notas costumbristas (39)

El fiscal Galbe Loshuertos

Las memorias de este zaragozano son fascinantes y deslumbrantes: entretenidas, divertidas, llenas de información de primera mano y escritas con una pulcritud fuera de lo común.

Galbe Loshuertos
Retrato de Galbe Loshuertos en la portada de sus memorias, 
Heraldo.es

A veces uno recibe regalos imprevisibles y extraordinarios. El profesor de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza Alberto Sabio nos regaló hace unos años la lectura de las memorias inéditas del zaragozano José Luis Galbe Loshuertos, que él localizó después de que durmieran durante décadas en un viejo arcón olvidado. Las editó Marcial Pons con el título de ‘La Justicia de la República’ y es uno de los libros de memorias más extraordinarios que he leído nunca. Yo había escrito ya sobre Galbe en 'Heraldo', recordando cómo acompañó al escritor cubano José María Chacón y Calvo en un viaje por el Pirineo aragonés. Sobre ese viaje Chacón publicó en 1919 un libro, 'Hermanito menor', tan desconocido como apasionante, que se publicó en San José de Costa Rica, en 1919, aunque hay ediciones posteriores y asequibles. Yo no hace falta que les diga que tengo esa primera edición. No podía ser de otra manera. Las memorias de Galbe son fascinantes y deslumbrantes: entretenidas, divertidas, llenas de información de primera mano y escritas con una pulcritud fuera de lo común. Galbe fue fiscal del Tribunal Supremo (después de haberlo sido en Murcia, Sevilla y Ávila) y, como tantos de su generación, llevó una vida tan repleta de peripecias y avatares que nos sobresalta solo el recordarlos: vivió el asalto al Cuartel del Carmen en enero de 1919, estuvo en el juicio de Torres Escartín por el asesinato de Soldevila, ejerció de periodista de 'Heraldo de Aragón' durante la dictadura de Primo de Rivera (al ministro aragonés Galo Ponte lo llamaba 'Galo Póngase usted', porque le tenía respeto) y fue quien proclamó la República desde el balcón del Ayuntamiento de Sevilla el 13 de abril de 1931, un día antes que en Madrid. Estaba destinado en Ávila en julio de 1936 y pasó junto al gobernador civil Manuel Ciges Aparicio (cuñado de Azorín y que había dirigido en Zaragoza el diario republicano ‘El Progreso’ entre 1903 y 1904) las primeras horas de la sublevación. Ciges fue asesinado y Galbe pudo huir atropelladamente a Madrid y salvar la vida. Se exilió tras la guerra, estuvo en el campo de concentración de Saint-Cyprien y de ahí marchó a Cuba en 1940, donde acabaría jugando a las cartas con el Che Guevara. Era de los que pensaban que se pierde menos el tiempo ‘leyendo buenos libros que escribiéndolos malos’. Pero él dejó para la historia un libro luminoso y conmovedor (cuenta, por ejemplo, cómo su hermano Pascual, magistrado en Barcelona y presidente del Tribunal de Alta Traición y Espionaje de la República, facilitó a José María Escrivá de Balaguer el salvoconducto necesario para poder salir de España, con lo que probablemente le salvó la vida) que deberán buscar y leer. 

 

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