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Miguel Ángel Motis: "La Historia necesita el milagro de la escritura"

El historiador y profesor de la USJ publica 'Vivencias, emociones y perfiles femeninos. Judeoconversas e inquisición en Aragón en el siglo XV'

Miguel Ángel Motis Dolader es una de los grandes expertos en el judaísmo de Aragón.
Aránzazu Navarro.

Miguel Ángel Motis Dolader, profesor titular de Historia en la Universidad San Jorge, publica ‘Vivencias, emociones y perfiles femeninos. Judeoconversas e inquisición en Aragón en el siglo XV’ (Dykinson S. L. Madrid, 2020. 320 páginas). Es el director del proyecto 'Aragón Sefarad. Legado y Memoria', patrocinado por el Gobierno de Aragón.

¿Cuál es el punto de partida, qué le interesaba contar y analizar?

Aunque parezca paradójico, en un comienzo pretendía escribir una novela histórica –aspiración que mantengo viva– inspirada en los cerca de 500 procesos inquisitoriales que he consultado a lo largo de mis años de estudio. Si bien, consideré que si me doctoraba previamente en Antropología, esa disciplina, unida a la Historia, me daría una visión mucho más plural y poliédrica para analizar las personas que discurrían ante el tribunal del Santo Oficio. Quería analizar a través de las manifestaciones de mujeres singulares, a través de sus propias palabras, su mundo interior, sus miedos y anhelos, no meros arquetipos. Quería escribir una historia de los sentimientos femeninos en un contexto determinado.

Se constatan, desde las primeras páginas, que se creía que «la mujer es inferior al hombre, pues procede de él y le está subordinada». El libro es la prueba de lo contrario ¿no?

Es absolutamente cierto, la monografía creo que rompe, en buena medida, con el tópico de una mujer dependiente que pasa de la tutela del padre a la de su marido. Son mujeres capaces de afrontar su propia vida, especialmente en el hogar, pero no solo, donde una parte sustancial de esa autonomía la obtienen gracias a las redes de sororidad, de la amistad femenina. Curiosamente las viudas, que son las protagonistas de mis historias, gracias a los fueros de Aragón, que les permite administrar los bienes de su marido, se convierten en auténticas ‘mater familias’, en las rectoras de la unidad familiar, no solo en lo que respecta al destino de sus hijos sino en la asunción de las riendas económicas que ahora lidera.

El ser humano de hoy comparte los mismos miedos que en el siglo XV, como es la soledad o la fragilidad humana; en segundo lugar, si somos capaces de empatizar y comprender al Otro, al distinto, podemos ver en ellos una parte de nosotros mismos

¿Por qué eran ellas las depositarias de las creencias?

El judaísmo impregna toda la vida de la persona, no deslinda creencias o prácticas religiosas de su existencia cotidiana. Es además, una religión que se vive en comunidad y especialmente en el hogar, que es verdadero santuario para las mujeres, no tanto en la sinagoga, a la que los varones sí tienen obligación de asistir. A la mujer se le encomiendan los mandatos que tienen que ver con lo doméstico y la familia.

¿Qué sucedía en las fiestas?

En las fiestas se exaltan los valores femeninos de la casa, la familia, el linaje, lo interior, lo íntimo, máxime cuando son las que elaboran los alimentos, que constituyen un material simbólico de lo sagrado. Lo cotidiano se transforma mediante el ritual; lo doméstico se transforma en público al colectivizar el festejo. Eres judío por ser hijo de una madre judía, no porque practiques el judaísmo, de ahí la importancia de la familia y la memoria. El judaísmo quizás más que una religión de Dios es una religión de la Palabra.

¿Por qué se ha centrado, sobre todo, en 24 viudas?

Antes de comenzar la investigación necesitaba seleccionar el perfil de las personas específicas, para ello partí de una serie de premisas. En primer lugar, escogí la década 1484-1492, por ser el período fundacional, y porque todavía no se había promulgado el destierro de Sefarad, de modo que conversos y judíos seguía compartiendo espacios. Además, son conversas de segunda generación, es decir, sus padres eran judíos, de modo que el judaísmo lo conocían solo a través de los ecos de la infancia; de ahí su necesidad de recordar olores (el potaje o ‘hamín’) o sonidos (las salmodias) de la niñez. Tercero, quería centrarme un tipo de conversa triplemente marginada por ser mujer, descendiente de judíos y viuda.

Dentro del carácter microbiográfico del volumen, habla de la importancia de la intimidad. ¿De qué eran sospechosas?

En la intimidad del hogar las mujeres recobran su voz al encontrarse con otras mujeres con las que se sinceran. Las sospechas nacen muchas veces en la mente de los inquisidores o en la celosa vigilancia que son sometidas por sus vecinas. Las confidencias circulan con fluidez en los ámbitos privados, pues ellas encuentran en la palabra escuchada la intimidad emocional que precisan. Esos son momentos claves para mi investigación porque hablan en primera persona del femenino singular sobre su constelación de creencias, frustraciones, aspiraciones…

¿Cómo se materializaban las herejías? ¿Cuáles eran las prácticas que movilizaban al Santo Oficio?

El Santo Oficio persigue no tanto la herejía como a los herejes, donde la heterodoxia se fija mediante estereotipos construidos sobre manifestaciones externas, equiparando costumbres y creencias. Es decir, interpretar el fuero interno a través de un vademécum de conductas. No obstante, creo que demuestro que la anatomía de sus supuestas herejías predomina no un componente dogmático o doctrinal, sino cultural y creencial, pues practican y apelan a ritos y creencias transmitidas de generación en generación, como los usos culinarios, la observancia sabática, los ayunos o las normas de pureza. A ello se unen los lazos de socialización que les permite paliar la soledad, la melancolía, la añoranza o la tristeza.

¿Cómo actuaba el Santo Oficio con ese radar complejo del sistema de escuchas?

Desde que se proclama el Edicto de Gracia, disponen de un tiempo, en torno a cuarenta días, para declarar cuando se instala el tribunal en la ciudad y auto inculparse. Sin embargo, la conversa cae en una trampa letal, pues no solo debía confesar las prácticas heréticas –en gran medida prácticas culturales que aprendieron de sus madres, hermanas y abuelas–, con la garantía de aplicarle una sentencia más leve, sino que tenía que identificar las personas que hubieren participado en dichos actos. Bastaba con la mera sospecha que propagaba el virus de la murmuración y de las denuncias anónimas. De ahí que los inquisidores preguntaran si sabían, presentían, habían visto o oído decir, considerando pruebas inculpatorias la pura subjetividad de la conducta.

Bastaba con la mera sospecha que propagaba el virus de la murmuración y de las denuncias anónimas. De ahí que los inquisidores preguntaran si sabían, presentían, habían visto o oído decir, considerando pruebas inculpatorias la pura subjetividad de la conducta.

¿Cómo se podían salvar las mujeres, en qué casos eludían la cárcel?

Es cierto que las penas son más leves en el caso de las mujeres –la condena a la hoguera es muy superior entre los varones– y que la cárcel muchas veces se limitaba a un confinamiento en casa o en la ciudad, y transcurrido cierto tiempo se podía condonar por determinadas misas y rezos. En un mundo pleno de gestualidad, el inquisidor quiere percibir señales que delaten que el dolor es verdadero y no fingido, entendiendo que las lágrimas lavan la culpa y la redimen; que el magistrado escuche lo que desea que brote de sus labios.

En el libro se ve que el fenómeno de la sospecha y la persecución se daba en todo Aragón.

Desde sus inicios el Santo Oficio no necesita un gran despliegue de medios. Se basa en el conocimiento de la naturaleza humana tan dada al rencor y la delación. La Inquisición logró desarticular numerosos linajes de conversos en aquellas localidades en que habían accedido a la oligarquía ciudadana y a los cargos concejiles. Fue muy contundente en Teruel por su defensa de los fueros.

¿Servía de algo la confesión?

Debemos diferenciar dos confesiones: la sacramental –en la que los conversos, como gran parte de la sociedad cristiana, no creen– o la judiciaria. En la primera, el inquisidor puede comportarse en este período como un confesor y suele ser más magnánimo, pero esta instancia desaparece cuando se ha producido la acusación de un tercero o ha llegado a oídos del tribunal. La confesión y la abjuración ante el tribunal, para que surta algún efecto, tiene que ser persuasiva, convencer al fiscal y al magistrado, utilizar determinados códigos –asumir el castigo, suplicar misericordia, llorar, ponerse de rodillas, reconocer la naturaleza pecadora de la mujer– de su sinceridad. Si eso se produce puede evitarse la cárcel y la confiscación de bienes.

¿Cuál sería la lección para nuestra vida contemporánea de este libro?

El ser humano de hoy comparte los mismos miedos que en el siglo XV, como es la soledad o la fragilidad humana; en segundo lugar, si somos capaces de empatizar y comprender al Otro, al distinto, podemos ver en ellos una parte de nosotros mismos.

¿Cómo fue su investigación, qué revelaciones esperan en los archivos?

Si Borges manifestaba que imaginaba el Paraíso como una inmensa biblioteca, al modo en que describe magistralmente la de Alejandría Irene Vallejo, yo añadiría una insondable estancia con los documentos que ha habitado la Historia, pues a través de sus escrituras se ahonda en sus memorias, en sus recuerdos y sus realidades. La Historia no solo requiere fuentes sino imaginación, necesita imagen y palabra, pero ante todo necesita el milagro de la escritura como huella de su existir.

¿Cómo era el siglo XV, donde todo el mundo recela y tantos delatan?

El siglo XV, donde la ciudad es un mundo abreviado, es una centuria paradójica. De un lado eclosiona de modernidad pues comienzan a labrarse espacios de individualidad enclavados en una red vecinal –las redes sociales de la época– pero donde todo el mundo se conoce y donde es difícil mantener secretos. Esto es cierto en especial cuando emerge la imagen del Otro a través de los judeoconversos que se sitúan en un espacio liminar, en el margen.