Barboza-Grasa, restauración e investigación en la obra de Goya

Sus estudios han contribuido a revalorizar la obra joven del pintor de Fuendetodos.

Teresa Grasa y Carlos Barboza, en la plaza del Pilar
Teresa Grasa y Carlos Barboza, en la plaza del Pilar
Oliver Duch

El matrimonio Carlos Barboza y Teresa Grasa se convertirá desde el comienzo de sus trabajos de restauración de la pintura mural de Goya en Aragón, a finales de 1978, en protagonista de un nuevo interés por la figura del pintor en los medios de comunicación, tanto por la notoriedad de su obra restauradora como por sus artículos en la prensa, fundamentalmente en HERALDO DE ARAGÓN, donde expusieron tanto el desarrollo de sus técnicas como sus nuevas atribuciones goyescas, que levantaron en más de una ocasión la polémica.

La restauración de la obra mural de Goya en Aragón fue emprendida por Barboza-Grasa con las pinturas de la Cartuja de Aula Dei (1978-1979), a cargo del Instituto de Restauración, quien también patrocinó los trabajos de la bóveda 'Regina Martyrum' en la basílica del Pilar (1981-1982) y sus cuatro pechinas (1983-1984). A cargo de la Diputación General de Aragón realizan las cuatro pechinas de la Iglesia de San Juan, en Calatayud (1985-87), y con encargo de la Diputación de Zaragoza realizan las cuatro pechinas de Remolinos (1988-1989). Con el coreto del Pilar (1991), a cargo de la Fundación Nueva Empresa, culminan por ahora su obra restauradora de Goya en Aragón.

De todos estos trabajos hay informaciones constantes en HERALDO, que ha seguido día a día la labor del matrimonio Barboza-Grasa (informaciones de Luis J. García Bandrés, Juan Antonio Gracia, Juan Domínguez Lasierra, Mariano García, Santiago Paniagua...). Pero serán ellos mismos quienes pondrán un punto alto de atención sobre su propio trabajo, sus investigaciones sobre el joven Goya y sus atribuciones, que culminarán en el libro -publicado semanalmente en fascículos en el periódico- 'Goya en el camino' (Ed. Heraldo de Aragón, 1992), en el que se recogen todas las investigaciones realizadas por ambos en estos últimos años.

Sus primeras más destacadas colaboraciones tienen lugar en el desaparecido 'Semanal Heraldo', donde escribieron con asiduidad a partir de 1983. En el nº 20 (22-5-1983), la portada del magacín se abría precisamente con el retrato de Marianito Goya, y en páginas interiores se dedicaban dos trabajos al pintor con motivo de la exposición 'Obras maestras de Goya en las colecciones madrileñas', que se presentaba en el Museo del Prado desde el mes de abril. El pintor Natalio Bayo escribía 'Goya era una fiesta' y Carlos Barboza un largo artículo titulado 'Goya o el misterio de la creación'.

El nº 78 (11-3-1984) de dicho 'Semanal' traía también su portada dedicada a Goya, con una cercana imagen del rostro velado de la Fe, una de las pechinas de la 'Regina Martyrum', con motivo de haberse terminado la restauración de estas pinturas goyescas, realizada por Barboza-Grasa. 'Goya en todo su esplendor' se titulaba el reportaje, en el que Carlos Barboza escribía sobre 'Las virtudes o el eterno femenino en Goya' y Teresa Grasa, de 'Goya, la medida inconmensurable'. Diversas fotografías de esta restauración completaban el reportaje. También sobre 'Goya en Burdeos' escribiría Carlos Barboza en este magacín.

Atribuciones polémicas

Sería largo seguir paso a paso la presencia en torno a Goya de este matrimonio de pintores y restauradores en las páginas de HERALDO, pues ha sido amplísima. Subrayemos, sí, algunas aportaciones más destacadas o llamativas, pues han traído a veces también la polémica, con sus atribuciones e hipótesis no siempre compartidas por los expertos.

Una de las más sonadas fue la que se produjo cuando Barboza-Grasa descubren a 'Goya, en un Luzán de Ricla' (13-10-1985), es decir, la mano del pintor de Fuendetodos en un cuadro, 'La visitación de la Magdalena al Sepulcro del Señor', de su maestro Luzán, existente en la iglesia parroquial de dicha población zaragozana. La hipótesis fue replicada por el profesor Arturo Ansón, que era comisario y autor del catálogo de la exposición Luzán que por aquellas fechas se exhibía en la sala Luzán, de la CAI, en Zaragoza. Respuesta que tuvo contrarréplica en el texto '¿Goya en Ricla?' (23-10-85), firmado por los restauradores.

Antes, en 1983, se había producido la atribución a Goya del 'Autorretrato desnudo', descubierto entre los dibujos de Academia de la Real Sociedad Económica Aragonesa de Amigos del País, del que daría información HERALDO, y posteriormente, las atribuciones del 'Pignatelli' de Lalana a Goya (a la que nos referiremos en el apartado dedicado al suplemento 'Artes y Letras'), en enero del 85, y la del descubrimiento de la pintura mural atribuida a Goya en la casa de San Antonio, en la población zaragozana de Alagón, también conocida como de las Escuelas Viejas, en agosto del 86.

Una defensa de la autoría goyesca del llamado 'Estudio de retrato', del Museo de Zaragoza, la hará Barboza en su bello artículo 'Goya con sombreros' (l2-4-89), al subrayar la constante presencia del sombrero en numerosos autorretratos del pintor. Sobre la exposición de Goya en Venecia, y la presencia en ella de las pechinas de Remolinos restauradas por Barboza-Grasa, escribe en 'Goya, de Remolinos a Venezia' (4-7-89).

El 29 de marzo de 1992 se iniciaba la publicación, en fascículos, de 'Goya en el camino', sin duda el proyecto más ambicioso en torno a Goya realizado por HERALDO DE ARAGÓN en toda su historia. Fue presentado en la contraportada del periódico de aquel día por los propios autores, 'El genio y el obrero', y con dos artículos de apoyo de los representantes de las dos instituciones colaboradoras del coleccionable, el alcalde de Zaragoza, Antonio González Triviño, que firmaba 'Una presencia eterna', y el presidente del Gobierno aragonés, Emilio Eiroa, 'El hombre que no llevaba máscara'. En los fascículos participarían también como autores, en secciones especiales, Guillermo Fatás, Luis J. García Bandrés y Ricardo Gil. El libro editado con los trece fascículos llevaría prólogo del director del periódico, Antonio Bruned Mompeón. Barboza y Grasa dedicaron el libro a Antonio de Yarza Mompeón, consejero de HERALDO y amigo de los autores, que había fallecido recientemente.

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