las víctimas del coronavirus

La luz de dos hermanos que se apagó a la vez

El coronavirus sigue cosechando su ración diaria de muertes. Golpea familias y a veces se lleva a sus miembros de dos en dos, como en el caso de los hermanos Purificación y Luis Arranz Pablos.

Los hermanos Purificación y Luis Arranz murieron en Zaragoza a primeros de abril con apenas 48 horas de diferencia.
Los hermanos Purificación y Luis Arranz murieron en Zaragoza a primeros de abril con apenas 48 horas de diferencia.
Heraldo

Son casi 23.000 vidas las que se ha llevado el coronavirus en España en poco más de dos meses, mas de 700 en Aragón. Miles de personas que se han ido en silencio y antes de tiempo, víctimas de una pandemia que sigue sembrando el mundo de muerte y dolor. Porque su zarpazo es letal y, además, abre una profunda herida en los que se quedan, aquellos que no han podido ni tocar ni abrazar a su padre, madre, abuelos, hermanos, hijos... Familias a las que la enfermedad ha arrebatado la última despedida y el legítimo derecho a estar con los suyos hasta el final.

Las víctimas del coronavirus se marchan en el anonimato, sin un acompañamiento ni reconocimiento colectivo. A lo máximo, una esquela en el periódico que permite a los más cercanos saber que se marcharon. Triste epílogo para centenares de vidas que fueron  de todo menos tristes y anodinas. La mayoría de los fallecidos pertenecían a una generación de luchadores como ninguna. Sobrevivieron a las penurias de una guerra y una posguerra. Y, con su esfuerzo y tesón, dieron color a una España que ahora, por ellos, vuelve a vestir de luto.

El pasado 5 de abril, HERALDO DE ARAGÓN publicó las esquelas de los hermanos Purificación y Luis Arranz Pablos. Sus vidas discurrieron en algunos momentos paralelas, pero era inimaginable que fueran a coincidir en la muerte. Purificación, Puri, falleció el 1 de abril, a los 89 años. Luis, de 83, murió tan apenas 48 horas después sin saber que su hermana también se había ido. Eran mayores, sí, pero estaban bien de salud hasta que llegó el coronavirus.

La vidas de Luis y Purificación se han apagado en Zaragoza, pero nacieron en Sarracín (Burgos). Hijos de Frumencio y Luisa, tuvieron tres hermanos más, de los que solo sobrevive Maruja, la mayor, con 90 años, que reside en Sitges con su marido. Aunque procedían de familia de agricultores, Frumencio tuvo un espíritu emprendedor que marcaría no solo su vida sino también la de sus descendientes. Así lo recuerda ahora el mayor de los cuatro hijos de Luis, Félix Arranz, arquitecto y uno de los artífices de la estación intermodal Zaragoza-Delicias, entre otras obras notorias.

"Mi abuelo era agricultor pero terminó siendo alcalde. Cuando empezó Telefónica, la central la instalaron en su casa y mi tía Purificación pasó a ser la primera operadora del pueblo. Luego lo fue de Calahorra (La Rioja). Era de las que ahora se conocen como ‘chicas del cable’", cuenta Félix. Su abuelo vio posibilidades en la entonces Compañía Telefónica Nacional de España, dice, y convenció a Luis para que prosperara en ese otro ‘campo’. Lo mandó a Madrid con lo puesto y muy poco dinero –"utilizaba las duchas públicas", explica–, ganó las oposiciones y lo enviaron al País Vasco a montar centralitas.

Paralelamente, Purificación Arranz se instaló en Calahorra como jefa y su hermana María Jesús se incorporó al grupo de operarias. "Desgraciadamente, esta fallecería muy joven y Puri, soltera, se volcó en ayudar a su cuñado a atender a sus tres hijos, a los que consideraría más que sobrinos durante toda su vida", señala. Ya en Zaragoza, se jubilaría como jefa de la centralita de teléfonos de la cadena de supermercados Spar.

Fascinado por la tecnologóa

Mientras tanto, Luis Arranz conocería en Basauri (Vizcaya) a Adoración San Vicente, maestra, y compartiría su vida con ella hasta el final de sus días. "A él le volvía loco la tecnología y mi madre, hija de linaje de maestros, siempre lo apoyó en todo. Ella era la estudiosa, la que imponía la serenidad. Él, el inquieto por lo nuevo". El joven matrimonio montó en Logroño una academia para preparar a opositores de operadores de telefónica.

"En Basauri, un conocido le dijo a mi padre que tenía chispa y sabía tratar con la gente. Y empezó a trabajar en Logroño, al igual que su hermano Manuel, como comercial. Primero en el sector de la alimentación, aunque lo que le fascinaba era la tecnología. Se pasó al mundo de los motores y las máquinas y cuando oyó hablar de la industria de perfilería de aluminio, recaló en Zaragoza, con Metales Extruidos", rememora Félix Arranz.

"Era un campeón y triunfó. Perseverante y tenaz, insistente pero sin cansar. Tenía bonhomía, ese aprecio por lo diferente y la tolerancia. Sabía apreciar y escuchar a los demás. Tenía la lección bien aprendida", subraya su hijo. Como plasmó este en un texto dedicado a su progenitor en Scalae, su editorial de arquitectura, la visión e inteligencia natural de su padre fueron la base de un sistema de comercio "atento, personal, de exquisita organización y eficacia ejemplar". Pero lo que despierta la admiración de Félix por su padre es la manera "sencilla" y "silenciosa" que tenía de facilitar a sus semejantes la vida, de ser enlace con los demás, su compromiso con el ser humano.

"Mi padre era de los que dicen poco y hacen mucho. Dedicó su vida a contribuir a la conexión entre quienes participan en la formación, promoción, debate, materialización y puesta en valor de la arquitectura como un bien intelectual, técnico y social. Me enseñó la importancia de todo ello", subraya. 

De esto da buena cuenta la relación que Luis Arranz Pablos tuvo con arquitectos como Rafael Moneo, Carlos Ferrater, Patxi Mangado, Basilio Tobías o Mariano Pemán, por citar algunos. "Todos conocían esa labor suya de enlace de inteligencia y conexión en este caso de la arquitectura. Ha dejado un legado sordo, anónimo", expone su hijo.

El miedo en la memoria

Purificación murió el día 1. Era una mujer con un profundo sentido religioso. "Estaba tan ligada a sus rituales que frecuentaba casi a diario la iglesia de Santa Rita. Mi hermana Marta trabaja de profesora en el colegio de Agustinos; hay una ventana que da al patio del colegio de los niños y desde allí la saludaba cada día", cuenta Félix.

 "Lo que más le ayudó y la mantuvo vital a lo largo de su existencia fue su espiritualidad y la religión, vivía con mucha fe", confirma María Jesús Gómez Arranz, sobrina de Puri. A pesar de su edad, dice, era una mujer independiente y estaba muy bien de cabeza. Cree que a su muerte contribuyó el estado de tensión y disgusto que se llevó al saber que su hermano Luis estaba en el hospital.

"La oí toser y le dije que iríamos al hospital al día siguiente. Ella estaba alarmada, en sus ojos se reflejaba ese miedo de haber vivido situaciones duras, lo tenía en la memoria. Mi hija de 9 años también tiene miedo y pienso que los ancianos y los niños tienen más conocimiento que nosotros, los adultos", dice. 

María Jesús, del ejemplo de Puri, se queda con el aprendizaje, "casi genético", del apoyo que en momentos de soledad física y espiritual halló en la oración. Por eso, quiere agradecer al grupo de renovación carismática cristiana el respaldo que siempre dieron a su tía. Purificación Arranz se confinó en su casa y, como explica su sobrino, cuando iba la mujer que la ayudaba hacían un ‘número’ para no juntarse. Falleció en su cama, de madrugada, y con misal encima del pecho.

"Mi padre no tuvo tanta suerte. Se contagió probablemente ayudando a alguien. Empezó a toser y se confinó en casa el solito. Mi madre estaba preocupada porque tenía diabetes. Fue al ambulatorio a las 12.00 y a las 18.00 lo ingresaron en el hospital. De pronto, todo se complicó. Mi padre estaba feliz por el trato que le daban en el Servet pero, no sabemos por qué, no fue posible que lo condujeran a la uci. No hubo más que respetar la decisión de médicos", asume Félix.

Pese a no poder estar con él, los cuatro hijos lo tuvieron entretenido hasta el final. "Yo le enviaba cada tarde una pieza de guitarra grabada. Mi hermano Pablo, desde Madrid, cosas de tecnología, Marta, de los niños del colegio, y Alberto, de sus hijas. Mi padre tenía una máxima: "Trabaja con la inteligencia de los demás y deja que luego hablen los hechos".

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