Un mundo violento: más armas que nunca

Es difícil encontrar un periodo pacífico en la historia de la humanidad. Actualmente, la guerra continúa siendo un gran negocio

Hace 13.400 años ya se mataba indiscriminadamente. Investigadores del Museo Británico y las universidades de Burdeos y Toulouse acaban de publicar un estudio sobre un cementerio de finales del Paleolítico encontrado al norte de Sudán. El 75% de los restos humanos muestran lesiones de ataques violentos.

Hace cinco años una antropóloga forense de la Universidad de Cambrigde publicó un informe demoledor sobre una matanza en el lago Turkana (Kenia) ocurrida hace 10.000 años. Entre los restos de 27 personas recuperados había seis niños pequeños y una adolescente.

Hace tres años una investigadora sueca encontró en un precioso paraje de su país diez cráneos de mujeres y hombres de hace 8.000 años atravesados por una pica. Entre sus conclusiones desvelaba que habían sido torturados antes de matarlos.

Hace poco más de un año un estudio publicado en la revista ‘Nature’ anunciaba que se habían encontrado los restos de nueve miembros de una misma familia (entre ellos cuatro niños) asesinados en pleno Neolítico hace 7.300 años en la cueva de Els Trocs, en el Pirineo de Huesca.

La guerra, la violencia y el ensañamiento circulan por nuestros genes desde hace milenios. Por mucho que rebobinemos la historia, es difícil encontrar un periodo pacífico de la humanidad y, a lo largo de mi vida profesional en las últimas cuatro décadas, casi todo el mundo que me he encontrado en plena ebullición bélica me ha demostrado que prefiere matar antes que morir.

Cuando todo se desmorona y los puentes de convivencia se resquebrajan, aparece la sed de violencia insaciable del ser humano. Ni siquiera es necesario que haya armas automáticas para que se desate una matanza o un genocidio como el ocurrido a finales del siglo XX en Ruanda. En apenas un trimestre escolar, entre abril y junio de 1994, casi un millón de seres humanos fueron liquidados, la mayoría a machetazos por vecinos con los que acudían hasta días antes a los mismos lugares de culto, mercados o colegios.

Creer en un mundo sin guerras parece más cerca de un sueño que de la triste realidad. Desde el pistoletazo inicial de un conflicto ya hay gobiernos, empresas y bancos haciendo negocios sin escrúpulos en plena competición por los contratos más suculentos.

Los datos del gran negocio empiezan por el escandaloso gasto militar actual, tal como lo recoge el Instituto Internacional de Investigación para la Paz de Estocolmo (SIPRI, según sus siglas en inglés) en su último informe: "En 2019 el gasto militar mundial fue de 1.750.000 millones de euros, igual al 2,2% del Producto Interior Bruto mundial o 230 euros por persona".

Un soldado salvadoreño con su novia en Suchitoto (El Salvador).
Un soldado salvadoreño con su novia en Suchitoto (El Salvador).
Gervasio Sánchez

Ese gasto significó un incremento de 3,6% con relación al año anterior y un 7,2% superior al del 2010. Estados Unidos y China suman casi la mitad del gasto mundial. Europa gastó 330.000 millones de euros, siendo Francia y Alemania los países con mayor presupuesto militar.

Otro dato demoledor es el incremento de un 5,5% en el último quinquenio de las transferencias internacionales de grandes armas. Entre los principales exportadores de armas, lista encabezada por Estados Unidos, Rusia y Francia, España ocupa el séptimo puesto con grandes posibilidades de escalar alguna posición cuando se sumen el récord de autorizaciones de ventas de armas del primer semestre de 2020: 22.545 millones de euros, una cifra superior a la suma de los dos años anteriores.

Algunas ventas de armas, como las autorizadas para Arabia Saudita, reconvertida en el principal país importador de armas, copando el 12% de las compras mundiales, o a Marruecos, violan escandalosamente la Ley de Comercio Exterior de Material de Defensa y Doble Uso (ley 53/2007), aprobada por el Parlamento español en diciembre de 2007.

En ella se afirma que no deben venderse armas "cuando existan indicios racionales de que puedan ser empleadas en acciones que perturben la paz, exacerbar tensiones o conflictos latentes, ser utilizadas con fines de represión interna o en situaciones de violación de derechos humanos o puedan vulnerar los compromisos internacionales contraídos por España".

El Gobierno de PSOE y Unidas Podemos, como hicieron anteriormente otros gobiernos de PP y PSOE en solitario, siguen multiplicando sin pudor la venta de armas españolas a Arabia Saudita por un valor de casi cien millones de euros en los primeros seis meses de 2020, a los que hay añadir los 1.800 millones de euros por la compra de cinco corbetas construidas en el astillero público Navantia.

Entre 2016 y 2020 se han llevado a cabo exportaciones a Marruecos de material armamentístico que superan los 87 millones de euros, a los que habrá que sumar los 150 millones de euros del buque de guerra que construirá Navantia para la Marina marroquí.

Artificieros recogen proyectiles de morteros en Kuito (Angola).
Artificieros recogen proyectiles de morteros en Kuito (Angola).
Gervasio Sánchez

Durante los gobiernos socialistas de José Luis Rodríguez Zapatero, responsable de sextuplicar la venta de armas españolas entre 2004 a 2011 (pasamos de vender 400 millones a 2.400 millones de euros), Amnistía Internacional, Intermón Oxfam, Greenpeace y Fundació per la Pau, cuatro organizaciones humanitarias no gubernamentales muy prestigiosas, presentaron informes exhaustivos en los que se remarcaban "las transferencias a destinos preocupantes sin que se conozcan los criterios que han permitido estas exportaciones, según lo establecido por la propia ley".

Recientemente, doce colectivos, entre los que se encuentra el Observatorio Aragonés para el Sáhara Occidental, la Asociación de Periodistas Saharauis en España o el prestigioso Centro Delàs de Estudios por la Paz, han enviado un escrito de protesta por la venta de armas a Marruecos a la Secretaría de Estado de Comercio, de la que dependen las certificaciones de exportación, un organismo que casi siempre actúa inquietantemente con gran secretismo en temas de armas, amparado por une ley de origen franquista.

Las organizaciones recuerdan que Marruecos "ocupa militarmente la mayor parte del territorio no autónomo del Sáhara Occidental desde noviembre de 1975" y que la situación se ha agravado desde noviembre de 2020 con nuevos ataques entre las fuerzas militares en litigio.

El abogado Luis Mangrané considera que "todas las armas que se venden a Marruecos forman parte de ese dispositivo militar de opresión contra el pueblo saharaui y la guerra desencadenada en los últimos meses amenaza la estabilidad de la región por su posible extensión a la limítrofe Mauritania, que ha recibido incluso ataques de las fuerzas marroquíes al confundir a sus tropas con las del Frente Polisario, y los conflictos de Mali y Libia".

En la 51 edición del informe del SIPRI se pone énfasis en "el deterioro continuo de las condiciones para la estabilidad internacional" que se refleja en el aumento del gasto militar y las transferencias mundiales de armas. Existe una profunda preocupación por "la cronificación de la crisis de control de armas y un tablero geopolítico con rivalidades regionales cada vez más tóxicas".

En guerra

Más de la mitad de los conflictos armados activos en el mundo, que afectan a 32 estados, tienen lugar en África. Varios países, entre ellos Libia, Burkina Faso, Nigeria, Mali, Sudán del Sur, Somalia, están afectados por conflictos de alta intensidad. Las guerras con mayor número de muertos se siguen desarrollando en Afganistán (en guerras continuas desde hace más de 40 años), con 42.000 muertos en 2019, Siria y Yemen.

Las guerras abiertas, los conflictos de alta y baja intensidad, las actividades trasnacionales de grupos islamistas violentos, las redes delictivas de tráfico de drogas, las tensiones étnicas y religiosas y la combinación de gobiernos débiles y corruptos han provocado que el número de desplazados por la fuerza ascienda a los 70,8 millones de habitantes, entre ellos casi 26 millones de refugiados obligados a vivir en condiciones pésimas fuera de sus países de origen. 

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