en primera persona

Diario de un confinamiento: El megalomártir de la cuarentena

Día 38. Leo los mil y un tormentos que le hicieron pasar a San Jorge y concluyo que los míos... vienen a ser parecidos.

El valeroso caballero, en las calles empedradas.
El valeroso caballero, en las calles empedradas.
José Miguel Marco

Hay dos tradiciones muy arraigadas en San Jorge y el maldito patógeno nos ha arrebatado solo una de ellas. Está claro que hoy no podremos salir a al calle a disfrutar de la música y los libros, pero seguro que volveremos a hacer mala sangre viendo cómo los informativos nacionales solo hablan de ‘Sant Jordi’ e ignoran de forma sistemática a Aragón. Aunque sea desde la distancia de seguridad, ¡unámonos de nuevo en esos exabruptos a los presentadores a la hora de comer y hagamos de su estulticia y nuestra inquina un hilo invisible que reúna a los aragoneses este día del patrón!

Y qué patrón, madre mía. ¿Sabían que tiene el título de megalomártir? ¿Que qué es eso? Pues que fue una y cien veces torturado: más o menos como yo cuando me coge por banda en el rellano la pesadilla de mi vecina. Bueno, puede que lo del venerable de la Capadocia fuera un poco peor, porque leo que le hicieron las mil y una y creo que es poco comparable con sufrir un encierro de cinco o seis semanas.

Atención: el futuro santo fue atado a un potro, rasgada su carne con garfios, quemado con teas y restregado con sal. Por si el tormento se hubiera quedado corto, siguieron dándole veneno, lo ataron a una rueda dentada y lo sumergieron en plomo fundido. Vaya, lo mismico que siento yo cuando se me acaba el paquete de levadura.

No quiero competir en dramas, y sí, vale que San Jorge fuera finalmente decapitado (él gana), pero yo... Yo acabo de lavar los estores y volver a colocarlos también es un calvario que no deseo ni a los iracundos sarracenos.

De verdad que prefiero matar un dragón a tener que volver a colgarlos. Cuando por fin lo consigo –oh, maldición–, compruebo que ¡han encogido un palmo! Pero, ¿qué demonios ha pasado? Ahora veo a los vecinos de enfrente pasearse de cintura para abajo y sólo me queda agradecer que aún no sea verano...

Consultando la iconografía de San Jorge me confundo un poco. A veces lo veo pisoteando al dragón y otras, domesticándolo, poniéndole como collar el cinturón de la doncella a la que ha salvado. Sea como fuere, lo cierto es que lo venció y cuentan que lo hizo clavándole la lanza en la boca porque sus escamas eran tan duras como nuestros traseros después de pasar mes y pico sin casi movernos del sofá.

Se me ha olvidado decir que San Jorge, en época del gobernador Daciano, también fue arrastrado por las calles empedradas atado a un caballo. Que sí, que parece una cruenta tortura, pero –oigan– mírenlo por el lado bueno: él, al menos, salía a la calle. Qué envidia. Me están dando ganas de ponerme del lado del dragón. Creo que merendaré un par de ovejas en su honor.

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