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¿A qué suena Zaragoza?

El ímpetu del cierzo, la campanita del tranvía o el ‘Bendita y alabada’ son algunos de los sonidos propios que más identifican la ciudad.

El río, el cierzo e, incluso, las farolas antiguas tienen un sonido peculiar en Zaragoza.
El río, el cierzo e, incluso, las farolas antiguas tienen un sonido peculiar en Zaragoza.
Heraldo.es

Suelen pasar desapercibidos hasta que uno se aleja de Zaragoza y entonces se echan en falta. Son algunos sonidos propios y distintivos de la ciudad, que se filtran a diario en la calle entre las conversaciones, el bullicio del tráfico, el ajetreo de pasos… Algunos aficionados acompañados de ingenieros de sonido han ido recogiendo pequeños 'clips' por el centro de la ciudad y, poco a poco, van configurando el paisaje sonoro de Zaragoza, en el que destaca el zumbido del cierzo o, incluso, el discurrir del río en las riberas, porque por mucho que diga la jota que “el Ebro guarda silencio al pasar por el Pilar”, si se aguza bien el oído el rumor del agua acompaña por el Casco y el Arrabal.

Uno de los sonidos más característicos y también controvertidos de Zaragoza es el ‘Bendita y alabada’. Tres veces al día suena desde la megafonía del Pilar (a las 9.00, a las 12.00 y a las 20.00) y puede oírse en la plaza y hasta en algunos barrios cercanos. Aunque ha habido más de una queja de asociaciones laicistas y vecinales, la jaculatoria ha sido indultada, incluso, por la ‘Ordenanza de Protección contra la Contaminación Acústica de Zaragoza’. También se libran de estas limitaciones las campanadas horarias de las parroquias, que se considera que trascienden lo religioso. Algunas de ellas, además, se han recuperado recientemente y se han estudiado en profundidad como en el caso de las campanas de la basílica de Santa Engracia o del carillón de la Diputación Provincial de Zaragoza que en fechas señaladas puede escucharse en el Coso.

En una breve consulta ciudadana sobre los sonidos que creen que identifican la ciudad, muchos zaragozanos sugieren el ajetreo del Mercado Central, el bullicio del Tubo o el runrún de La Romareda. Todos son ciertos y acompañan a diario, si bien en estos casos es muy difícil hacerlos distinguibles de otras ciudades con otras lonjas, calles de bares o estadios de fútbol.

O no del todo... “El acento maño. Una de una características sonoras más importantes de la ciudad es el propio acento. Somos personas muy afables, cariñosas, cercanas y nuestra gente comunicándose entre sí, de forma amistosa, en las calles, los bares, los autobuses es una constante”, explica Alberto Moreno, de Xprésate, la escuela profesional de música avanzada. Ese lenguaje repleto de giros propios y palabras muy baturras se filtra en todos los escenarios y, a pesar de que los zaragozanos no seamos especialmente escandalosos, la entonación sí es rotunda.

Moreno, también conocido por sus sesiones como Sweet Drinkz, señala que muchos edificios y rincones de la ciudad le evocan multitud de recuerdos que atribuye a lo que podría considerarse una deformación profesional. “Viniendo de la parte más musical, cuando paseo por Zaragoza me vienen a la cabeza muchos conciertos que he vivido. La plaza del Justicia o Independencia me traslada a las noches de las actuaciones en las fiestas, en el Pilar escucho las jotas de la Ofrenda, en Ranillas las figuras internacionales que pasaron por la Expo 2008… La memoria musical siempre está ahí y las melodías se hilvanan con los recuerdos”, comenta.

Menos evocadores son otros sonidos tan propios de la ciudad como la campanita del tranvía o, incluso, la música que suena en su interior conforme se superan paradas y cuyo autor es el músico y compositor Miguel Ángel Remiro. El zaragozano, también autor de bandas sonoras de cine y de obras para la orquesta sinfónica de la ciudad, es el creador de unos sonidos que, incluso, pueden descargarse en la web de Los Tranvías para utilizarlas como tono o notificaciones para el teléfono. Lo que no se encuentra en internet -salvo en forma de amargas quejas de algunos vecinos- son los chirridos que produce el tranvía en algunas curvas de su recorrido, cuando los rieles gruñen con fuerza como si estuvieran desengrasados. Es el caso de la curva justo a la entrada de María Zambrano, por ejemplo, o incluso en las propias cocheras. De hecho, periódicamente se pulverizan los carriles para que se humedezcan, disminuya la fricción y se reduzca el ruido.

El artista alemán Florian Tuercke completó hace unos años un estudio sonoro de Zaragoza.
El artista alemán Florian Tuercke, rodeado de aparatos para hacer un estudio sonoro de Zaragoza.
Guillermo Mestre

Peor arreglo tiene -y que se lo pregunten a los vecinos de los barrios del sur- el ruido que hacen los aviones en sus momentos de despegue y aterrizaje (aún no del todo verde) en las cercanías de Garrapinillos. Desde el Distrito Sur e, incluso, en zonas de Montecanal y Valdespartera los vecinos tienen que interrumpir sus conversaciones o dejar en ‘pause’ la película que estén viendo porque los F18 al surcar el cielo -y no digamos ya cuando rompen la barrera del sonido- son otros de los estruendos que parece que definen la ciudad.

Joel Rico, autor del proyecto artístico ‘Guarda’ sobre la incertidumbre y la espiritualidad sonora prefiere fijar su atención en otros dos sonidos que pasan muy desapercibidos a los zaragozanos de a pie. El diseñador sonoro, al que más de uno habrá visto grabadora en mano por la plaza del Justicia o la de Santa Engracia, explica que ha encontrado en Zaragoza una serie de sonidos disruptivos que no ha hallado en otros lugares. “El sonido de las farolas. Sé que suena a ‘frikada’ pero las farolas más antiguas de la ciudad tienen un sonido especial. No me refiero a las finitas sino a otras más gruesas que, en caso de que no tengan una papelera abrazada, suenan con cierta viveza. Si las tocas con el dedo emiten un sonido que se asemeja a un dron, a un timbre de la música analógica”.

Joel Rico grabando algunos de los sonidos de la plaza del Justicia.
Joel Rico grabando algunos de los sonidos de la plaza del Justicia.
Heraldo

Rico, que estudió Bellas Artes en Teruel, consagra buena parte de su tiempo a almacenar sonidos que le resultan interesantes para pasarlos después por sus 'samplers' y sus sintetizadores modulares. “Uno de los sonidos que he usado en muchos de mis temas ambientales es el sonido de la estación Delicias por dentro. El recinto, sobre todo en la parte de los autobuses, tiene zonas a las que accedes como viandante y que parecen no decir nada pero, si prestas atención, compruebas que es la caverna más grande en la que has estado. Es como una capilla gigantesca. Cuando un tren frena o echa aire a presión la reverberación igual dura 25 o 30 segundos, que es una barbaridad”, añade Rico, artista psicoacústico, que tiene una productora llamada Zona Sacer.

“Si cierro los ojos y me doy un paseo por la ciudad, Zaragoza me suena al bullicio de los veladores, a los pitidos de los semáforos para invidentes e, incluso, algunos días al año se oye también el paso de las grullas camino de Gallocanta o camino del norte, depende la época”, dice Ángel Latorre, aficionado a cazar sonido y, también, a los archivos sonoros de la naturaleza que colecciona Carlos de Hita. El naturalista recogió en su libro 'Viaje visual y sonoro por los bosques de España' (Guías Singulares) voces de la naturaleza, entre otros lugares, de Ordesa, Pineta y Añisclo: la perdiz nival en celo, el eco las chovas en las paredes del circo de Carriata o los buitres leonados de la Celtiberia zaragozana forman parte de su evocadora fonoteca. 

De la Zaragoza urbana uno de los estudios más completos del patrimonio sonoro lo realizó el artista alemán Florian Tuercke hace ya casi una década. El especialista, de la mano de un proyecto de la sociedad Zaragoza Ciudad del Conocimiento, trató de convertir en música los ruidos del tráfico y constató que la capital aragonesa suena a "tráfico, tranvías y viento, mucho viento".

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