DÍA DE LOS  ABUELOS

"Creía tener por abuelo a un mago porque nos sacaba churros y caramelos de las orejas"

Con motivo del Día de los Abuelos, trece personajes del mundo de la cultura aragonesa -escritores, músicos, editores, cineastas, artistas- evocan a los padres de sus padres.

Abuelos de destacadas personas de la vida cultural aragonesa
Abuelos de destacadas personas de la vida cultural aragonesa
Heraldo.es

El 26 de julio es el Día de los Abuelos, una figura sugerente y tierna, que ha generado mucha literatura de evocación y de la memoria. A José Luis Sampedro, la relación entre un abuelo y su nieto le inspiró una gran novela: ‘La sonrisa etrusca’. En la obra de García Márquez o José Saramago, entre otros, los abuelos son presencias de gran energía y personalidad, que conversan con el misterio y el conocimiento del mundo. Javier Fernández publicaba hace poco en las PUZ ‘Mi abuelo’. Ana Alcolea recordaba a su familia en su novela ‘Postales’ (Contraseña). Ignacio Martínez de Pisón hacía lo propio con su abuelo en ‘La ternura del dragón’ (Anagrama). Y tenemos frescas otras imágenes: Félix Teira contaba como sus abuelos, antagonistas en política, se iban a conversar bajo la sombra de los olivos sin rencor alguno. Y Pepe Melero, por ejemplo, decía que su abuelo le había hecho un soporte o un marco especial para una fotografía dedicada de su ídolo Enrique Yarza. Y el editor e ilustrador y cuentacuentos Javier Hernández ha contado cuánto le debe a las historias que le contaba su abuelo, un hombre de Siresa (Huesca) que emigró a Rosario, y cómo había tenido la sensación de que él había hecho el camino de vuelta: de Rosario a Barcelona, Huesca, Siétamo y ahora Acumuer con su compañera Raquel; rindió homenaje a todo ese periplo en su libro ‘El tango de Doroteo’. Podríamos hablar de muchas historias más.

Luis Rabanaque, de blanco, con su abuela Maxi y su primo Juan.
Luis Rabanaque, de blanco, con su abuela Maxi y su primo Juan.
Archivo Luis Rabanaque.

Heraldo.es ha pedido a una serie de escritores y artistas de diversas disciplinas si pueden recordar a sus abuelos: qué les deben, cómo los recuerdan, cómo eran, etc. Ellos son Ana Alcolea, Pedro Bosqued, Javier Estella, Javier Fernández, Santiago Gimeno, Cristina Grande, Laura de los Laureles, Beatriz Lucea, Arancha Ortiz, Luis Rabanaque, Consuelo Roy, Trinidad Ruiz Marcellán y Javier Sierra.  Muchos de ellos conservan fotos y las han cedido amablemente para este reportaje-inventario. Estas son las respuestas:

Ana Alcolea. Profesora y escritora.

Mi mejor recuerdo es para mi abuela Mercedes, en cuya casa vivimos toda la vida y yo de pequeña tenía muchos miedos, terrores nocturnos, me daba miedo quedarme dormida y ella se quedaba sentada en una silla a mi lado, junto a la cama, con la luz encendida hasta que yo me dormía. Apagaba la luz y se iba a dormir y yo dormía tranquila porque había tenido la mejor compañía del mundo que era la de mi abuela Mercedes. Mi abuela era una mujer muy recta. Una vez de pequeña me dejaron con ella de canguro, mis padres se fueron al cine. Yo era una niña muy buena, pero cunado volvieron mis padres mi abuela dijo: “Los hijos, para los padres”. Nunca más me volvieron a dejar a su cuidado. Fue la mejor de las abuelas pero no ejercía de cuidadora al uso. Me apunté lo de los hijos para los padres y creo que mi abuela tenía razón.

Pedro Bosqued. Farmacéutico y escritor

Puede que porque entonces la RAE no brillaba tanto, mis abuelos limpiaron, fijaron y dieron esplendor al término Colectivo. Entre tantos, quedó claro lo que significaba. Con los años, vi el regalo que es tener unos abuelos que supieran el valor de la palabra humor. Eso ingobernable, inteligente, sutil y diáfano. Como el amor de los abuelos por los nietos, hace mucho que no están, hace más que están presentes de manera ineludible. Y como el buen humor, ni se olvida ni decae.

Ana Alcolea: "Yo de pequeña tenía muchos miedos, terrores nocturnos, me daba miedo quedarme dormida y ella, mi abuela Mercedes, se quedaba sentada en una silla a mi lado, junto a la cama, con la luz encendida hasta que yo me dormía" 
La abuela Ignacia vivió en la casa de los Estella y sus cuatro hijos. Falleció en 1977.
La abuela Ignacia vivió en la casa de los Estella y sus cuatro hijos. Falleció en 1977.
Archivo Javier Estella.

Javier Estella. Guionista y realizador de cine

Esa es una de las carencias de mi vida, apenas tengo recuerdos, solo conocí a dos de ellos cuando era muy pequeño, se murieron antes de que yo tuviera siete años. Son recuerdos tristes, mi abuela Ignacia, por parte de madre, vivía con nosotros, se murió en el año 1977. Iba siempre vestida de luto, en sus últimos años se quedó ciega y siempre iba acompañada de su gayata. Lo que más me impacto cuando llegó su muerte es que el velatorio se hizo en casa. Era la primera vez en mi vida que veía una persona sin vida. Tenía siete años.

Javier Fernández se siente especialmente dichoso en su condición de abuelo de dos nietas.
Javier Fernández se siente especialmente dichoso en su condición de abuelo de dos nietas.
Archivo Javier Fernández.

Javier Fernández. Profesor y escritor

Mis abuelos: solo tengo recuerdo de conversaciones familiares. No conocí a ninguno de los cuatro. ‘Mi abuelo’ (PUZ): la última novela, homenaje a esos miles de abuelos y de nietos que se vieron separados por un cruel exilio nacido en la voluntad de los vencedores de una guerra civil que no provocaron los perdedores. Tributo a esas relaciones entre nietos y abuelos, con confidencias sin el filtro de los padres. Un abuelo sobre el que no hubiera podido escribir sin la existencia de mis dos nietas y de las conversaciones que llevo años manteniendo con ellas. Abuelos, nietos, reales, ficticios, la vida.

El tío abuelo Ángel con el joven Santiago Gimeno y su hermano mayor.
El tío abuelo Ángel con el joven Santiago Gimeno y su hermano mayor.
Archivo Santiago Gimeno.

Santiago Gimeno. Escultor y fotógrafo

Desgraciadamente, no tengo recuerdos de mis abuelos. Los paternos murieron jóvenes y no llegué a conocerlos. Lo mismo con los maternos. Mi abuelo murió durante la guerra civil. Hay que tener en cuenta que soy el pequeño de tres hermanos y mis padres se casaron ya mayores. Mis padres se fueron a vivir con mi tío abuelo Ángel, el fotógrafo. Yo nací en su casa y allí pasé mi infancia. De él y su esposa, mi tía abuela Pilar, sí guardo recuerdos. Él era hombre serio, pero muy amable y cariñoso conmigo y con mis dos hermanos mayores. Tenía muchas inquietudes, amaba la cultura y, sobre todo, la fotografía. Recuerdo que pedía a mi madre que nos arreglara para hacernos fotos. Nos  llevaba al río Matarraña, al campo, a la ermita Virgen de dos aguas… Nos colocaba según su criterio y nos fotografiaba. Recuerdo especialmente el día de mi primera comunión, vestido de marinero y su infinita paciencia para tomarme las mejores poses. También le gustaba hacerme fotos en la Iglesia del pueblo, en la sacristía, vestido de monaguillo, con bonete rojo. Y en casa en las fiestas familiares. En fin, mi tío abuelo Ángel ejerció una gran influencia en mí, enseñándome a apreciar la estética, a ser paciente y perseguir el trabajo bien hecho. Estos recuerdos, en líneas generales, son los que guardo de mi tío abuelo Ángel. 

La abuela de Cristina Grande fumaba puros como si nada. Con esa seguridad y esta delectación.
La abuela de Cristina Grande fumaba puros como si nada. Con esa seguridad y esta delectación.
Archivo Cristina Grande.

Cristina Grande. Escritora

Mi abuela Adora murió a los cien años. Nunca dejó su cigarrillo ni su taza de café después de las comidas. Cuando cumplí treinta años me regaló el diario que escribió durante la guerra, empezado el 18 de julio del 36, cuando ella tenía precisamente treinta años. Es un diario muy valiente y lo releo de vez en cuando, porque además escribía muy bien. Siempre admiré su optimismo y su alegría de vivir. Ella nunca pensaba en el futuro, del pasado hablaba poco pues había pasado muchas calamidades durante la guerra y después también. Era extremadamente coqueta y tenía algo de diva, y me enseñó que no hay que permitir que nadie te robe tu autoestima.

La abuela de la cantante de flamenco Laura de los Laureles.
La abuela de la cantante de flamenco Laura de los Laureles.
Archivo familiar Laura de los Laureles.

Laura de los Laureles. Cantante de flamenco

Mis dos abuelas eran unas mujeres fuertes, luchadoras, inteligentes y adelantadas a su tiempo. Me crié en la primera infancia con la paterna, Irene. Viví tiempo con ella por circunstancias familiares y tengo recuerdos  entrañables. Cómo subíamos las escaleras a la alcoba juntas con una botija por si nos entraba sed de noche y después una vez allí me acercaba una virgencita de porcelana para que le diera un beso y nos protegiera. Se metía en su cama de colchón de lana al lado de la mía y decía: Ay! Ya estoy en mi cajica de algodones… Después al apagar la luz yo veía cómo se filtraba la luz dorada de la farola través de la persiana, de madera y me sentía segura y reconfortada.  Luego, cuando oía al gallo cantar y me despertaba sentía en mi pecho de niña una especie de euforia que aún puedo recordar ahora. Empezaba un nuevo día al lado de mi querida yaya.

La abuela de la gestora Beatriz Lucea.
La abuela de la gestora Beatriz Lucea. Le dijo: "Yo tuve suerte, el yayo nunca me pegó"..
Archivo Beatriz Lucea.

Beatriz Lucea. Gestora Cultural

Pensar en mis abuelos es pensar directamente en generosidad, cariño, y en definitiva, en familia. Pienso en ellos, en los cuatro, casi cada día por un motivo otro, por lo que llegaron a enseñarme, por lo que me imagino que podrían haberme enseñado, por lo que seguro me habían enseñado y que yo imagino por lo que mis padres me han contado. Uno fue juez de paz "el hombre bueno del pueblo" ¿se puede tener un título mas bonito? Mi abuela me dijo: "Yo tuve suerte, el yayo nunca me pegó", era pequeña y no lo entendí entonces.  ¿Por qué no preguntaría mas cosas de sus vidas, de lo que pensaban y de lo que sentían? 

Querría saber más, me lo echo en cara, sin sentido. Rebusco en mi memoria y me agarro a ellos, no quiero que pase el tiempo sin seguir sintiendo su calor, su legado, y su sabiduría . Me busco en ellos y encuentro a mis padres, cuanto más mayor me hago más los encuentro, quizá idealizados. Pero siento que esa es mi herencia, la unión, la honradez y el esfuerzo.

Arancha Ortiz: "Heredé de mi abuelo su gusto por las cosas bien hechas, la importancia del esfuerzo, y el coraje para remontar tras la adversidad. Aprendí a agradecer y a escuchar, a esperar y a confiar, a cuidar y a consolar"
La abuela de la escritora y pedagoga Arancha Ortiz.
La abuela de la escritora y pedagoga Arancha Ortiz: a ella le debe los cuentos y los cantos de los varanos de su infancia.
Archivo Arancha Ortiz.

Arancha Ortiz. Profesora y escritora para niños

No conocí a mis abuelos. A la única abuela que conocí, a la que quise y me quiso, y con quien conviví hasta que se fue, debo muchos de los mejores recuerdos de mi niñez. Debo a ella los cuentos y los cantos, los veranos de mi infancia y las historias de la suya. De ella aprendí que los buenos amigos, por pocos que sean, son también familia, y que la familia es lo que de verdad da valor a la vida. Heredé su gusto por las cosas bien hechas, la importancia del esfuerzo, y el coraje para remontar tras la adversidad. Aprendí a agradecer y a escuchar, a esperar y a confiar, a cuidar y a consolar.

El abuelo de Consuelo Roy, vestido de militar.
El abuelo de Consuelo Roy, vestido de militar.
Archivo Consuelo Roy.

Consuelo Roy. Pianista y profesora de piano

Tuve la suerte de vivir siempre con mis abuelos maternos. La nuestra fue una familia que se movió al ritmo bien avenido de tres generaciones, donde todos teníamos nuestro espacio y nuestra voz. Mis abuelos complementaron la labor de mis padres, tratando de no interferir en ella. Colaboraron en mi educación desde el ejemplo y el consejo sabio, fueron confidentes y buenos intermediarios ante mis progenitores, y su constante apoyo me demostró su incondicional amor. A ellos les debo saber afrontar la vida con valentía y coraje (fueron testigos directos de la guerra civil española y sus consecuencias) y aprender a ser fuerte ante las adversidades. Sin pretenderlo, me enseñaron también a respetar y valorar a nuestros mayores, maestros de vida y fuente de sabiduría. Su recuerdo permanece indeleble y trato de seguir la huella de sus atinados pasos.

Luis Rabanaque con la abuela Maxi, su hermana y su madre.
Luis Rabanaque con la abuela Maxi, su hermana y su madre.
Archivo Luis Rabanaque.

Luis Rabanaque. Guionista y actor

Me hubiera gustado mucho conocer a todos mis abuelos, pero la vida no me dio ese regalo. Mi abuela paterna, Juliana, murió al nacer mi padre, el séptimo de sus hijos, y Cándido, su marido, nos dejó cuando yo era pequeño. Mis recuerdos con él tienen más que ver con lo que me contaron mis padres que con mi propia memoria. Recuerdo, eso sí, que creía tener por abuelo a un mago porque nos sacaba churros y caramelos de las orejas. Un día hizo un juego de manos con mi muñequito de los Conguitos... y jamás volví a ver el juguete. Seguramente lo dejó olvidado en algún bolsillo después de la broma, o en una estantería más alta que yo, pero el caso es que para mí, lo hizo desaparecer; a mis compañeros de clase les decía que tenía un mago de fama internacional en casa. Cuando el Gran Cándido falleció, pasaron a despedirlo por casa la familia y los vecinos; yo seguí jugando a los pies de su cama sin hacer mucho ruido por no despertarlo o por si estaba preparando un nuevo truco. De mi abuelo Miguel, el padre de mi madre, aún tengo menos recuerdos, solamente aquellos que atrapé en las narraciones familiares, porque él marchó cuando yo tenía un año. De hecho siempre creí haber vivido con él una visita a la Plaza de la Misericordia, él era muy aficionado a los toros; pero realmente es un recuerdo de mi hermana que indudablemente me adjudiqué de crío.

Luis Rabanaque: "La abuela Maxi me llevaba al cementerio para dar vuelta por el nicho de su marido y mientras ella rezaba y limpiaba la lápida, yo jugaba en la tierra con el cubo, la pala y el rastrillo. Tanto ella como la mayoría de abuelos de mis amiguitos nos contaban historias de esa guerra"

A quien recuerdo perfectamente es a mi abuela Máxima, la yaya Maxi. Con ella pasé muchas horas de paseo, haciendo deberes, merendando... Mientras mi padre trabajaba en el Alumbrado público y mi madre cosía, la abuela Maxi me recogía en el colegio, en la calle Monterregado, y me subía hasta casa. Antes parábamos en una panadería que había de camino y me compraba un bollo, a veces con chocolate. Si sobraban 50 céntimos, me los daba y yo miraba por el agujerito de la moneda la plaza de las Canteras: el escaparate de los textiles, el surtidor de combustible o la tienda de Labarta. Recuerdo, eso sí, que un día olvidó recogerme. Yo tendría unos cuatro años. Esperé en la puerta de clase hasta que todo el mundo salió del colegio y comencé a caminar, solo y desconsolado, por Fray Julián Garcés. La Maxi siempre iba vestida de negro, también para el verano, el luto se cumplía a rajatabla en aquellos tiempos. Me llevaba al cementerio para dar vuelta por el nicho de su marido y mientras ella rezaba y limpiaba la lápida, yo jugaba en la tierra con el cubo, la pala y el rastrillo. Tanto ella como la mayoría de abuelos de mis amiguitos nos contaban historias de esa guerra que habían vivido de forma tan intensa, con tanto dolor.

En definitiva, recuerdo con cariño a los abuelos que conocí y a los que no. Sus historias contadas por ellos o por mis padres. Y sobre todo, su esfuerzo de cada día porque tuviéramos una vida mejor que la de ellos.

María Meléndez y César Ruiz, los abuelos paternos de la editora Trinidad Ruiz Marcellán en 1910.
María Meléndez y César Ruiz, los abuelos paternos de la editora Trinidad Ruiz Marcellán en 1910.
Jarque.

Trinidad Ruiz Marcellán. Poeta y editora

Aunque, en silencio y sin nombrarles a diario, les debo:

-A mi abuela paterna Mariquita, que no conocí, le debo la mirada silenciosa de un retrato de 1910.

-A mi abuelo paterno César, que no conocí, le debo su deseo de libertad, su soledad.

-A mi abuela materna María, le adeudo el dolor de la vida, la dificultad para disfrutar la alegría de vivir

-A mi abuelo materno León, que no conocí, le debo el deseo del viaje a lo desconocido, el respeto al inmigrante, el sentirte extranjero en tu propia casa.

La abuela de Javier Sierra, con él en brazos. El autor nos manda esta foto desde Estados Unidos.
Joaquina, la abuela de Javier Sierra, con él en brazos. El autor nos manda esta foto desde Estados Unidos donde está de viaje.
Archivo Javier Sierra.

Javier Sierra. Escritor

Uno de mis primeros recuerdos asociados a las letras se lo debo a mi abuela Joaquina. Decidió pasar unos meses con nosotros en Teruel para ayudar a mis padres con los tres niños que éramos en casa. Yo la veía haciendo calceta y hablando de sus recuerdos con mi madre, y era tal el torrente de lugares, nombres y recuerdos que brotaban en aquellas charlas que le pedí que me lo explicara todo desde el principio. Me armé de cuaderno y lápices, y empecé a anotar todo lo que salía de aquella memoria de mujer sabia que tenía delante. Aquellas tardes de verano, con mi abuela haciendo calceta mientras me dictaba sus memorias “desde el principio”, fueron mi primera incursión en el arte de escuchar y de llevar a la palabra escrita lo aprendido. No es poca cosa.

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