reportaje

El cementerio de Zaragoza, un camposanto con mucha vida

Torrero guarda ya los restos de 700.000 personas, casi las mismas que hoy viven en la capital aragonesa. La ‘maquinaria’ no cesa y en él no todos reposan. 

El cementerio de Zaragoza alberga más de 110.000 nichos y casi 8.000 columbarios.
El Jardín de las Cenizas o de los Aromas es un espacio creado para enterrar las a urnas sobre las que se planta un romero junto al nombre del difunto. 
Toni Galán

La vida en el cementerio de Torrero es trepidante por paradójico que parezca. Más de sesenta empleados del Ayuntamiento de Zaragoza se empeñan a diario en que sea un sitio amable y acogedor para todos. Al fin y al cabo, tarde o temprano la mayoría de los habitantes de la ciudad descansarán allí y se unirán a las 700.000 almas que llegaron antes que ellos y que conforman una comunidad equiparable en número al censo actual de la capital aragonesa

Como señala la jefa de Información y Atención al ciudadano del Área de Urbanismo de Zaragoza, Carmen Forga, el cementerio es un "fiel reflejo" de la sociedad y hay que saber adaptarse a la evolución de los tiempos.

El cambio generacional es patente a la hora de pensar en el momento de descansar en el camposanto. "Las personas mayores siguen queriendo tener solucionada su ‘segunda vivienda’ antes de morir, dejarla pagada para ‘siempre’ y liberar de preocupaciones a sus descendientes. Su tradición y cultura les lleva a hacer un seguimiento de los nichos, pero no quieren dejar a sus hijos la carga de mantener los restos de sus antepasados", explica. 

Carmen Forga añade que cuando se produce un fallecimiento siempre se intenta facilitar los trámites a la familia, aunque se sirvan de las funerarias. "No se debe ofrecer los nichos más altos a las personas ancianas y se tiene en cuenta la proximidad de otros propios de la familia para evitar largas distancias.

Porque la meta del equipo de profesionales encargado del cuidado del recinto de 519.015 metros cuadrados es dar el mejor servicio diario a los zaragozanos en el espacio más amable, cuidado y bonito posible. Cada jueves Carmen Forga se reúne con los tres maestros del cementerio (de las áreas administrativa, técnica y de las brigadas) para tratar los asuntos de la semana, los problemas que hayan surgido y las soluciones que se han buscado.

Un trabajo que no cesa ningún día del año

El trabajo no cesa los 365 días del año. Al margen de funerales, velatorios, cremaciones y demás actividad frenética en el complejo funerario, lo que no se ve es la tarea previa a los enterramientos, la necesaria preparación de los nichos que han sido elegidos el día anterior y que debe hacerse con antelación. El grupo de brigadas empieza su trabajo a las 7 de la mañana para preparar las inhumaciones del día. "Se hace temprano para que la familia no lo presencie y a veces hay que correr porque se recibe el aviso más tarde", explica.

También resulta ajena a los ciudadanos la ingente tarea de mantenimiento de la infraestructura: jardines, arbolado, tuberías, calzadas, lápidas, nichos, esculturas, iluminación y un largo etcétera. "Aquí tenemos reventones como en toda la ciudad; las plagas afectan al arbolado igual que al resto, y las de animales, como actualmente los conejos; y el rico patrimonio cultural que hay que mantenerlo y restaurarlo, como ha sucedido recientemente con la fosa común", enumera Forga.

El hallazgo de una desaparecida

El control de las 50 hectáreas no es sencillo. Aún así, la inspección obligada de las diferentes zonas fue la que permitió a un trabajador descubrir el pasado 5 de abril el cadáver de una mujer desaparecida tres meses atrás. El Grupo de Desaparecidos de la Policía había rastreado la necrópolis con ayuda de perros, sin éxito, pero resultó que se había escondido dentro de una lápida rota en la parte antigua del camposanto que acoge tumbas de los años 30.

Como curiosidad, la responsable del servicio cuenta que en el cementerio hay, aunque son pocos conocidas, dos grandes balsas de contención de agua que hicieron un gran servicio durante la histórica tormenta de julio de 2023 que discurrió por el barranco de la Muerte. Afortunadamente, las brigadas las habían adecentado y quitado la maleza y arbustos que habían crecido en ellas y pudieron desempeñar su papel embalsando agua.

En el camposanto zaragozano también hay sentada una colonia felina desde hace unos años. Los gatos acompañan a los paseantes, pero su actividad cotidiana, incluidos orines y excrementos, ha causado problemas en determinadas estructuras ornamentales.

Otro engranaje clave de la maquinaria que mueve el cementerio es el cultural. El cementerio se visita para Todos los Santos de forma masiva, pero el movimiento es incesante y la actividad cultural, continua. Cada año visitan el cementerio miles de escolares, además de grupos y particulares que son guiados por las distintas rutas diseñadas. Todas son un homenaje a Zaragoza a través de mujeres y hombres dignos de ser recordados por su aportación a la humanidad y a la historia de la ciudad.

Hay seis paseos en los que Olga Larrubia, que tiene la concesión municipal de esta actividad, enseña el lugar desde distintas perspectivas: la de mujeres imborrables –desde maestras a joteras pasando por científicas, artistas, cantantes, deportistas, filósofas, políticas o sindicalistas–; la medioambiental; la de personas ilustres –hay enterrados personajes de la talla de Joaquín Costa, Ángel Sanz Briz o Pilar Bayona–; la del arte funerario; la artística y el recorrido llamado ‘Un lugar en la memoria’ que recuerda a los miles de personas asesinadas durante la Guerra Civil y la dictadura de Franco en las tapias del cementerio.

En la manzana especial hay nichos con algunos de los 3.000 fusilados en la Guerra y la posguerra que fueron exhumados en 1.979 junto a los 220 navarros del Tercio de Sanjurjo, fusilados en los primeros meses del golpe militar de 1936.

Rincones desconocidos para depositar las cenizas

De los primeros enterramientos, allá por 1834, cuando se inauguró el cementerio, la forma, que no el fondo, ha cambiado mucho. De la sencilla fosa, con lápida o sin ella, los panteones y criptas familiares con capilla y esculturas monumentales (los más pudientes), se pasó al nicho en altura para economizar espacio. Ahora, el notable incremento de las incineraciones –son ya 6 de cada 10 sepelios– ha obligado a crear nuevos lugares y ambientes para dar cabida a todas las opciones.

El uso más extendido para depositar las urnas con las cenizas es el de los columbarios. Pero existen otras dos alternativas, bastantes desconocidas, libres y gratuitas que ofrecen entornos acogedores y cuidados en la naturaleza para albergar los restos de los seres queridos, salvo que las familias se los lleven a casa.

Una es el Jardín de las Cenizas o de los Aromas –distribuido en siete zonas bautizadas con nombres de rocas y mármoles– en el que se deposita la urna bajo tierra sobre la que crecerá vida en forma de una planta aromática (romero mayoritariamente por el clima zaragozano) junto al nombre del difunto. Con la misma filosofía hay otros espacios, como el Macael o Mármol Blanco, reservados para quienes prefieren esparcir directamente en la tierra las cenizas sin dejar constancia de la identidad del que descansa, como ocurre cuando se tiran al mar, al río o al monte pero, en este caso, sin perjuicio para el medio ambiente.

Y también existe el Cinerario Común, un pebetero sobre una fosa común en el que se pueden dejar las cenizas el día que se elija y sin necesidad de gestiones administrativas. Está en la manzana 118, en una zona ajardinada en terrazas en la parte más alta del cementerio y con las mejores vistas. Justo al lado está el Pabellón de Personas Ilustres, donde descansan personajes de la cultura, la política, el deporte o el entretenimiento reconocidos por el Ayuntamiento de Zaragoza, tales como el pianista Luis Galve, el escritor, cineasta y concejal Emilio Alfaro, el boxeador Perico Fernández o la popular vedette La Pilara, por poner algunos ejemplos.

Pero, además de las visitas culturales, también el Ayuntamiento de Zaragoza promueve cada año concursos de epitafios, fotografías y el del relatos Ángel Sanz Briz.

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