Blog - Los desastres de la guerra

por Gervasio Sánchez

Álbum de posguerra de Bosnia, 30 años después

Treinta años después del inicio de la desintegración de la antigua Yugoslavia, niños y adolescentes fotografiados entonces cuentan en un documental el impacto que aquella guerra ha tenido en sus vidas.

Álbum de posguerra de Bosnia, 30 años después
Las hermanas Alma y Selma Kapadija se columpiaban en enero de 1994. Hoy ambas son ya madres de unas hermosas niñas que pronto tendrán las mismas edades que ellas cuando empezó la guerra. Las tanquetas de la ONU eran recibidas con entusiasmo por las pequeñas porque los soldados repartían chocolatinas y caramelos.
Gervasio Sánchez

La guerra es oscuridad, dolor, pánico, destrucción, devastación, muerte. Sus consecuencias se sufren durante décadas. Creer que un conflicto finaliza cuando se estampan unas firmas en un trozo de papel es pura entelequia. Reconstruir desde las cenizas los puentes de convivencia entre las comunidades es muy difícil, a veces imposible. El pasado tiene tanto peso que colapsa el presente e impide la reconciliación.

Se cumple 30 años del inicio a finales de junio de 1991 de la desintegración de la antigua Yugoslavia. Aquella república socialista se reconvirtió en siete países (Eslovenia, Croacia, Bosnia-Herzegovina, Serbia, Macedonia, Montenegro y Kosovo) después de cinco guerras, centenares de miles de muertos, millones de desplazados y refugiados, decenas de miles de desaparecidos, decenas de miles de mujeres y niñas violadas y, por si todos estos datos no son suficientemente dramáticos para explicar el desastre, con un retroceso económico de décadas en la mayor parte de su antiguo territorio.

Los puentes de convivencia siguen destruidos y las comunidades se dan la espalda. El 6 de enero de 2020, poco antes de que el mundo colapsara por la pandemia de coronavirus, se escucharon centenares de disparos al aire en Sarajevo. Algunos ultranacionalistas serbios celebraron la Pascua ortodoxa de la misma manera que durante la guerra: atemorizando a sus vecinos con las armas guardadas en sus casas. Aunque era un simulacro no comparable con los bombardeos salvajes durante el cerco, la intención era similar: "Aquí estamos, no lo olvidéis".

La experiencia bélica crea un amargo poso para siempre. Es como si algo muriera en el interior. Quizá por ello me gusta volver a los sitios en una búsqueda personal que equilibre la balanza anímica. Si soy capaz de iluminar la cotidianidad que surge del infierno bélico, quizá evite ir al psicólogo para hablarle de mis fantasmas.

"Los niños de la guerra nunca tuvimos oportunidades. Sobrevivir fue nuestro gran éxito"

Tampoco quiero irme de los sitios porque parte de mi biografía está construida por los retazos de vida que he vivido en las guerras de otros, viendo a las víctimas morir o sobrevivir. También me siento obligado moralmente. He conseguido hacerme un nombre profesional con el dolor ajeno. He recibido premios y felicitaciones. ¿Qué me cuesta buscar a quienes fotografié y conocer su paradero actual? Mi calendario de grandes momentos tiene que ver con esos reencuentros.

Aunque he cubierto más de dos decenas de conflictos armados en los últimos 35 años, la guerra de Bosnia-Herzegovina y sus consecuencias dramáticas es la que más huella ha dejado en mí. A pesar de que hablaban un idioma bien distinto al mío, escuchábamos a los mismos grupos de rock, leíamos a escritores parecidos y nos apasionábamos con los mismos directores de cine.

El documental ‘Álbum de posguerra’ está protagonizado por niños y adolescentes entre 5 y 14 años que fotografié en pleno cerco de Sarajevo entre 1992 y 1994 y que sobrevivieron sin un rasguño a bombardeos incesantes mientras morían 1.601 menores de edad. Quiero que sean ellos, cuando hoy ya tienen entre 33 y 43 años, los que cuenten el impacto que supuso aquella guerra en sus vidas y evitar que los mismos políticos y diplomáticos europeos que consintieron las matanzas con una actitud vergonzosamente pasiva, cínica e hipócrita recompongan o manipulen los hechos históricos a su antojo.

Damir Mirkovic lanza a la canasta ante una pared salpicada de metralla en octubre de 1993 mientras Jasmin Lopardija, justo a su derecha, mira hacia ella. Abajo Damir, a la izquierda, y Jasmin charlan durante la grabación del documental. La zona donde vivían se encontraba muy cerca de la línea del frente y era castigada con continuos bombardeos.
Damir Mirkovic lanza a la canasta ante una pared salpicada de metralla en octubre de 1993 mientras Jasmin Lopardija, justo a su derecha, mira hacia ella. Abajo Damir, a la izquierda, y Jasmin charlan durante la grabación del documental. La zona donde vivían se encontraba muy cerca de la línea del frente y era castigada con continuos bombardeos.
Gervasio Sánchez

En primera persona. Edo Osivcic, de cinco años, vio arder la Biblioteca de Sarajevo en primera línea. Vivía tan cerca que fue un milagro que su casa no se quemase. Días después nos mostró al periodista Alfonso Armada y a mí el mejor camino para visitar sus ruinas sin peligro de caernos al abismo entre los hierros retorcidos. Los libros ya eran ceniza en los estantes y se desmoronaban cuando los tocabas o eran mecidos por las corrientes de aire que se colaban entre los grandes ventanales con los cristales hechos añicos.

En el último cuarto de siglo he visto a Edo avanzar de la niñez a la adolescencia, juntarse con una chica y tener un hijo. Sufrir estrés postraumático, abandonar los estudios, asociarse a las drogas, tener graves problemas de comportamiento, perder a su madre, su único sustento anímico.

"No me siento una víctima porque he sobrevivido. Otros niños tuvieron experiencias más traumáticas. Quedaron discapacitados o huérfanos, o ambas cosas a la vez"

"El desmoronamiento de Yugoslavia me privó de muchas cosas. Los niños de la guerra nunca tuvimos oportunidades. Sobrevivir fue nuestro gran éxito", dice 27 años después mientras juega al fútbol con su hijo Amer, al que casi nunca habla de sus experiencias bélicas.

Saban Sultanovic aparece en una fotografía que tomé en noviembre de 1993. Desde lejos vi a un grupo de adolescentes que jugaban entre los restos de varias camionetas calcinadas por las bombas. Los menores son muchas veces protagonistas de grandes fotografías. Suelen actuar con mucha naturalidad en cualquier situación. Pero también son capaces de destrozar la mejor escena si se dan cuenta de que alguien quiere inmortalizarla. Esa mañana me acerqué sigilosamente pertrechado entre los árboles e hice varias fotografías desde una distancia prudencial.

Álbum de posguerra de Bosnia, 30 años después
Edo aparece fotografíado con cinco años entre sus ruinas. En la foto de la derecha, Edo y su hijo Amer hablan de la guerra en una de las pocas conversaciones que padre e hijo han tenido sobre el periodo bélico
Gervasio Sánchez

Más de un cuarto siglo después el reencuentro con Saban es muy emotivo. Se emociona y tiene que secarse las lágrimas cuando me ve. Asegura que nunca me ha olvidado y ese mismo día decidió ser fotorreportero. "Nuestros padres y hermanos mayores estaban en la primera línea de la defensa de la ciudad y nosotros jugábamos a defender nuestro edificio como si fuéramos pequeños guerreros", me comenta.

Alma y Selma Kapadija son hermanas y se columpiaban en enero de 1994 delante de una tanqueta de la ONU. Ambas ya son madres de unas hermosas niñas que pronto llegarán a las mismas edades que ellas tenían cuando empezó la guerra. "Siento emoción y curiosidad y me hace ilusión conocer a la persona que se interesó por nosotras cuando ni siquiera nosotras lo estábamos", comenta poco antes de reencontrarnos y asegura que la fotografía que yo le tomé "es la única que tenemos de la época de la guerra". Alma es uno de los pocos personajes del documental que afirma que "no me siento una víctima porque he sobrevivido. Otros niños tuvieron experiencias más traumáticas. Quedaron discapacitados o huérfanos, o ambas cosas a la vez".

A Damir Mirkovic y Jasmin Lopardija los encontramos en la pizzería que daba al patio de la casa donde los fotografié jugando al baloncesto en octubre de 1993 ante una gran pared salpicada de metralla. Damir consiguió alcanzar el sueño de su adolescencia: jugar al baloncesto como profesional en Bosnia e Italia. "Hasta que sufrí una hernia de disco con 25 años causada por las malas condiciones de vida durante la guerra y la mala alimentación y tuve que dejarlo", recuerda. Lo más duro del cerco, reconoce Damir, "era darte cuenta de que los adultos, nuestros padres incluidos, de los que siempre deseas aprender, estaban perdidos en medio de la guerra y no encontraban soluciones al conflicto".

Jasmin, que estudió Criminología al finalizar la guerra "porque quería luchar contra la corrupción de cuello alto", asegura que "se siente una víctima porque todo hubiera sido distinto sin la guerra y sin la corrupción política". ¿Quién perdió la guerra? Su respuesta es visceral y sincera: "Hubo muchas clases de perdedores. Las personas que murieron, fueron heridas graves o quedaron traumatizadas. Los únicos que no perdieron fueron los políticos y los militares. A ellos les favorecería otra guerra y volverían a ganarla".

La Biblioteca de Sarajevo fue destruida en agosto de 1992 por bombas incendiarias. Edo aparece fotografíado con cinco años entre sus ruinas.  En la foto de la derecha, Edo y su hijo Amer hablan de la guerra en una de las pocas conversaciones que padre e hijo han tenido sobre el periodo bélico.
La Biblioteca de Sarajevo fue destruida en agosto de 1992 por bombas incendiarias. .
Gervasio Sánchez

Aljosa Basic no olvida el primer día de guerra: "Vi a mi madre llorar y a mi padre irse con una pistola al frente para defender la ciudad. Tardamos meses en volver a verlo". El día que lo fotografíe en octubre de 1993 tenía ocho años y jugaba con un carrito de madera con sus amigos Amar Mistric y Alen Masic, ambos de cinco años.

Los tres amigos sobrevivieron a la guerra, los volví a encontrar en 2008, pero un año después asesinaron a Amar de un disparo a bocajarro. A Aljosa, abogado subcontratado como funcionario de Correos, le gusta ir al cementerio para fumarse ante su tumba un cigarrillo que coloca en la tierra. Habla de sus cuitas con su querido amigo y espera hasta que la ceniza se consume.

Poco después de finalizar la guerra le hicieron una encuesta en la escuela. Una de las preguntas fue: "¿De qué religión eres?". "¿Qué respondo sin ofender a mis progenitores?, porque mi madre es bosnia de religión ortodoxa y mi padre es musulmán", reflexionó. Decidió no escribir nada, pero su profesora le advirtió que era obligatorio rellenar aquel hueco. "Escribe este año musulmán y el que viene serbio", le contestó. Hoy se declara "bosnio agnóstico, orgulloso de pertenecer al grupo ‘Otros’ aunque sea lamentable".

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