aragón es extraordinario

Manolo Micheto, el ojo público que lleva a Calatayud en el alma

El médico bilbilitano recuerda la influencia de José Verón Gormaz y Carlos Moncín en su trayectoria paralela como fotógrafo 

A don Manuel Micheto le llaman Manolo en Calatayud. Médico de los que llevan como apellido la frase ‘de toda la vida’, servidor público, fotógrafo respetado y admirado, bilbilitano de pro, lo de Manolo le pega más que don Manuel, sí; cuestión de carácter, abierto y sencillo, con el entusiasmo de un muchacho cuando habla de lo que le gusta y el aplomo de un veterano cuando versa sobre lo aprendido. Como ocurre con la gente inteligente, se considera un alumno perenne en la vida.

Los recuerdos se agolpan en su discurso cuando repasa viejas fotografías de Calatayud. “Estuve de teniente de alcalde, en la comisión de desarrollo económico; fue cuando pusimos en marcha el Mesón de la Dolores. De allí pasé a ser el representante del Ayuntamiento en el Centro de Estudios Bilbilitanos; cuando dejé el ente municipal, Agustín Sanmiguel, que presidía el Centro, me nombró vicepresidente. Por desgracia, tuve que suplirle a su muerte, una responsabilidad que luego se ratificó en elecciones a finales de 2009. Cuatro años después dimití por razones de salud; no quise ralentizar la marcha de la institución. Mientras estuve allí abogué mucho por la fotografía, tanto en el rescate de imágenes antiguas como el fomento de actividades de fotógrafos bilbilitanos en torno a Calatayud. Las publicaciones hechas en ese sentido, con textos alusivos, serán muy apreciadas en el futuro”.

La medicina ha sido su profesión, pero la fotografía es su pasión. “Empecé a los 14 años con una Canon Demi que me pusieron los Reyes Magos. Era muy curiosa; te partía el fotograma por la mitad. Fui haciendo mis pinitos en este arte y luego tuve la gran suerte de conocer a José Verón y a Carlos Moncín, dos guías, referentes y amigos. Con Pepe aprendí muchísimo de la luz, hacíamos diapositiva, y Carlos me enseñó edición digital, además de descubrirme el HDR, que es toda una tentación en la fotografía; hay que usar este recurso sin abusar de él. Al principio me volvía loco el recurso, pero luego –ríe– ya encontré la sensatez. De Pepe y de Carlos no tengo sino buenas palabras como profesionales y personas; Carlos era arriesgado, siempre iba un poco más allá, y bordaba los reportajes, me enseñó a comunicar. Pepe es pura lírica, con sus imágenes paisajísticas ‘sin bicho’, como dice él, para que nada despiste el tiro; de él cogí además el color y el encuadre”.

Manuel Micheto, fotografiando Calatayud desde el mirador contiguo al Santuario de Nuestra Señora de la Peña
Manuel Micheto, fotografiando Calatayud desde el mirador contiguo al Santuario de Nuestra Señora de la Peña
Laura Uranga

El reconocimiento a su obra ha llegado en abundancia. “En los 90 tuve la suerte de ganar varios premios, de ámbito nacional e incluso internacional, y llegué a exponer en un pub de Florencia que mostraba mucha sensibilidad para el arte, me hizo mucha ilusión, con España y Aragón como temática; saqué Calatayud, los órganos de Montoro, el Matarraña… Pepe Verón y yo dimos muchas vueltas por Aragón cuando él estuvo preparando un proyecto para la Expo 2008, y me fascinó lo maravillosa que es nuestra tierra, la diversidad de paisajes”.

Manolo llevó otras muestras por varias ciudades españolas, como ‘Los latidos del aire’ y ‘Un mundo sin sombras’. “La última que hice fue ‘La piel de Aragón’ en la UNED de Calatayud, la de Borja y la de Caspe, en el 2013, y en la Aljafería en 2014. También ilustré un cupón de la ONCE”.

Lo digital ha cautivado a Manolo de un modo muy similar al que lo hizo la fotografía analógica. “Es un mundo de posibilidades, tanto de exposición como de recursos, pero no descarto volver a las exposiciones físicas; lo último que he hecho es poner la foto de portada a un libro de Javier Aguirre con una imagen del Salt de la Portellada”.

Manolo se considera “un buen bilbilitano, amo Calatayud desde siempre; he estado tan arraigado que me quedé aquí a trabajar y no me costó esfuerzo decidirme, ni fue un sacrificio, lo tenía claro. He hecho todo lo que he podido por ayudar a la comunidad. Ahora ya no estoy en ningún ‘jardincico’ metido, pero no digo que no lo vaya a estar en el futuro, aunque no será nada público, sino en forma de colaboraciones”.

El médico entregado a su labor cotidiana que fue guía real por un día

La medicina ha sido su vida en el día a día. “Mi tío era médico, se llamaba Manolo como yo, y fue el que me hizo apreciar la profesión desde crío, 6 ó 7 años tendría. Lugo resultó que mis mejores amigos también querían hacer medicina; acabamos el 70% de la pandilla en la Facultad de Medicina de Zaragoza. Luego elegí la especialidad en Medicina del Trabajo, e hice mis pinitos en la Seguridad Social; luego me contrataron en la MAZ y ahí he estado hasta la prejubilación, hace nada; han sido 32 años allá, de mis 38 como médico. Cuando empecé no había mucha gente con esta especialidad; es muy bonita, aunque dura, porque es una seudourgencia. Cuando alguien te viene con una herida de arriba abajo o el brazo destrozado no es fácil, hay que hilar fino”.

En el curso de sus obligaciones como servidor público, Manolo recuerda una anécdota muy particular con el actual Rey de España, en una visita que el monarca, –cuando aún no lo era– giró a Calatayud. “Entonces era el Príncipe de Asturias, y en una visita oficial le hice de cicerone, especialmente en el Mesón de la Dolores. Guardo el ‘Hola!’ en el que salgo en una foto con él –lo enseña: ciertísimo– y se reunió luego con el alcalde, Marcelino Iglesias, Senao... creo que llegó a probar el congrio con garbanzos, una receta muy de aquí”.

Pedirle a Manolo que cite un rincón especial de Calatayud es ponerle en un brete. Se lo piensa un poco antes de acercarse a la plaza de España y mirar en derredor, perdiéndose luego un poco por las calles adyacentes, para sugerir luego la subida al Santuario de Nuestra Señora de la Peña, “desde donde hay una de las mejores vistas de Calatayud”.

Una familia confitada desde hace tres siglos

El apellido Micheto da a dulce por todos los lados; en este caso, a Manolo le toca el asunto de refilón. “El primer Micheto empezó a hacer confites y pasteles a mediados del siglo XVIII; la tradición siguió, y tiene hechos curiosos. Mi padre, Miguel, era confitero, y mi tío Manuel, médico. Ahora es mi hermano Miguel quien ejerce de confitero, y yo soy el médico. La verdad es que la confitería lleva fama, no solo aquí sino en Zaragoza e incluso en Madrid, fue proveedora de Alfonso XIII. Los turolenses también vienen mucho en Navidad a comprar turrones. Ahora también envían a todos los rincones de España; mi hermano lleva el obrador y mis hermanas, Maricruz y Maribel, la tienda. Son majísimas, y no lo digo porque sean mis hermanas, es que tienen don de gentes. En Micheto son famosos los bizcochos, la receta viene de mi bisabuelo y se ha pasado de generación en generación; es suave, esponjoso. También las brevas y las frutas de Aragón, con las que mi hermano experimenta bastante, está haciéndolas también de jengibre, lima y limón, además de las típicas”.

De nuevo en la música

En el estudio que tiene Manolo en su casa, entre cientos de libros y fotografías, hay un pie de guitarra con una hermosa Gibson Les Paul y un ampli Marshall. “Me siento muchos ratos a tocar, sí. En la primera mitad de los 70 hicimos un conjunto musical aquí, Kripton, aunque luego pasó a llamarse Trauma, cosa de médicos –más risas– y aún hay fotos rulando por las redes; el bajista era el hermano de Pepe Verón, Juan, que sigue en la música y sacó hace nada su último disco, ‘Blanco y negro’, creo que lleva ocho ya en solitario. También estaban Javier Morte, Paco Acero y Jesús Alonso, un chico de Villarroya. Nos encantaba tocar, pero los instrumentos eran carísimos entonces; actuábamos en todo tipo de pachangas para poder comprarlos”.

Artículo incluido en la serie 'Aragón es extraordinario'.

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