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Carlos Bardem: "No me acostumbro a la impunidad, por eso he creado un asesino de corruptos"

El actor y escritor publica 'El asesino inconformista', una novela negra donde mezcla sátira política, ensayo y romance.

Carlos Bardem encarna a Chucho en 'Carteristas'.
Carlos Bardem en una imagen de archivo.
Efe

Libro a Libro, novela a novela, parece que la faceta de escritor de Carlos Bardem (Madrid, 1963) va ganando terreno a su trabajo como actor. Dice, en realidad, que ambas disciplinas son dos vertientes de lo mismo, "de la pasión por contar historias", lo que pasa es que cuando se pone detrás del teclado cuenta las suyas. Acaba de publicar 'El asesino inconformista' (Plaza & Janés), una novela negra, llena de sátira política y romance, que sigue los pasos de Fortunato, un peculiar sicario que acepta solo aquellos encargos con los que cree hacer justicia.

Venía de 'Mongo blanco', una novela histórica. ¿Por qué este cambio de registro?

Es un reto que me gusta abordar, no repetirme, ni encajonarme. Me apetecía saltar a una cosa totalmente distinta. 'El asesino inconformista' tiene parte de novela negra, parte de sátira y es también una gran novela de amor que se podría titular 'Fortunato y Claudita' y responde a mi interés y mi necesidad de mestizar géneros. Puede interesar al que le gusta la novela negra, da la clave para hacer algún asesinato perfecto, ahí queda, pero también es una muy buena novela de amor, muy romántica y tiene puntos de ensayo sobre la realidad social y política de este país.

Fortunato no es un sicario común y corriente ya que con sus encargos busca también hacer justicia. ¿De dónde sale un personaje así?

Creo que en todas las fantasías apocalípticas hay una especie de búsqueda de esperanzas consolatorias y de subversión, de destruir lo viejo para crear lo nuevo. Fortunato es la reacción exagerada y ficcionada, pero verosímil, ante la impunidad, ante la podredumbre, ante esa sensación que tenemos todos de que en este país la corrupción no está sancionada, que muy pocas veces pagan y que cuando pagan, pagan muy poco.

Así que me invento este asesino, un psicópata que crea sus propias leyes y funciona con sus propios códigos, un tipo muy inteligente, muy manipulador, con una habilidad emocional limitada, aunque no carece por completo de ella porque él es militante de su amor por Claudita, pero es un tipo con muy poca capacidad de arrepentimiento respecto a los asesinatos.

No siente remordimientos pero se cuestiona todo el rato si hace lo correcto. Además, es un tipo muy culto. ¿Así era más fácil que el lector empatizara con él?

Creo mucho en la función del monstruo. El monstruo es el espejo deformado en el que nos reflejamos, es el aviso que nos dice: "Ojo, tú te consideras normal pero en otras circunstancias puedes ser un monstruo también". Eso hace que lo entendamos. También sirve para exagerar rasgos. Lo que pasa es que si tú haces un monstruo absolutamente detestable es difícil que el lector le siga. Él es un sicario que elimina piezas defectuosas en una gran estructura podrida de poder, de ahí sus cuestionamientos. Él muchas veces piensa yo con esto ¿ayudo a reciclar los desechos o contribuyo a mejorar el mundo? Cuando elimino a estas personas, ¿perpetúo lo que hay? Esas preguntas y respuestas van a interpelar al lector y que cada uno las responda desde sus ideas. Me interesa estirar los límites morales, ponerlos a prueba.

No nombra al PP, pero la novela está plagada de referencias con frases como "esa persona de la que usted me habla".

Eso del PP lo ha dicho usted, yo no he dicho nada del PP (ríe). Todos los personajes de esta novela son rigurosamente ficticios y yo no he mencionado a ningún partido en concreto; cada uno ahí que ponga lo que quiera poner.

¿Cree que nos hemos acostumbrado a la impunidad de los políticos?

Yo no me he acostumbrado a ella y quizá por eso me he inventado un asesino de corruptos. A mí me sigue indignando y me sigue sorprendiendo la poca sanción social y política que hay en este país hacia la corrupción. Quizá porque en este país entendemos la política como pertenecer a un equipo de fútbol.

Ha tenido que ser divertido investigar formas de dar pasaporte a alguien. ¿Qué es lo más sorprendente que se ha encontrado?

Lo que más me ha sorprendido es la facilidad con la que a uno o dos clics en internet puedes encontrar este tipo de mecanismos que te ayudarían a asesinar a alguien. No he buceado en sesudos tratados de criminología, simplemente me metía en la web. Hubo un momento en que me preocupé y pensé que la Policía iba a tirar abajo mi puerta con estas búsquedas que estaba haciendo (ríe).

El cine impregna buena parte de las páginas del libro. No solo porque él sea un cinéfilo, sino por la forma que tiene de describir los ambientes, que lleva a pensar en encuadres, en planos, en luz, en fotografía.

Es que además de escritor soy actor. Yo siempre digo que escribir y actuar son dos vertientes de lo mismo, de la pasión por contar historias. Cuando actúo cuento las historias de otro y cuando escribo cuento las mías, pero es lo mismo.

Tal y como está la cosa, ¿se puede no ser pesimista?

Vivimos una época bastante sombría. También pienso que con la edad, por fuerza, la vida te vuelve un tanto pesimista. Pero al mismo tiempo, ese pesimismo no tiene que ser una invitación a rendirse. Hay que seguir peleando por lo que uno cree. Sin duda, esta novela nace del hartazgo y de una preocupación: es una diagnosis también sobre una psicopatía, una psicopatía individual, la del asesino, la psicopatía narcisista individual, pero también la psicopatía narcisista social.

La pandemia, ¿es material para una buena novela o sería mejor pasar página?

Eso nunca. El arte y la cultura nunca pueden pasar página. El arte no puede elegir de qué habla; la vida se impone al arte como fuente de inspiración.

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