Comercios de zaragoza en tiempos de pandemia 

Las tiendas de toda la vida se quedan sin relevo generacional en el barrio Oliver

Los comerciantes más veteranos creen que sus negocios desaparecerán una vez que se jubilen y los que llevan menos tiempo siguen peleando con ilusión para superar la crisis actual.

Las tiendas de toda la vida se quedan sin relevo generacional en el barrio Oliver
Las tiendas de toda la vida se quedan sin relevo generacional en el barrio Oliver
Francisco Jimémez

Aunque ya no es como la recuerdan los vecinos más mayores de Oliver, la calle Antonio Leyva continúa siendo la vía más comercial del barrio. En su recorrido de más de un kilómetro abundan los bares, las pequeñas tiendas de alimentación y alguna que otra franquicia.

Betina Moda es de las pocas tiendas de ropa que todavía quedan en la zona, ya que con 45 años de trayectoria a sus espaldas, su propietaria está dispuesta a aguantar todo lo que pueda. “Todo el que sea de Oliver, nos conoce. Voy a intentar seguir”, dice Ederlinda Gracia. Esta exvecina del barrio se hizo cargo del negocio familiar iniciado por su hermana -una tienda de perfumes y bisutería- y le dio una vuelta de tuerca añadiendo también la venta de ropa y pequeños complementos.

Tras la de 2008, la generada por la pandemia es la segunda crisis a la que Gracia se enfrenta como comerciante. “Las circunstancias del barrio han cambiado: La gente de aquí ya es muy mayor y los vecinos nuevos han dejado de ser clientes del comercio pequeño. Son compradores de grandes almacenes”, comenta.

Ederlinda Gracia en su tienda, Betina Moda, ubicada en Antonio Leyva del barrio Olive
Ederlinda Gracia en su tienda, Betina Moda, ubicada en Antonio Leyva del barrio Olive
Francisco Jimémez

En estos momentos, Ederlinda solo abre su tienda por las mañanas, ya que sabe que es cuando mejor funcionan las ventas. “Hasta la pandemia nos íbamos manteniendo. Ahora llegamos a los pagos y podemos ir viviendo”, explica.

Ana Chaverri y su marido, Javier Gállego, también saben bien lo que es llevar toda la vida trabajando en este barrio. Llevan tres décadas regentando la carnicería Chaverri de la calle Miguel Artigas, aunque el negocio, que fue fundado por los padres de Ana, tiene cerca de 60 años de antigüedad.

No han parado de despachar sus productos desde que comenzó la pandemia, ya que son considerados un establecimiento esencial. Tampoco han notado un descenso en las ventas porque nunca se han dedicado a suministrar a la hostelería, aunque sí han percibido cambios en el comportamiento de sus clientes. “Al principio, cuando se decretó el estado de alarma, la gente se puso muy nerviosa y acumularon carne. Las primeras semanas fueron desbordantes, llegamos a no tener género”, señala la carnicera.

Ana Chaverri y Javier Gállego están al frente de la carnicería Chaverri, en la calle Miguel Artigas de Oliver.
Ana Chaverri y Javier Gállego están al frente de la carnicería Chaverri, en la calle Miguel Artigas de Oliver.
Francisco Jimémez

Cada día, a las seis de la mañana, el matrimonio se pone manos a la obra para preparar el producto y colocarlo en los expositores. Entre su clientela, vecinos de toda la vida y gente joven que acude desde Miralbueno.

En su obrador propio hacen chorizo, longaniza, hamburguesas y otros elaborados. Para Ana, el secreto de su negocio está en la atención personalizada. “En lo único en lo que podemos competir con los supermercados es con nuestro servicio y asesoramiento: tenemos productos de calidad, sugerimos recetas…”, comenta. Es sabedora de que una vez que se jubilen, el relevo no será fácil. “No sé si alguien lo querrá coger”, lamenta. A pesar de ello, cree que “la gente se ha dado cuenta de que el comercio pequeño es el que siempre va a estar aquí”.

Pili Moliner, que atiende tras el mostrador de Papelería Pili, tampoco tiene descendientes que quieran continuar con el negocio familiar cuando ella lo deje. Lo montó su madre hace 42 años y, a día de hoy, es mucho más que un lugar en el que se vende prensa o material de oficina. Es punto de encuentro, de intercambio de conversaciones, de comentar altercados o de interesarse por algún vecino al que hace días que no se le ve. “Aquí leo cartas, relleno papeles… Me entero hasta de lo que no quiero”, explica Pili, en contacto con la realidad del barrio a diario. “Hay mucha gente en la cárcel. No me quito el fax por eso, porque para comunicarse con ellos necesitan el fax…”, cuenta.

Pili Moliner en la papelería que su madre fundó.
Pili Moliner en la papelería que su madre fundó.
Francisco Jimémez

La papelería ha permanecido abierta durante toda la pandemia, incluido el confinamiento. Aún así, calcula que sus ventas han podido descender hasta la mitad. De esas duras semanas, Pili destaca “lo bien que se ha portado la gente” de la zona, especialmente aquellos con menos recursos. “Chapó. En pisos de sindicatos de cuarenta metros cuadrados han estado hasta ocho personas encerradas durante toda la cuarentena”, alaba.

“Somos afortunados y encima hacemos lo que nos gusta”

Aunque nació en Oliver, Antonio Almenara lleva menos tiempo con su negocio en el barrio que Ana, Ederlinda y Pili. Discípulo de María de Ávila, Almenara fue bailarín profesional en el Ballet Clásico de Zaragoza y en el Ballet Nacional Clásico. Tras varios años fuera de la ciudad, residiendo en lugares como Madrid o San Francisco, decidió volver a Zaragoza y montar su propia escuela de danza.

A la academia, abierta desde hace 13 años, acuden alumnos de muchos puntos de la ciudad y de fuera de ella, aunque las restricciones han hecho que algunos de ellos abandonen la formación. “Tuvimos que cambiar los horarios de las clases y hubo gente que no pudo seguir. Los cierres perimetrales también afectaron, porque tengo alumnos de Utebo y otros pueblos de los alrededores”, señala.

Antonio Almenara, en una de las salas de su centro de danza del barrio Oliver
Antonio Almenara, en una de las salas de su centro de danza del barrio Oliver
Francisco Jimémez

Antonio Almenara en una de las salas de su centro de danza. Francisco Jiménez

Sus alumnos, de entre 4 y 67 años, le ayudan a no perder la ilusión con la que trabaja. “La gente que viene lo hace con muchísimas ganas, pero con todas las precauciones: mascarilla, grupos limitados y ventilación continua”, explica desde su estudio de la calle Francisco de Ruesta.

A pesar de que reconoce que “está costando bastante” que la cosa funcione, Almenara se siente, de algún modo, un privilegiado. “En Aragón, las academias hemos tenido la suerte de poder abrir. Somos afortunados y encima hacemos lo que nos gusta”, concluye.

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