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Ana Alcolea: "Soy escritora porque murió mi primo en un accidente de avión"

La autora de 'La noche más oscura', premio de las Letras Aragonesas y Cervantes Chico, intervino en el ciclo 'Lunes de Otoño' 

Ana Alcolea, entre Alejandro Corral y José Luis Corral.
Ana Alcolea, entre Alejandro Corral y José Luis Corral.
J. A. Artigas/Fundación Caja Rural

Ana Alcolea (Zaragoza, 1962) fue la invitada al ciclo 'Lunes de otoño' que organizan en la Fundación Caja Rural de Aragón los escritores José Luis y Alejandro Corral. Y lo primero que contó fue que el Casino Mercantil era el lugar donde celebraban la fiesta de casados muchos de sus familiares y que acababa de enterarse de que allí había estado Albert Einstein, Jacinto Benavente y Ramón Gómez de la Serna. Se lo había dicho el ‘ubicuo’ y viajero José Antonio Artigas, director de la Fundación. “Aquí una se siente acomplejada, esto es espectacular: es un lugar de palabras, de obras de arte y de mucha historia”, dijo Ana, Premio de las Letras Aragonesas y licenciada en Filología Hispánica y Filología Inglesa. Y no tardaría entrar a saco con sus confesiones y su sinceridad.

Antes, José Luis Corral dijo que él pensaba que, con el paso de los años, había comprobado que los escritores no eran tan malditos ni tan alcohólicos como había creído siempre, y Ana Alcolea apostilló: “Somos más sosos que la leyenda que nos precede”. En la sala, había alrededor de 50 mujeres y cinco hombres. Los Corral recordaron Ana Alcolea era una apasionada por escribir, y que aunque había escritor para adultos se había especializado en la literatura infantil y juvenil.

La conversación iba y venía. De aquí para allá, sin preocuparse de la sistematización de temas o de la cronología. Alejandro Corral quiso saber cómo había vivido la autora el premio Cervantes Chico. “Fue una gran ilusión. Era la primera vez que una persona vinculada con Alcalá de Henares lo recibía. Fue uno de los días más emocionantes de mi vida: yo había dado clase en Alcalá, acababa de morir mi padre (y sé bien la ilusión que le hubiera gustado estar allí) y fue impresionante ver allí a tantos niños, de entre seis y doce años, seleccionados por sus compañeros. Creo que pronuncié un discurso emotivo porque para mí fue muy emocionante. Yo soy muy cervantina; siempre digo que Don Quijote es mi tío más querido y que le debo más que a cualquier ser vivo”.

Abordó luego Ana sus días de descanso, sobre todo en verano, en Noruega, de donde es su marido. Tiene una cabaña, ideal e idílica, en medio de la naturaleza, y cuando está allí, más que escribir mucho, apuntó, se dedica a leer poesía chica, y los diarios de Dorothy Wordsworth, “que me gusta más que su hermano, el poeta romántico William. Es una gran defensora de la naturaleza. Allí no hago nada especial: disfruto de las pequeñas cosas, de la naturaleza, de las flores, que no me gusta cortar. Le suelo decir a mi marido: ‘Deja vivir al que le gusta vivir’”. Ana Alcolea fue más allá: explicó que en Noruega suceden dos de sus novelas más conocidas: ‘Donde aprenden a volar las gaviotas’ y ‘La noche más oscura’, vinculadas ambas de distintos modos a su pasión por los faros -algo que ya cultivaba cuando vivió en Santoña, cerca del faro, donde dio clases y a donde vuelve cada cierto tiempo-, a la historia del nazismo, a un campo de prisioneros serbio y a otro ruso. 

En ambos libros, de modos diferentes, recuerda que los nazis estuvieron allí y dejaron un rastro de presos y de dolor. “Mis suegros tenían su casa por allí, y al lado había un campo de prisioneros. Y también hablo de un faro, situado en mitad de un islote, fundado en 1880, al que había que llegar en una lancha motora. Muy cerca de allí, hubo 190 soldados rusos que trabajaban en el aeropuerto. Más de 60 murieron a las primeras de cambio. Cuando me contaron todo aquello, pensé: ‘Tengo que sacar una novela. Hice el viaje al faro el 14 de octubre, el 18 empezó la novela y poco después, justo cuando cerraba el plazo, la mandaba al premio Anaya, que ganaría en 2011. Se trata de ‘La noche más oscura’”. Ana Alcolea recordó entonces que Zaragoza, una ciudad sin mar (recordó, de paso, el poemario ‘Zaragoza marina’ de Javier Delgado, ilustrado por Jorge Gay, que publicó Prames), tenía su propio faro en la Feria de Muestras.

Alejandro Corral quiso saber entonces cómo había empezado a escribir. Y ella contó una conmovedora historia que ha narrado muchas veces, en las entrevistas y en los colegios, ante los chavales. En 1998, en Gabón, en un accidente de aviación, murió en la selva su primo Jesús, a quien quería como el hermano que no había tenido. “Entonces, de aquella tragedia que nos impactó a todos sentí el deseo de escribir. Quería mantenerlo vivo a través de las palabras: no es cierto que las palabras se las lleve el viento, no, tienen mucha fuerza”. Así nació ‘El medallón perdido’, un libro que mandó a una editorial religiosa y se lo “rechazaron porque tenía poca acción. Por lo mismo lo publicaron en Anaya y lleva 34 ediciones. Y he tenido que hablar de él miles de veces con los chavales de todo el país. A pesar de que narra un drama, para mí no es un libro triste. Y en cualquier tengo claro una cosa: en los momentos más duros somos capaces de crear belleza. Soy escritora porque se murió mi primo en un accidente de avión”.

Le preguntaron por qué escribía para jóvenes y apuntó que en realidad hace literatura y quiere escribir libros de aventuras que cuenten las historias más universales posibles, “lo universal del sentimiento. En realidad, la literatura no busca los temas de moda, y por eso no pasa nunca de moda. O al menos no es mi objetivo. El lenguaje tiene que buscar, o intentarlo, cosas que nadie ha encontrado”. Dijo que es fundamental que los jóvenes lean porque “el pensamiento y el lenguaje están unidos, y un lenguaje bien elaborado y rico permite desarrollar más ideas”, la libertad también está unida a las palabras y es necesario ser curioso, en cualquier momento irrumpe lo literario o lo artístico, y “hay que escribir de las emociones”. Repasó otros libros, habló de su excelente relación con los ilustradores (“hay que dejarlos que hagan su trabajo”), de espacios que le han marcado como Venecia, donde situó ‘Bajo el león de San Marcos’: “una vez que hemos transformado la realidad en palabra ya la hemos convertido en una ficción. Cuando leemos un libro vivimos la historia: el libro es un espejo en el que nos miramos, el escritor que lo redacta, y el lector que lo lee. El escritor siempre busca la verdad, que no es lo mismo que la realidad”.

Con el tema de la ambientación de sus novelas de fondo, dijo que había estado donde suceden todas sus novelas, salvo en dos lugares: Gabón y Egipto. Y entonces recordó a su padre, chapista, que trabaja mucho y ahorraba todo lo que podía, y compraba libros para su hija. Entre ellos, una enciclopedia de Salvat, ‘El descubrimiento del pasado’, que me sabía de memoria. “Estaba fascinada por el descubrimiento del tesoro de Tutankamón y yo también quise ser egiptóloga y arqueóloga”. Tenía la sensación de que conocía Egipto como la palma de su mano.

Uno de los libros recientes de Ana Alcolea, ilustrado por David Guirao.
Uno de los libros recientes de Ana Alcolea, ilustrado por David Guirao.
J. A. Artigas/Fundación Caja Rural.

Casi para finalizar, ante un auditorio muy interesado, que tomaba apuntes en el cuaderno o en el móvil, se definió como una escritora de brújula. “Yo no planifico las novelas. Escribo por intuición. No sé lo que va a pasar. Ahora estoy escribiendo una novela policiaca, llevo más de 100 páginas y aún no sé quién es el asesino”. Y ya de paso anunció que a finales de año saldrá un libro sobre Beethoven, en Libros de Ida y Vuelta, con ilustraciones de Javier Hernández. Y que le traducen tres libros al árabe. Dejó en el aire la sensación de que los libros abren puertas y ventanas a la libertad, a la imaginación y al sueño.

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