LITERATURA. OCIO Y CULTURA

José Luis Melero, Premio Valores Humanos: "Procuro ser siempre leal y agradecido"

El escritor, bibliófilo y estudioso de varios aspectos de Aragón (desde la historia y la jota al zaragocismo y la literatura) se retrata y se confiesa

José Luis Melero, ante la portada de la Universidad, donde estudió y donde tantas actividades desarrolla.
José Luis Melero, ante la portada de la Universidad, donde estudió y donde tantas actividades desarrolla.
Francisco Jiménez.

Nacido en Zaragoza en 1956, es lector, escritor y bibliófilo, y un divulgador incesante de sus múltiples saberes. Si algo le distingue, más allá de su sentido de la amistad y la bonhomía, es que siempre desea compartir lo que ama, contagiar su pasión y, como decía Mario Benedetti, «defender la alegría». Nada de Aragón le es ajeno, da igual que sea su vasta historia, sus hombres ilustrados y iluminados, los paisajes, la gastronomía, las tradiciones, el arte o el Ebro. Se siente cómodo con las instituciones -ya sean la Real Academia de Bellas Artes de San Luis, Rolde de Estudios Aragoneses o los jurados del Certamen Oficial de Jota- y ama esta ciudad bimilenaria y literaria: percibe que es una capital entrañable y acogedora, arrebatada de cultura.

Ha ganado muchos premios. ¿Qué emociona más, saberse tan querido o el título del galardón?

Un Premio a los Valores Humanos y el Conocimiento es lo máximo con lo que alguien puede soñar. Que te reconozcan como un hombre de valores sólidos y que piensen que algo has aportado al conocimiento y que no eres un zote con pretensiones es algo muy emotivo y que agradezco de corazón.

¿Qué significa para usted un galardón que le otorga el periódico de su vida donde, además, colabora desde hace casi dos décadas?

Mis bisabuelos, mis abuelos, mis padres y Yolanda Polo, mi mujer, y yo hemos sido suscriptores del HERALDO. Este es el periódico de mi vida y el periódico en el que colaboro desde finales de los años setenta, el periódico en el que habré publicado más de un millar de artículos. El periódico que leen mis hijos y que leerán mis nietos. El periódico que me ha dado muchos y buenos lectores. El periódico que me ha tratado siempre con un gran cariño y respeto. No puedo estar más feliz.

Premio a los Valores Humanos. ¿Qué cree, con la modestia o inmodestia que quiera, que se le galardona, cuál sería su autorretrato? Por extensión, le preguntaría, ¿quién es el Pepe Melero de hoy y de ahora?

Me gustaría pensar que se premia a alguien que siempre ha tratado de hacer el bien, que ha sido un trabajador infatigable, que sin renunciar a sus ideas y principios ha sabido tender puentes y entenderse y ser respetuoso con todos, que no ha parado de leer y de estudiar pero que a la vez ha sabido vivir y disfrutar la vida con pasión, y que ha sido un perpetuo enamorado de Zaragoza y de Aragón entero.

¿De dónde viene su amor por Aragón y por Zaragoza, en particular? ¿Se veía todo eso en casa, se lo contagió alguien?

Nosotros somos aragoneses y en mi casa siempre se respiró cariño por las cosas de Aragón. Luego a los 18 años coincidimos en la Facultad de Derecho unos cuantos amigos que queríamos convertir ese cariño en algo más. Y en 1977 fundamos el Rolde de Estudios Aragoneses, que hoy sigue vivo con más de quinientos socios y cuya revista ‘Rolde’ es la más antigua revista cultural de Aragón. Fuimos aragonesistas ‘avant la lettre’, los herederos de la vena más aragonesista de ‘Andalán’.

Una de las pasiones más sinceras de José Luis Melero es el periodismo y en concreto HERALDO: lo lee a diario prácticamente desde que empezó a leer.
Una de las pasiones más sinceras de José Luis Melero es el periodismo y en concreto HERALDO: lo lee a diario prácticamente desde que empezó a leer.
José Miguel Marco.

Quien no le conozca mucho y sí sepa de sus méritos y actividades, pensará, ¿de dónde le vienen sus claves de conducta? Quiero preguntarle, además: ¿qué le debe a su familia, a sus padres? ¿Y a sus abuelos de Aguarón, sobre todo?

Yo procedo de dos familias muy distintas en su origen social: mis abuelos Melero eran de Aguarón, gente humilde y trabajadora, que dejó el pueblo para venir a Zaragoza porque pensaban que sería más fácil que sus hijos estudiaran, como así sucedió. Mis abuelos Rivas, en cambio, eran de la capital y tenían un buen pasar. Eran burguesía acomodada y en la familia tenemos un alcalde de la ciudad, un presidente del Zaragoza, varios médicos y académicos ilustres, químicos, juristas de prestigio… Ambas familias tenían sólo dos cosas en común: todos eran aragoneses de generaciones y generaciones, y todos eran católicos a marchamartillo. En mí hay cosas de ambas ramas...

¿Sabría concretarlo?

Por un lado, tengo una clara conciencia social y una defensa de los valores de la socialdemocracia (aragonesista, desde luego) y del Estado del bienestar, que me viene de no olvidar cuánto tuvieron que trabajar mis abuelos paternos para sacar a sus hijos adelante, y por otro ciertas costumbres y maneras burguesas de las que no abjuro (como ir calzado con zapatos de piel y bien lustrosos y no con esas horrendas zapatillas de deporte, o no salir nunca a la calle con chándal, sandalias o bermudas).

"HERALDO es el periódico de mi vida y el periódico en el que colaboro desde finales de los años setenta, el periódico en el que habré publicado más de un millar de artículos"

Hablar de usted supone hablar de libros. ¿Cómo se le impuso o le llegó esa pasión, esa atracción que ha crecido día a día?

Siempre me recuerdo leyendo. Desde niño. Primero, tebeos, y después, a partir de los catorce o quince años, literatura, ensayos, libros de historia. Al principio compraba, como todos, libros de bolsillo (Austral, Alianza, Bruguera…), hasta que un día me di cuenta de que comprando libros en los rastros y en los mercadillos y almonedas podía, por lo mismo que me costaban esos libros nuevos, comprar antiguas primeras ediciones. Y aprendí a amar y a valorar los libros viejos. Sigo comprando, claro, libros nuevos y procuro estar al corriente de las novedades (aunque esto es hoy imposible, dada la avalancha de libros que llega cada día a las librerías), pero el placer que te proporcionan los libros viejos es mucho mayor, pues al propio valor intrínseco del contenido del libro se suman otros muchos elementos de los que carece el libro nuevo: la rareza o singularidad, su carga histórica (quiénes fueron sus propietarios, qué tumbos ha ido dando por aquí y por allá, qué ex libris lleva…), las antiguas dedicatorias autógrafas que lo hacen único e irrepetible, la encuadernación de la época…

¿Quién o quiénes le marcan el camino? Ahora, si mira hacia atrás, ¿qué nombres, qué figuras, qué hechos se le imponen o considera que lo han modelado?

Yo me eduqué entre poetas y escritores, que me acogieron muy pronto con gran cariño porque debían de ver en mí al joven letraherido que ellos también fueron en su día: Ildefonso Manuel Gil, Manuel Pinillos, Luciano Gracia, Guillermo Gúdel, Miguel Luesma, Rosendo Tello… y, sobre todos ellos, José Antonio Labordeta, Eloy Fernández Clemente y Emilio Gastón. Mucho de lo que soy viene de ellos, de su pasión por la poesía, por la literatura en general y por Aragón.

"Formar parte de una Real Academia fundada en 1792, a la que han pertenecido algunos de los más grandes artistas aragoneses como el propio Goya, Bayeu, Barbasán, Gárate o Pradilla es para mí un motivo de alegría, a la vez que de profunda desazón al ver cómo conmigo ahí dentro el nivel ha descendido una barbaridad"

Siempre ha sido una persona de orden, si me permites decirlo así, con homenaje a Eloy Fernández Clemente incluido. Una persona de orden que ama las instituciones aragonesas. Entre ellas, la Universidad de Zaragoza. ¿Qué le debe en su formación y también en sus años de consolidación?

Yo soy un enamorado de la Universidad y de lo universitario. La conozco muy bien (llevo casado más de 40 años con una catedrática que sacó la cátedra en 1992) y sé que hay en ella mucha gente, la gran mayoría, que trabaja sin descanso y con una extraordinaria vocación por la investigación y la docencia. Mis grandes amigos (Ignacio Martínez de Pisón y Chesús Bernal, los primeros, pero también José Ignacio López Susín, Vicente Pinilla y muchos otros) los hice en los años de la universidad y aprendí tanto de ellos como de los profesores. Lo mejor de la universidad es que si te juntas con los mejores aprendes por ósmosis, sin darte cuenta, sólo escuchando hablar a los que saben más que tú. Me gusta menos cómo está obligando hoy la universidad a una especialización absoluta, de manera que muchos profesores saben muchísimo de una cosa, pero a veces sólo de ésa. Y eso empobrece intelectualmente al buen universitario.

José Luis Melero, en una de las casas que le ha puesto a su biblioteca de 40.000 volúmenes.
José Luis Melero, en una de las casas que le ha puesto a su biblioteca de 40.000 volúmenes.
Oliver Duch.

Es el bibliotecario de la Real Academia de Bellas Artes de San Luis. ¿Cómo se siente en ella? Parece usted muy orgulloso.

Pues muy cómodo, porque tengo unos compañeros extraordinarios con los que me llevo muy bien, y muy orgulloso por formar parte de una Real Academia de la que ya en 1802 formaban parte aragoneses tan ilustres como Juan Antonio Hernández Pérez de Larrea, que era entonces su presidente, Martín Zapater, Antonio Arteta de Monteseguro, José Nicolás de Azara, Francisco de Goya, Lorenzo Normante, Pedro María Ric o el conde de Sástago, por citar sólo unos pocos. Eran todos gente ilustrada, preocupada por Zaragoza y por Aragón y por el desarrollo del conocimiento y, especialmente, de las Bellas Artes. Formar parte de una Real Academia fundada en 1792, a la que han pertenecido algunos de los más grandes artistas aragoneses como el propio Goya, Bayeu, Barbasán, Gárate o Pradilla es para mí un motivo de alegría, a la vez que de profunda desazón al ver cómo conmigo ahí dentro el nivel ha descendido una barbaridad.

¿Pensó alguna vez que iba a llegar a todo: a escribir tanto, a multiplicarse en tantos empeños y actividades, a ser editor de ‘Rolde’, prologuista, presentador, tertuliano de radio y de televisión? ¿No había en usted como un componente de timidez?

No exactamente de timidez, pero sí de discreción, pues yo siempre he preferido escuchar a hablar. Quien mucho habla, mucho yerra, ya se sabe. Pero las cosas me han ido llegando sin yo proponérmelo, y esa educación burguesa de la que hablaba me hace no saber decir que no a las cosas que me piden, de modo que he acabado haciendo muchas más cosas de las que yo hubiera hecho ‘motu proprio’.

¿Qué le ha dado el periodismo, qué le está dando? Tiene secciones fijas, pero además le gusta recordar efemérides, rendir homenajes, redactar necrológicas.

El periodismo me mantiene vivo como escritor. A mí lo que me gusta de verdad es leer, mucho más que escribir. Pero me fuerzo a escribir en prensa para no estar todo el día leyendo, que es lo que me apetecería hacer. Por otro lado, es muy gratificante saber que dispones de una tribuna para comunicarte con tus lectores, homenajear a los mejores o poder decir lo que piensas. A mí HERALDO me ha dado muchos lectores y muchos amigos y le estoy muy agradecido.

Otra de sus pasiones ya casi tópica es el Real Zaragoza. ¿Cómo recuerda ese despertar?

Mi padre lleva unos 70 años de socio y es el carné número 25 del Zaragoza. Yo soy zaragocista de cuna y comencé a ir a La Romareda con él ya con dos o tres años. Mi hermano y yo hemos transmitido esa pasión a nuestros hijos, y éstos se la transmitirán a los suyos. Mi nieto, de año y medio, ya es abonado, y somos cuatro generaciones de zaragocistas con abono vigente. En mi casa se respira zaragocismo, como se respira cariño, buen rollo, amor a la vida, a los libros y al conocimiento, y pasión por Aragón.

¿Quién fue más importante en su vida Yarza, Violeta o Pardeza? ¿Cómo vive ahora su pasión zaragocista?

Yarza fue el ídolo de mi infancia, porque siempre me han gustado los jugadores que sólo han jugado en mi equipo. Enrique Yarza jugó 16 temporadas en el Zaragoza y fue su gran capitán. Tuve siempre de niño una foto suya en mi cuarto, en un marquito de madera que me hizo mi abuelo. A su retirada, José Luis Violeta pasó a ser mi jugador preferido y lo fue ya siempre hasta su retirada. Y más allá, porque fuimos amigos entrañables –y vecinos– toda la vida. Hablé en su funeral en Torrero y llevé a una gran cantadora, Ángela Aured, campeona de Aragón, para que le cantara un par de jotas en su despedida. Pardeza es otra cosa. Es un buen amigo, pero casi he hablado con él más de libros que de fútbol. Miguel no supo o no quiso explorar la gran carga simbólica zaragocista que hubiera podido tener de haberlo deseado. Yo, de los jugadores de esa generación, quiero mucho a Cedrún, Belsué, García Sanjuán y Xavi Aguado, que se quedaron aquí y viven aquí.

¿Cómo se logra durante una década en Segunda División mantener la afición y esa devoción por ir cada partido a La Romareda? ¿Cuál es en algunas tardes el tamaño de su nostalgia?

Porque con tu equipo se está siempre, en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de tu vida, hasta que la muerte nos separe. Ser del Zaragoza cuando todo va bien es fácil. Los verdaderos zaragocistas somos los que nunca hemos abandonado al equipo, aun en los peores momentos como estos últimos diez años. Eso no impide, desde luego, que la nostalgia nos domine muchos días recordando lo que fuimos y hoy no somos. Los zaragocistas somos hoy aristócratas arruinados, como digo muchas veces. Durante muchos años vivimos en palacios y lujosísimas mansiones, y hoy lo hacemos en viviendas de protección oficial de 90 metros cuadrados y en los barrios más periféricos. Pero llevamos la cabeza bien alta y, como los títulos no los hemos perdido, pronto volveremos donde merecemos estar, entre los más Grandes de España.

Es un embajador constante de la jota. Y un pedagogo que la difunde. ¿Qué tiene, por qué le ha deslumbrado tanto?

La jota, no es preciso insistir en ello, es una de nuestras señas de identidad más queridas y respetadas, una de las de mayor peso histórico –entre nosotros desde el siglo XVII– y una de las que más nos caracteriza y representa. Y juega un extraordinario papel vertebrador del territorio, pues permanece viva y pujante en todo Aragón, desde las montañas del Pirineo hasta el sur de Teruel. Se ha tratado a veces de denostarla, acusándola de servir a unos u otros intereses. Pero siempre ha sobrevivido a cualquier intento de arrinconarla en el baúl de los trastos viejos, precisamente porque está en el corazón de muchos, porque de ahí no pueden arrancarla y porque lleva siglos conviviendo con nosotros.

José Luis Melero en uno de los escenarios más querido de su pasión por la música, el teatro o la jota: el Teatro Principal de Zaragoza, donde se atreve a entonar una estrofa de jota.
José Luis Melero en uno de los escenarios más querido de su pasión por la música, el teatro o la jota: el Teatro Principal de Zaragoza, donde se atreve a entonar una estrofa de jota.
José Miguel Marco.

Se ha convertido en un bibliófilo fundamental de Aragón. ¿Qué significa eso para usted y qué espacio ocupa Aragón en esa pasión que no cesa?

La bibliofilia no es sino la pasión por los libros. Pero, añado yo, por los libros como vehículos de transmisión de conocimiento, porque los libros, antes que nada, están hechos para ser leídos. No me interesan los bibliómanos que acaparan libros y libros, ni los coleccionistas que los buscan como si se tratara de cromos para pegar en los álbumes, ni quienes apenas leen los libros que compran. Esos son el último escalón de la bibliofilia, aunque abundan más de la cuenta. El buen bibliófilo compra los libros para leerlos (aunque desgraciadamente no pueda leer todos los libros que compra), para estudiarlos y, en el mejor de los casos, para escribir sobre ellos. Hay muchos ejemplos excelentes: Luis Alberto de Cuenca, Jesús Marchamalo, Juan Bonilla, Luis Antonio de Villena, Andrés Trapiello, Juan Manuel Bonet… En realidad, bibliófilos nos consideran los demás porque nosotros nunca nos denominamos así: sólo somos gente que busca libros para aprender y disfrutar de ellos, y tenemos poco que ver con esos coleccionistas adinerados a los que sólo les gustan los góticos y los incunables. Yo, como aragonés, también busco libros aragoneses y procuro que mi biblioteca esté bien dotada de ellos, porque nunca desdeño lo propio. Pero el saber es universal y yo, como es natural, tengo muchos más libros escritos por no aragoneses que por aragoneses.

Siempre se confiesa un lector marcado por la curiosidad. ¿Qué le dan los raros, olvidados y postergados de las letras, aragonesas, nacionales e internacionales?

Me han interesado siempre los autores marginales y periféricos, los que no están en los manuales. Porque me gusta explorar lo desconocido. Y porque tienen un aroma distinto y especial. Soy, lo he dicho muchas veces, más de casquería que de solomillos. Aunque por supuesto no haga ascos a estos últimos. Pero uno disfruta mucho descubriendo escritores desconocidos y humildes.

"Yo, como aragonés, también busco libros aragoneses y procuro que mi biblioteca esté bien dotada de ellos, porque nunca desdeño lo propio. Pero el saber es universal y yo, como es natural, tengo muchos más libros escritos por no aragoneses que por aragoneses"

Hablemos de sus libros. Tiene un editor como Chusé Raúl Usón, de Xordica, que espera sus textos como agua de mayo; ha publicado y reeditado sus memorias de bibliófilo y lector, y creo que prepara ya un segundo volumen.

Tengo un editor maravilloso, que era mi amigo mucho antes de ser mi editor, y que me ha tratado siempre con gran cariño. Tener un editor así, tan pulcro y tan cuidadoso, es para mí muy importante, pues tengo siempre la seguridad de que la producción del libro va a ser perfecta. Ahora reedita ‘Leer para contarlo’, mis memorias de bibliófilo, que es el libro que más alegrías me ha dado y que va ya por la cuarta edición, lo que, para el tipo de libros que yo hago, es una proeza.

Incluso ha dado un paso a la ficción y ha recuperado su vena poética con un texto sobre ‘Los almogávares’, ¿no?

Bueno, esto ha sido algo accidental. El poeta que fui murió a los 23 años. Desenterrarlo ahora sería demasiado atrevimiento. Aunque no he dejado de leer poesía jamás y mi relación con ella ha sido siempre muy estrecha. Pero, desde hace más de 40 años, sólo convivo con la poesía como lector.

También es un divulgador apasionado y cada vez con más ironía e incluso con elementos de autoficción. Insisto un poco más. ¿Qué escritor quiere ser Pepe Melero, ha recuperado algo del poeta joven que no se atrevió a ser?

Nunca he sabido muy bien qué escritor quería ser. Sólo procuro disfrutar siempre de lo que hago. Y escribir en cada momento lo que me apetece. Yo he tenido una ocupación muy exigente en el Registro de la Propiedad y sólo he sido escritor a ratos perdidos y quitándole horas al sueño, al estudio y a la lectura. No he sido el escritor que he querido, sino el que he podido. Ganarse la vida es muy trabajoso y te obliga a aparcar muchos sueños y proyectos. Desde luego, hay cierta melancolía en mí de lo que pude haber sido y no fui.

¿Vivimos ahora la Edad de Oro de las Letras Aragonesas o nos encanta tirar las campanas al vuelo?

Nunca ha habido un momento mejor para las letras aragonesas, en toda su historia. Tenemos mucho y bueno, y para todos los gustos: novelistas muy literarios, de una extraordinaria calidad, ensayistas excepcionales, poetas que ganan algunos de los premios más exigentes, autores de best sellers o superventas con un éxito apabullante, autores de novela histórica, de novela negra… Y profesores que publican ensayos académicos de una gran altura. Desde luego, esta es sin duda la Edad de Oro de nuestras letras: Ignacio Martínez de Pisón, Manuel Vilas, Irene Vallejo, Sergio del Molino, José María Conget, Soledad Puértolas, Daniel Gascón, José–Carlos Mainer… han obtenido con sus libros, en unos pocos años, un reconocimiento nacional e internacional que excepto Sender, Jarnés, Ildefonso–Manuel Gil y Miguel Labordeta, apenas nadie logró en el pasado siglo. Por no hablar de algunos libros de gran éxito popular, como los de José Luis Corral, María Frisa, Luz Gabás o Javier Sierra, o del gran momento de la literatura infantil y juvenil, con Daniel Nesquens, Ana Alcolea o David Lozano como algunos de sus máximos representantes.

José Luis Melero con Luis Alegre y Marisa Santiago en el despacho de Eloy Fernández Clemente, uno de sus grandes amigos.
José Luis Melero con Luis Alegre y Marisa Santiago en el despacho de Eloy Fernández Clemente, uno de sus grandes amigos.
A. C. /Heraldo.

En estos tiempos donde la lectura es rápida y se convierte casi en una rareza, ¿qué significa para usted leer y cómo lleva ese debate ya casi prehistórico entre el libro en papel y el ebook?

Los libros, en papel. No hay discusión. Comparar el libro en papel con el ebook es como comparar comer en un restaurante de tres estrellas Michelin con comer en un Burger King. El libro en papel es un fetiche insustituible y lo será siempre.

¿Cómo contaría y matizaría ese amor loco suyo por la Zaragoza contemporánea? ¿Qué tiene y qué le da la ciudad?

Nos gusta Zaragoza porque aquí vive mucha de la gente que queremos. Querer a Zaragoza es en realidad querernos a nosotros mismos, porque la ciudad no es un ente abstracto: es lo que es en función de quien la habita. Y si en ella vive gente atractiva, Zaragoza será siempre una ciudad atractiva. Por eso yo quiero a mi ciudad: porque sé que en ella trabajan muchos amigos extraordinarios, que entregan lo mejor de sí mismos para hacer de Zaragoza una ciudad libre, moderna y acogedora. Y sí, claro, también hay casposos y catetos. Pero como en todas partes.

Una de sus últimas aportaciones a Zaragoza es el libro ‘Las lápidas de la memoria’, de febrero de 2023, para la colocación de placas en la ciudad. ¿Qué significarían para la ciudad?

Esto fue un encargo del Ayuntamiento de la ciudad. He dado mucho la tabarra con eso. Todas las ciudades necesitan crear su propio imaginario. Parte de ese imaginario puede fundamentarse en la honra que las ciudades sienten por los personajes ilustres que han nacido o vivido en ellas (a los que se desea recordar y homenajear) o que las han visitado. Zaragoza no debe ser una excepción a esta norma habitual y destacar a sus hijos más ilustres, a las personalidades que han vivido en ella o que, por unas u otras razones, la han visitado en algún momento de sus vidas, tendría que constituir un objetivo irrenunciable de su política cultural. Aquí han vivido y por aquí han pasado muchos de los más importantes, y eso nos coloca en la cabecera de los grandes lugares a donde acuden los mejores, desde Clarín, Albert Einstein o Virginia Woolf hasta Ava Gardner o Ernest Hemingway, desde Eddy Merckx o Pelé hasta Rudolf Nureyev o Madonna, desde Arthur Rubinstein a The Rolling Stones. No todos son susceptibles de ser recordados a través de placas o lápidas, pues en no pocos casos su estancia en Zaragoza fue breve y circunscrita a una intervención, actuación o concierto. Pero hay otros casos (Clarín es el más claro) en los que sí podemos recordarlos en nuestras calles o plazas, para que zaragozanos, turistas y visitantes vean que por nuestra ciudad han pasado muchos de los mejores en las más variadas disciplinas.

A veces, con tantos autores y novelas y cuentos que pasan aquí, algunos críticos han dicho: «¡otra novela de Zaragoza!». ¿Es Zaragoza una ciudad literaria, idónea para las ficciones?

Pues naturalmente que sí. Exactamente igual que cualquier otra. Lo que importa es lo que cuentas, y eso que cuentas lo puedes situar en cualquier ciudad. Ya en el siglo XIX José María Matheu, Rafael Pamplona Escudero y otros muchos ambientaron algunas de sus mejores novelas en Zaragoza. Y esa tradición se ha mantenido hasta nuestros días. A esos que dicen «¡Otra novela de Zaragoza!» los conocemos aquí muy bien: son esos a los que todo lo de fuera les parece mejor que lo de casa. Siempre que lo de casa no sean ellos mismos, claro.

"Yo nunca he estado en la lucha partidista y nunca me he dedicado a la política. Dije varias veces que no a inmejorables ofrecimientos de mis amigos Chesús Bernal y Pepe Soro, y eso me dolía en lo personal, pues sentía que les fallaba y que los dejaba solos en medio de la batalla"

¿Cómo ha conseguido un hombre de Chunta Aragonesista desde sus orígenes aunar y acumular tantos consensos favorables y tanta admiración alrededor de su persona? Parece que ha logrado alejarse del sectarismo y la intolerancia por asuntos políticos y alojarse en la empatía…

Yo nunca he estado en la lucha partidista y nunca me he dedicado a la política. Dije varias veces que no a inmejorables ofrecimientos de mis amigos Chesús Bernal y Pepe Soro, y eso me dolía en lo personal, pues sentía que les fallaba y que los dejaba solos en medio de la batalla. Pero siempre he sabido que ese no era mi lugar. Mi lugar, donde yo podía ser más útil a Aragón, era entre libros y papeles y no entre púlpitos y tribunas. Yo odio el sectarismo y hubiera sido un mal político, porque siempre estoy dispuesto a reconocer las virtudes del adversario y a aceptar que en muchas cosas puedo estar equivocado. Como nunca he aspirado a nada ni he pedido nada, nadie te ve como rival y eso facilita que te quieran tirios y troyanos.

Hasta algunos directores de cine. ¿Qué supone haberse convertido en uno de los actores favoritos de David Trueba?

Ja ja. Decir que yo soy actor es como decir que Paul Newman era un gran aficionado a escuchar grabaciones de José Oto. David es un buen amigo y un hombre cariñosísimo, y me llama de vez en cuando para que haga cameos en sus películas. He participado en cuatro proyectos dirigidos por él: la película ‘Vivir es fácil con los ojos cerrados’, que ganó 6 Goyas; el documental ‘Salir de casa’ sobre el músico Francisco Nixon; la tercera temporada de la serie ¿Qué fue de Jorge Sanz?; y la película ‘Saben aquell’, que se estrenará en noviembre. Me río mucho con David y aprendo mucho de él. Es un fuera de serie, personal y profesionalmente.

¿Tiene ambiciones y sueños un ciudadano tan querido y elogiado desde numerosos sectores y disciplinas? ¿Dónde apunta el tamaño de tu ambición?

Ya no tengo ambiciones, si es que alguna vez las tuve. Mi única ambición fue siempre hacer el trabajo bien hecho. Siempre he odiado el desaliño y la chapuza. Ahora sólo tengo sueños, y el más recurrente es verme en el palco del estadio de Wembley, con cien años, justo después de que el Zaragoza acabe de ganar la Champions, con cara de felicidad y una cerveza fría con limón en la mano. Y rodeado de mi mujer, mis hijos, nietos y biznietos, todos dando saltos de alegría con la camiseta del Zaragoza.

Ya he dicho que ha recibido muchos premios y honores. Cuando se recibe uno como este, casi hecho a su medida, ¿en quién piensa, con quién dialoga a solas o en secreto?

Yo procuro ser siempre un hombre leal y agradecido. Y en los primeros que pienso siempre es en quienes me lo han dado. Es un regalo impagable que, habiendo tantos como merecen ser premiados, hayan pensado en mí, y eso debo valorarlo y agradecerlo extraordinariamente. Y luego pienso en mi mujer y en mis hijos, a los que les he robado tantas horas. Nunca hubiera podido ser lo que soy sin su apoyo y su cariño. Tengo una familia maravillosa, que es desde luego lo mejor que he hecho en mi vida.

La familia Melero casi al completo: el padre del escritor, su hermano, sus
La familia Melero casi al completo: el padre del escritor, su hermano, sus hijos Iguácel y Jorge, su sobrino y su primer nieto.
Oliver Duch.

SEMBLANZA

El amanuense de la perfección

Hay dos José Luis Melero Rivas (Zaragoza, 1956). Quizá haya varios, sobre todo porque tras la jubilación le faltan horas a sus días: lo reclaman por doquier como presentador de libros, mantenedor de actos, locutor, contertulio, bibliotecario y bibliófilo o como paisaje cultural de la ciudad, paisaje humanizado de encanto, transparencia y campechanía. Lo decía Luis Alegre: «Donde está Pepe Melero siempre hay buen rollo».

Existe un Pepe Melero anterior, si me lo permiten, a sus colaboraciones en HERALDO y el posterior, de hoy, que puede asomar y asoma como un futbolista total, en cualquier lugar del campo o de la sociedad. Todo está abierto a su curiosidad: aragonesista hasta la médula, como bien se sabe, interiorizó aquello que decía el bibliófilo Juan Manuel Sánchez, «Todo por y para Aragón», su campo de intereses excede lo aragonés, aunque su origen y su amor a la tierra sean el epicentro de su curiosidad y su expansión. Melero se afirma desde Zaragoza, desde su amado Callejón de Lucas y el Paseo de Sagasta para proyectarse hacia el mundo. Tiene amigos aquí y allá para los que es referencia: ahí están Fernando Aramburu, que anda por Alemania, Héctor Abad Faciolince, el colombiano universal de ‘El olvido que seremos’, o el madrileño letraherido Jesús Marchamalo, que lo ha escogido como padrino de todos sus libros.

El primer Pepe duró hasta principios del siglo XXI. Se formó y se forjó en silencio, con cierta voluntad de apartamiento, por decirlo así. Estaba en los sitios, tenía un montón de amigos (desde los poetas Luciano Gracia e Ildefonso-Manuel Gil, desde Ángel Guinda a Rosendo Tello), pero se dedicaba a sus pasiones: los libros, ante todo, leía para vivir, leía para soñar, leía porque este país de todos los demonios que es España lo conmovía por su Historia, por sus poetas y narradores, y por sus publicaciones, especialmente sus revistas, tres cuestiones o asuntos que le fascinan. Pepe Melero siempre ha sido un enamorado de la letra impresa, un fetichista (también lo fue de otro modo, aparentemente más desapegado, el gran amigo de unos cuantos y suyo que fue Félix Romeo Pescador), y más que coleccionar ha perseguido para leer y para sentir los libros de un montón de autores preteridos, ya sean de su calle, del vasto Aragón, de la bohemia española o del planeta.

Pronto ha tenido primeras ediciones, libros dedicados, epistolarios entre memorables y extravagantes, volúmenes imposibles, y todo ello lo ha mimado con inmenso amor: ha encuadernado, ha anotado a lápiz, etc., que es –como le sucedía a Julio Cortázar– su manía y su manifiesto rotundo de lector. En sus libros, al final o al principio, siempre anota cosas: un personaje que le ha deslumbrado, una fecha o un hecho que desconocía, una revelación. Ha sido el lector de guardia incorregible. Ya entonces, antes de los 40, Pepe Melero tenía clara su misión: todo lo que sabía, todo lo que poseía estaba al servicio de eruditos, narradores, siempre y cuando se leyese o se consultase en su casa. Habría aprendido que un libro que sale de una biblioteca tan amada y alimentada de detalles es un libro errante, algo destinado a la apropiación indebida o al naufragio. En aquella época hasta parecía más serio, incluso le costaba más arrancarse con esas jotas que canta con voz suave pero siempre ajustadas de afinación (como le dijo el Pastor de Andorra cuando cantó ‘La palomica’ en El Ventorrillo: «Maño, tú entonas muy bien. Mucho mejor que yo»), parecía más serio.

Con suavidad, siempre andaba por ahí, atento a todo: al cine, al teatro, a las artes plásticas o a los ciclos de ‘Invitación a la lectura’. Tras la charla, por allí aparecía Pepe Melero con dos, tres o cuatro ejemplares de los libros de un escritor –fuesen Antonio Gamoneda, Muñoz Molina, Landero, Merino, Rosa Montero, Rosa Regás…– para que se los firmase. Y siempre, casi siempre, tenía un detalle, una revelación, una historia secreta. Su cabeza no paraba, aunque sus apariciones fueran más discretas. Si puede decirse así. Hasta aquel Melero, zaragocista acérrimo desde la cuna, lo parecía menos. ¡Y anda que en La Romareda no perdió la compostura!

En sus artículos nunca hay una errata, una coma mal puesta, un nombre confundido, una fecha inexacta. Y qué disgusto si alguna vez en la edición se le ensucia un texto: no duerme. Y no de rencor o de odio hacia el infractor, sino porque no quiere ni incomodar al aire y porque en el fondo trabaja con la exactitud de las cosas, que es la más alta forma de belleza.

Y luego poco a poco, a raíz de sus artículos en ‘Artes & Letras’ y posteriormente en cualquier rincón del periódico, José Luis estalló. Se reveló como lo que era, como lo que es: un vitalista voraz, un partidario de la alegría, de la felicidad, un estudioso de mil asuntos, metódico, preciso, perfeccionista hasta más allá del desvelo. En sus artículos nunca hay una errata, una coma mal puesta, un nombre confundido, una fecha inexacta. Y qué disgusto si alguna vez en la edición se le ensucia un texto: no duerme. Y no de rencor o de odio hacia el infractor, sino porque no quiere ni incomodar al aire y porque en el fondo trabaja con la exactitud de las cosas, que es la más alta forma de belleza. Si lo siguen, escribe de todo, e incluso parece haber rescatado el espíritu del poeta que no se atrevió a ser a los 23 años, usa el lirismo, la autoficción, la ironía y por supuesto el humor. A veces un humor muy literario, todo hay que decirlo: como ese día que da vueltas y vueltas por la ciudad y no se atreve a entrar en casa porque se ha gastado demasiado dinero en libros de viejo, o en novedades, y teme la reacción de Yolanda Polo, la mujer de su vida. 

Por cierto, tiene un don: es un catalizador de maravillas, un talismán de sorpresas y un cazador de tesoros. Hace unos días en el rastro de San Bruno le vendieron una impresionante edición de obras de Baltasar Gracián del siglo XVII. Nadie nace de la nada, como suele decir de Ignacio Martínez de Pisón o de Irene Vallejo. Tampoco él, pero ha sabido convertirse en un emblema de Aragón, en un espejo de Zaragoza (él se refleja en la ciudad, bebe entusiasmo y misterio de ella y proyecta hacia el exterior su brillo) y en esa criatura afable con la que casi todos quieren pasear, conversar y reír hasta el fin de la noche.

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