"Impacta el silencio de los niños en los centros de acogida ucranianos"

Oksana Jantya, ucraniana residente en Zaragoza, salió en un convoy de ayuda humanitaria con destino Polonia para ayudar a los refugiados. Unos días después de su vuelta cuenta la "horrible" estampa con la que se encontró.

Ya han pasado siete días desde que Oskana Jantya, residente en Zaragoza pero "mitad moldava, mitad ucraniana" -como ella misma se define-, volviera de Cracovia (Polonia), destino al que acudió con el fin de ayudar a quienes huían de la guerra. No fue sola. Oksana se sumó a un convoy solidario organizado por el empresario zaragozano Egoitz Aguirre, que partió de Miralbueno con seis furgonetas "llenas hasta los topes" y ocho conductores que no se conocían entre sí. 

"Nos juntamos unos cuantos que solo queríamos ir a ayudar. El objetivo era para todos el mismo, así que no podía salir mal", dice Jantya. Y así fue. Alrededor de 35 horas después de haber salido de la capital aragonesa llegaron a su destino. "Puedo contarlo porque ya han pasado unos días, pero la imagen que nos encontramos al llegar fue desoladora", recuerda con tristeza Oksana Jantya. 

"Fuimos a uno de los pabellones donde se refugiaban los ucranianos. El silencio era estremecedor. Nadie hablaba, ni siquiera los niños. Sus caras solo reflejaban terror y tristeza. Casi todos miraban sus móviles para saber cómo iba la guerra y los más pequeños, que había muchísimos, mínimamente jugaban entre ellos, pero sin hablar. Era horrible", cuanta Jantya. 

"Había quien tenía un destino al que ir y solo esperaban que alguien les llevara. Pero también los había sin un lugar desde el que partir de cero, dejando a sus hijos luchando, abuelos y familiares en un país devastado, sin dinero y sin futuro. Historias realmente dramáticas", dice la joven.

De allí lograron llevarse a varias personas con diferentes destinos y salieron dirección a la estación de metro, donde también había refugiados. "Hacía muchísimo frío, vimos mujeres y niños por las calles sin saber hacia dónde ir, y la estación también estaba llena. El panorama era similar al que vimos en el pabellón anterior... silencio, miradas perdidas. Me llamó la atención que nadie venía a pedirnos ayuda. Llegar hasta donde estaban les había costado dejar su vida y un viaje de una media de 20 horas en vagones de trenes de mercancías, sin poder ir al baño o beber agua, con niños pequeños", explica Jantya.

Viaje de vuelta: la luz al final del túnel

Con las seis furgonetas vacías de material, pero llenas de vidas, el convoy zaragozano tomaba rumbo a España con 35 ucranianos a bordo. Niños, mujeres y un hombre que logró cruzar la frontera por ser padre de familia numerosa. "Tiene gemelos de tres meses y medio y una niña, Cristina, de menos de tres años. Él pensaba que le iban a llamar del ejército y que no podría huir, pero finalmente no fue así", dice la ucraniana.

Oksana Jantya, en el centro de la imagen, junto a las familias ucranianas que ya están en Maella.
Oksana Jantya, en el centro de la imagen, junto a las familias ucranianas que ya están en Maella.
O. J.

"El viaje de vuelta estuvo plagado de momentos. La sensación constante era que se sentían culpables porque nosotros hubiéramos dejado nuestras vidas por ayudarles. Cuando paramos en la primera estación de servicio a repostar fueron ellos quienes nos ofrecieron sus bocadillos, los que les habían dado los voluntarios, para que no les pagáramos un plato de comida caliente", cuenta Jantya. 

"En el tiempo que duró el viaje, yendo niños en todas las furgonetas, en ningún momento nos pidieron ni siquiera parar para ir al baño. Ni un poco de agua o decir 'tenemos hambre' o 'tengo que cambiar el pañal al bebé'. No hablaban. Los niños no lloraban", recuerda Oksana. 

Un largo trayecto que comenzaba a cumplir objetivos con los primeros refugiados ya en sus destinos. Barcelona, Reus y otros pueblos catalanes fueron vaciando las furgonetas. Al final, de los 35 ucranianos con los que salieron de Cracovia, el convoy zaragozano solo se quedó con aquellos que no tenían destino: la familia de los dos bebés y una niña, y una madre y una hija. 

El destino para ellos era Maella, la localidad zaragozana que se había propuesto para acoger refugiados a través de la Asociación Ucraniana de Residentes en Aragón. "Cuando llegamos lo tenían todo preparado para ellos. Les han cedido el albergue, les han dado bolsas con peluches para los niños, comida... Han vuelto a sonreír. Están tan agradecidos que no se cansan de decírnoslo", comenta Oksana Jantya. 

"En unos días les conseguirán casa en el pueblo. Es, sin duda, un paso más para ellos", cuenta Jantya, quien "como ucraniana" tampoco sabe cómo dar las gracias "al pueblo español". "Lo dais todo, incluso lo más valioso, vuestro tiempo. Me siento orgullosa de vivir aquí, con personas tan maravillosas. Es increíble", expresa la joven.

"Este lunes, las familias vendrán a Zaragoza en un autobús para formalizar todos los papeles necesarios y que tengan todo en regla. Mi marido y yo, que tenemos un pequeño bar en el Actur -Jantya Café, calle León Felipe 3-  hemos hecho un hueco en el almacén para que, quien quiera ayudar, nos traiga lo que consideren necesario para que el bus que les lleve a su nueva residencia, vaya tan lleno de ayuda que les permita, al menos durante un tiempo, volver a empezar un nueva vida", concluye Oksana Jantya. 

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