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La antigua Joyería Aladrén de Zaragoza se reforma para recuperar el espíritu de 1885

El estudio de arquitectura Cronotopos emprende un proyecto para rescatar detalles originales del emblemático establecimiento de la calle Alfonso, que hasta hace unos meses albergaba el Gran Café Zaragoza.

Recreación de la fachada del edificio de la equina de Alfonso con Contamina.
Estudio Cronotopos

Desde hace 136 años ha sido una de las más hermosas banderas del comercio de Zaragoza. Por su fachada, sus artesonados, su recargada decoración… Alguno de estos elementos, no obstante, se fueron perdiendo con el paso de los años y un conjunto de arquitectos, restauradores y expertos en Patrimonio, capitaneados por Alejandro Lezcano, director del Estudio Cronotopos, se han propuesto recuperarlos para que todo quede tal y como era la histórica Joyería Aladrén a finales del siglo XIX. 

Este prestigioso comercio a la altura del número 25 de la calle Alfonso cerró sus puertas en 1997 -cuando se retiró José Ignacio Lacruz, el último platero del tesoro del Pilar-, pero apenas un año después reabrió como el Gran Café Zaragoza, que estuvo en activo hasta poco antes de la pandemia. Ahora se vuelve a sacar brillo al local para una futura actividad que aún no está definida pero que tratará de recuperar el legado y la memoria del comercio zaragozano, en un momento en el que las tiendas uniformadas y de dudoso gusto estético han tomado el corazón de la ciudad.

La sala Luis XVI, en la versión renovada por los arquitectos.
Estudio Cronotopos

“La idea es recuperar el estado original de 1885 e intervenir con un lenguaje contemporáneo en sus elementos movibles”, explica Lezcano, al frente de un proyecto de reforma, que podría comenzar el próximo mes de mayo. Aunque muchos de los elementos ya gozaban de protección porque estaban catalogados como Bien de Interés Arquitectónico (la fachada, las marquesinas, las columnas de fundición...), ahora se que está llevando a cabo una arduo proceso de documentación para rescatar otros detalles del mobiliario que fueron objeto de pleito en 1997 y se acabaron perdiendo. “En su día, en los antiguos mostradores había una valiosa lámpara que -creemos- fue subastada en Christies. También existían vitrinas de hierro art decó y unos telones de fondo aterciopelados que se sustituyeron por pintura roja”, comenta el arquitecto a modo de ejemplo.

La gran lámpara de los antiguos mostradores
fue probablemente subastada en Christies

“El problema es qué se interpreta por ‘patrimonio estricto’ y qué valor se le concede al entorno y al conjunto”, opina Lezcano. El debate sigue presente 24 años después de que se dirimiera en los tribunales la cuita de qué hacer con los objetos decorativos del local. La marquesina o el techo artesonado estuvieron en cuestión hasta que salomónicamente se zanjó que no debía conservarse aquello que “no estuviera pegado a las paredes ni a los techos ni a los suelos”. Así, como botón de muestra, se puso en peligro una estancia interior, la sala Luis XVI, realizada por los primitivos decoradores en el año 1886. Estos y muchos otros detalles se investigan ahora con la colaboración del arquitecto zaragozano Alberto Sánchez, máster en Conservación del Patrimonio Histórico de la Universidad de Columbia.

El platero José Ignacio Lacruz, en el interior del comercio, pocos días antes de su cierre.
Guillermo Mestre

Según el informe históricoartístico de Ayuntamiento de Zaragoza, el establecimiento sigue “el estilo ecléctico e historicista propio de finales del siglo XIX”. El proyecto fue realizado en 1885 por el arquitecto Luis Aladrén y presentado por su hermano Alberto al propietario del inmueble, Mariano Baselga, que quiso “inaugurar aquí un comercio de lujo acorde con la nueva burguesía instalada en la zona”.

Quienes ahora se han propuesto recuperar el estado original y la historia del local es la quinta generación de la familia Baselga que, como explica Lezcano, apuesta también “por dotar al espacio de un punto innovador que lo vincule con su historia: como se hace en los museos, se está concibiendo alguna acción interactiva para que pueda verse la importancia de una joyería, que servía a Juan Pablo II, a la reina Fabiola de Bélgica o que fabricó el óculo de la columna del Pilar que tantos aragoneses hemos besado”.

Una imagen del exterior de la joyería en el año 1905.
Colección Gerardo Alcañiz

El local, en la esquina de Contamina, siempre ha sido un atractivo turístico y llama la atención por su preciosismo, como una suerte de oasis de buen gusto entre escaparates de lunas enteras y letreros luminosos. Hace unos días se hicieron unas pequeñas catas en el exterior para comprobar si bajo la pintura negra de su fachada seguía existiendo el mármol blanco que se aprecia en algunas fotografías de hace más de 80 años. Efectivamente, los materiales originales volvieron a emerger a la luz.

Otras singularidades son la gran marquesina metálica, que sostiene un reloj, y su escaparate en chaflán, decorado con motivos vegetales, que antaño mostraba collares y relicarios (los 113 años de joyería) y luego pasó a ser un amplio mirador (los 24 de cafetería).

Escaparate de la joyería, en 1997, cuando la calle Alfonso aún no era peatonal.
Oliver Duch

En las fotos antiguas se aprecian valiosos candelabros, antigüedades y columnas flanqueadas por grandes armaduras, que fueron desmontados en septiembre de 1997 cuando cesó la actividad joyera. En las crónicas de hemeroteca se lee cómo el suelo de cerámica estaba entonces muy deteriorado y hubo que volver a barnizar numerosos elementos de las estancias principales: la tienda propiamente dicha, el despacho del dueño -en su día decorado con jarrones japoneses Satsuma de metro y medio- y la citada salita Luis XVI. Este local se incluyó recientemente en el listado de 41 establecimientos con solera que elabora el Ayuntamiento de Zaragoza, cuya protección ha blindando recientemente con una nueva normativa. No en vano, de sus paredes colgaba hace unos años un diploma acreditativo de la medalla de oro obtenida en la Exposición Hispano Francesa de 1908 en reconocimiento a los trabajos de orfebrería que salieron de esta afamada casa.

“Es curioso que el arquitecto original cuando diseñó el establecimiento apenas tenía 30 años. Después, Teodoro Ríos, que también intervino en el local, lo hizo a esa misma edad, que es más o menos la media de quienes trabajamos en Cronotopos”, comenta Lezcano, lo que da buena idea de que los Baselga siempre han apostado por la savia nueva y las nuevas generaciones. No obstante, en el estudio de la zaragozana plaza de Santa Cruz ya tienen experiencia en actuaciones en edificios de importancia histórica tras haber restaurado un inmueble de 1890 en un entorno BIC de Alicante y tras la rehabilitación de un palacio del siglo XVII en Borja.