Irene Vallejo homenajea a su bisabuelo maestro en un pueblo de Soria 

La escritora zaragozana recuerda en Instagram la labor de estos hombres y mujeres que recorrían la España de los primeros años 30 del siglo XX "cargados de libros, periódicos, cuadros, música, proyectores de películas, obras de teatro".

El libro con el sello de las 'Misiones pedagógicas' que Vallejo muestra en Instagram y que era de su bisabuelo.
El libro con el sello de las 'Misiones pedagógicas' que Vallejo muestra en Instagram y que era de su bisabuelo.
Irene Vallejo

Durante seis años, entre 1931 y 1936, existieron en España escuelas ambulantes compuestas por voluntarios que acudían donde se les llamaba para elevar el bajo nivel educativo y cultural de las clases populares, en una época donde la tasa de analfabetismo rozaba el 43%, agudizada en el ámbito rural. En este contexto, el Gobierno de la Segunda República, liderado por Niceto Alcalá-Zamora, desarrolló las llamadas "Misiones pedagógicas" con el encargo de “difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la población rural”.

La escritora zaragozana Irene Vallejo rinde homenaje a estos hombres y mujeres, misioneros pedagógicos que voluntariamente recorrían caminos a menudo intransitables y llegaban a enclaves apartados para llevar libros, películas y aires nuevos a una población olvidada por el progreso.

Uno de ellos era su bisabuelo.

De él, maestro de Aldehuela de Periáñez, provincia de Soria, cuenta la autora de ‘El infinito en un junco’ que heredó el libro con el que ilustra una entrada en su cuenta de Instagram, marcado con el sello de las Misiones Pedagógicas. “Delgado, pequeño y amarillo por el tiempo, me estremece cada vez que lo abro”, escribe. Porque su visión le lleva a un difícil ejercicio de imaginación y empatía, para poder visualizar, “en aquellos años 30 de caciques y caminos polvorientos, la llegada de escritores, pintores, actores -mujeres y hombres- que viajaban de pueblo en pueblo cargados de libros, periódicos, cuadros, música, proyectores de películas, obras de teatro”.

El equipo misionero, una vez terminada la visita, entregaba al maestro del pueblo en cuestión una pequeña biblioteca para instalar en la escuela y, en ocasiones, un gramófono con un pequeño lote de discos. Estas modestas bibliotecas estaban dirigidas al conjunto de la población para despertar su afición por la lectura y elevar su nivel cultural.

Misioneros pedagógicos ilustres

Esas escuelas ambulantes, explica Vallejo en su texto, nacieron de la inspiración de Manuel Bartolomé Cossío y Francisco Giner de los Ríos. Entre los voluntarios estuvieron Luis Cernuda, María Zambrano, María Moliner, Rafael Dieste, Eduardo Torner, Ramón Gaya o Miguel Hernández, que lo evocó así: “En el último pueblo hicimos la segunda misión en pleno campo, proyectando el cine contra el muro de la Iglesia. Era cosa de ver los labradores sentados sobre arados y carretas volcadas, la cigüeña de la torre asustada, las estrellas temblando de frío, y yo envuelto en la capa parda de un labrador”.

Y es que, cuando llegaba la camioneta de las Misiones, para muchos de los vecinos de los pueblos constituía un auténtico acontecimiento y una fiesta, pues muchas de las gentes veían por primera vez una película de cine, oían una pieza musical, leían o escuchaban leer un libro o contemplaban una obra de teatro.

Al llegar a una aldea, prosigue Vallejo, los misioneros se presentaban: “No tengáis miedo, no venimos a pediros nada. Al contrario, venimos a daros de balde algunas cosas. Somos una escuela ambulante. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas, donde no se necesita hacer novillos”. Porque, en palabras de Manuel Bartolomé Cossío, “el gobierno de la República que nos envía, nos ha dicho que vengamos, ante todo, a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas y abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie hasta ahora ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros”.

Los tres años de la Guerra Civil y la posterior dictadura franquista acabó con esta experiencia cultural única en la historia de España.

“No, este libro, con permiso de Ibsen, no me habla de espectros. Es un cordón umbilical”, concluye Irene Vallejo su texto.

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