que olvidar que el magnate estadounidense William Randolph Hearst se llevó hasta su mansión de San Simeón, en California, verjas de patios españoles del siglo XIV, la reja del coro de la catedral de Valladolid y, entre otras joyas, una techumbre mudéjar procedente de Tarazona.

De vuelta a las forjas, los especialistas en arte explican que suelen ser mucho más valiosos los enrejados interiores (los que, por ejemplo, protegen capillas, coros o campanarios), que los elementos del exterior. Mercedes Penacho, periodista e investigadora del patrimonio aragonés, destaca de entre toda la rejería románica de la Comunidad "la excepcional decoración de los roleos de la reja de la ermita de Santa María de Iguácel, que actualmente se expone en el Museo Diocesano de Jaca". Esta obra medieval hecha en hierro y moldeada a martillo tiene más de dos metros de altura y cuatro de largo y la experta en arte emigrado aragonés cuenta que, incluso, una joyería de Jaca hacía piezas inspiradas en esta reja.

Lourdes Diego Barrado en su libro ‘Nacido del fuego. El arte del hierro románico en torno al Camino de Santiago’ (Mira Editores, 2015) abunda también en que la catedral de San Pedro de Jaca y su Museo Diocesano "conservan la mayoría de las rejas románicas de Aragón, que si no son muchas poseen una gran calidad, algunas de gran belleza como la de Iguácel, decorada con unos primitivos rostros".

De vuelta a una forja más contemporánea, los zaragozanos intuyen el valor de algunos enrejados a la vista de todos como son los del Mercado Central, el edificio de Capitanía o la caprichosa forja que cierra perimetralmente el Paraninfo y que está rematada con pequeños dragones. Menos se repara en otro par de ejemplos protegidos según el catálogo histórico-artístico del Ayuntamiento de Zaragoza. 

La puerta del Gran Hotel, la verja de Capitanía y la del paseo de Ruiseñores.
La puerta del Gran Hotel, la verja de Capitanía y la del paseo de Ruiseñores.
Heraldo

Una de ellas es la verja del jardín de Averly, en el paseo de María Agustín, que es obra de la propia fundición y que nadie discutió en su proceso de catalogación. Otra ‘rara avis’ de la rejería local es la puerta de dos hojas ubicada en una parcela del paseo de Ruiseñores. "Entre espléndidas jambas de piedra, tiene un diseño de carácter neobarroco y aire francés", explican sobre una pieza que se fundió hace ahora un siglo. 

También hasta la década de 1920 hay que viajar para encontrar otro caso singular: el de la antigua puerta de acceso al Gran Hotel, que hoy está junto al pabellón de Ceremonias de la Expo. Fue ejecutada en hierro fundido y forjado en 1928, y la inauguró el rey Alfonso XIII. En su día la cruzaron, entre otras grandes personalidades, Ava Gadner, Manolete, Tyrone Power, Gina Lollobrigida o Anthony Mann.

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