derbi aragonés

Primo fue el primero

Primitivo Villacampa ‘Primo’ (Lascellas, 1913) es considerado el pionero en defender las camisetas del Huesca y del Real Zaragoza. Extremo izquierdo de los Alifantes y artista del balón parado, también vivió como azulgrana el primer enfrentamiento oficial del Real Zaragoza contra el vecino oscense.

Primitivo Villacampa Viscasillas, 'Primo'
Primitivo Villacampa Viscasillas, 'Primo'
HA

La mayor victoria del Real Zaragoza registrada en un partido oficial tiene como víctima al Club Deportivo Huesca, un 15-1 cosido a goles el 18 de diciembre de 1932 en lo que era la primera temporada de la historia de la recién fundada entidad, en Tercera División. Aquel Huesca sería el germen de la Unión Deportiva Huesca, principal club oscense hasta su desaparición en 1956 y la fundación posterior de la actual SD Huesca en 1960. El Zaragoza repitió victoria apenas un mes después, en la vuelta, en el viejo campo de Villa Isabel, con un 2-4 en el que repitió esplendor en las filas azulgrana -los colores históricos- el mismo futbolista que en la goleada de diciembre se había ganado los ojos admirados de Torrero. Su nombre era Primitivo Villacampa Viscasillas, "Viscasillas, por parte de madre", cuentan que apostillaba siempre que alguien le llamaba por el apelativo con el que se abrazó al fútbol: Primo. Había nacido en Lascellas en 1913, al pie de la sierra de Guara, aunque, cuando tenía 8 años, su padre, carretero y matarife de profesión, trasladó a toda la familia a la capital oscense, a 30 kilómetros del pueblo.

Cuando finalizó esa temporada 32-33, el Zaragoza lo reclutó, instaurándose así como pionero en vestir los colores de ambos equipos del ahora llamado derbi aragonés (en este caso, del equipo dominante de Huesca). Primo llegó a Torrero como ‘centrojás’, es decir, como mediocentro del viejo sistema táctico piramidal (2-3-5), posición en la que tecleaba el fútbol de aquel Huesca prehistórico en el que había crecido en la cantera y donde compartía plantilla con su hermano Benito, ‘Primo II’. El menor de los Villacampa también estuvo cerca de fichar por el Zaragoza un tiempo después, pero no pasaría la prueba de selección.

En su primer año en el Zaragoza, Primo, aún un número ‘5’, sería un reserva con presencia testimonial. Su fútbol, y el de aquella incipiente escuadra de los Alifantes, lo cambiaría el entrenador Paco González quien observó en la delicadeza de su pie izquierdo mucho más veneno y los transformaría en un ‘11’ de academia. Un extremo zurdo, «cerradamente zurdo», del primer Zaragoza de la historia, en el periodo anterior y posterior a la Guerra Civil. Lo llamaban también el Zagal en aquel vestuario de gigantes y se le recuerda como un atacante empecinado, áspero y experto en la «suerte del tabique»: sin mucho regate, eludía a los defensores pegándoles un balonazo y recogiendo apuradamente los rechaces. Entonces, encendía la mecha y salía corriendo en velocidad. Así avanzaba hacia delante entre el ímpetu y el ahínco. "Juanito Ruiz, el extremo de la otra banda, el derecho, me contaba que era algo tosco jugando, pero que tenía una habilidad que lo hacía distinto", explicó Ángel Áznar, expresidente e historiador del Zaragoza.

"Primo era un especialista del golpeo", relató a este diario. «Se hizo famoso en el campo de Torrero por sus lanzamientos de esquina directos a gol, solía intentarlo casi siempre en lugar de buscar el centro, como sí hacía Juanito Ruiz», añade. Era su sello de artista. Su día célebre fue en la temporada del estreno del Zaragoza en Primera, el 17 de diciembre de 1939: el partido de la nieve. Sobre un manto blanco, Primo le marcó dos goles olímpicos al Atlético Aviación, el mejor club del momento, entrenado por Ricardo Zamora. "Es un día muy conocido en la historia del Zaragoza, por cómo se jugó, por la remontada, por la victoria y por los dos goles de Primo", comentó Aznar.

El Zaragoza se puso líder gracias a ese triunfo 4-3 en el que la hazaña de Primo pervivió durante años, hasta que en 1986, en un homenaje al equipo de los Alifantes, uno de aquellos fornidos futbolistas, Pelayo, reconoció que el segundo lo rozó él en boca de gol de la portería de Tabales con... ¡la nariz! Ese fue el gol del empate a tres. En su tiempo, fue el segundo de Primo. Esos tórpedos de la esquina eran su marca del zorro, al Real Unión ya le había marcado un gol así. En esa temporada del estreno del Real Zaragoza en Primera División, Primo marcó 7 goles en 19 partidos, cosecha suficiente para que el Real Madrid doblara las campanas por él. Pero continuó fiel a Torrero, donde se destacaba su carácter afable, de pocas palabras y modesto, pero muy afectuoso.

Entre medio del ascenso y el debut en Primera, el Zaragoza debió esperar debido al fuego de la Guerra Civil. Primo compatibilizaba el fútbol con su oficio como tipógrafo, profesión a la que dedicaría su vida. Esa sería también su labor en la retaguardia durante la contienda española. Exento del servicio militar por excedente de cupo, su quinta, no obstante, fue llamada a filas en agosto de 1936 siendo destinado al Cuartel de Intendencia de San Agustín, en Zaragoza, donde prestó servicio en la imprenta. Nunca se caracterizó por alineaciones políticas, aunque el historiador Félix Martialay subrayó sus simpatías por la II República como “moderado de izquierdas”. Al terminar la guerra, se reincorporó a la plantilla del Zaragoza, donde permanecería hasta 1942, cuando partió a Baleares para jugar en el Constancia y el Mallorca, antes de regresa a casa y jugar en el Atlético de Zaragoza. A su retirada, se le dedicó un partido homenaje, en 1949, entre el Real Zaragoza y el Sabadell en el que se le regaló un gallo.

Después, Primo se afincó en la capital aragonesa -residiría en la calle Estrella-y se sacó la licencia de entrenador. Dirigió a Teruel, Huesca, Alcañiz, Manchego, Numancia o Albacete. Era una figura muy querida en el fútbol regional de los años 50 y 60, respetado por su ojo clínico: era habitual encontrárselo en los campos de fútbol aragoneses observando equipos y futbolistas. Por esa simpatía causó tanta conmoción su trágica muerte el 11 de diciembre de 1975.

En el cruce de la carretera de Logroño con la del aeropuerto, un Peugeot 404 lo atropelló, se lo llevó por delante. Nada se pudo hacer por la vida de aquel hombre, vieja leyenda Alifante, primer futbolista del Real Zaragoza que llegó del Huesca. Tenía 62 años.

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