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Los quesos La Cañabla de Broto triunfan en verano con una degustación al aire libre

Irene Latre y Jorge Ezquerra abrieron lo que en principio era un espacio educativo hace 14 años. Desde 2018 pastorean cabras para después elaborar y vender quesos.

Jorge vuelve a casa después de salir al monte con el ganado durante casi ocho horas.
Jorge vuelve a casa después de salir al monte con el ganado durante casi ocho horas.
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Lo que empezó hace 14 años siendo un espacio educativo relacionado con el medio natural y la autosuficiencia en Broto ahora también es un lugar idílico en el Pirineo para catar un queso de cabra elaborado a apenas unos metros de donde se come. Todo este proyecto se llama La Cañabla y al frente de él están Irene Latre y Jorge Ezquerra. Ella es natural de la zona y se fue a vivir fuera para estudiar Magisterio. Él es ingeniero agrícola, de Zaragoza. Juntos, decidieron establecerse en el Sobrarbe y labrar un nuevo camino.

Para ello, acondicionaron una casa y un terreno que pertenecía al padre de Irene y dieron vida al espacio, convirtiéndolo en un aula al aire libre con animales. Entre ellos, tenían unas 20 cabras y, dado que los talleres para niños eran más estacionales y que apenas había queserías en la zona, se lanzaron con la producción.

Primero empezaron haciéndolo para amigos y conocidos, no como un negocio, pero pronto vieron que funcionaba y que había demanda. Así, en 2018 se volcaron de lleno con ello y profesionalizaron la venta de los quesos de cabra La Cañabla. Previamente, tanto Irene como Jorge, que no sabían nada sobre pastorear ni sobre la elaboración de quesos, se fueron formando. Hicieron un taller en la sierra de Madrid, donde aprendieron los conceptos básicos de la elaboración de quesos. Después, se desplazaron al Pirineo francés, donde empezaron a obtener los primeros buenos resultados.

“Ninguno de los dos tenía experiencia con animales ni en nuestras familias ha habido pastores”, asegura Jorge, que reconoce que hasta que no pasaron por la escuela Leartiker del País Vasco no comprendieron por qué sus quesos no terminaban de salir bien.

"El año pasado se salvó bastante bien y este 2021 está siendo la bomba. Tenemos 'overbooking' de demanda en las catas"

A partir de aquello, la nueva rama de negocio ha ido viento en popa y ahora mismo la venta de quesos es su principal fuente de ingresos. La mejor época es el verano, cuando más turistas hay en la zona, incluidos estos tiempos de pandemia. “El año pasado se salvó bastante bien y este 2021 está siendo la bomba. Tenemos 'overbooking' de demanda en las catas”, asegura Jorge. Tanto él como Irene no dan abasto entre el trabajo y cuidar de sus hijos, dos pequeños de 4 y 7 años.

Su día comienza bien temprano, a las 6.30, con el ordeño de las cabras y, justo después, empieza la elaboración del queso. Una vez terminado este proceso, sobre las 10 ó 10.30, toca sacar al ganado al monte, una actividad que se prolonga hasta las cinco o seis de la tarde. “El pastor va al ritmo que le marcan los animales. Se mueven, se quedan quietos un rato y yo mientras aprovecho para leer, miro el móvil y observo a las cabras”, explica Jorge, sobre sus ratos de pastoreo. De vuelta a casa, toca un nuevo ordeño, poner hierba a los animales y descansar hasta el día siguiente.

Actualmente tienen unas 70 cabras, lo que comparado con las grandes ganaderías no es mucho, pero para ellos dos es más que suficiente. “Los rebaños suelen tener un mínimo de 200 animales, de los que se obtienen 100.000 litros de leche al año (500 por cada cabra)”, explica Jorge. En su caso, esta cantidad se reduce a 35.000, que en queso es unos 3.500 kilos anuales.

Una cifra que, por elevada que parezca, hasta antes de la covid-19 no era suficiente como para abastecer la creciente demanda que tenían. “Todavía no somos capaces de vender nuestros quesos por internet ni en tiendas gourmet o mercados, porque no producimos tanta cantidad”, asegura. Una dinámica que con la pandemia se ha visto algo modificada. “Como el año pasado no hubo tanto movimiento por esta zona, contactamos con varios grupos de consumo de Huesca y Zaragoza que ya se habían interesado anteriormente por los quesos y, esta vez, se los pudimos suministrar”, explica Jorge.

Queso y cerveza, la combinación perfecta

Irene y Jorge son el claro ejemplo de cómo ver oportunidades en la adversidad. En previsión de un verano movido en lo que a turistas se refiere en el Pirineo, le han dado una vuelta de tuerca al negocio, habilitando un espacio en el exterior de su finca con cinco mesas. Es una zona para la degustación de queso, principalmente los suyos, y una cerveza artesana que también se puede comprar en La Cañabla y que se produce en Buisán. “También hemos traído los quesos de unos amigos ganaderos que tienen un proyecto pequeño, similar al nuestro, y pastorean en el monte con sus animales”, comenta Jorge, sobre lo que pensaron para poder hacer la actividad todavía más atractiva al público.

Con esta variedad de quesos de kilómetro cero, acompañados de una cerveza también de proximidad, y con un valle de Broto lleno de turistas, la apuesta de La Cañabla para este verano no ha podido ser más acertada. “Hay muchísima gente y el espacio es más dinámico que nunca. Antes teníamos el queso vendido incluso antes de producirlo pero ahora, con las degustaciones, hay mucho más movimiento y se ha dinamizado todo”, asegura.

Mientras tanto, el resto de actividades que ofrecían con anterioridad siguen en marcha, aunque las catas las hayan en cierto modo eclipsado. El taller de pastoreo es otra de las propuestas más demandadas y este verano se ofrece como una experiencia completa. Cuando Jorge regresa de sacar al ganado por la tarde, queda con el grupo en las proximidades del pueblo y recorren juntos los últimos metros. Van con las cabras y el perro y conocen más de cerca cómo es la vida de un pastor como los de antes. Una vez en La Cañabla, se ofrece la posibilidad de ordeñar alguna cabra y, para finalizar con buen sabor de boca, se procede a probar los quesos.

La idea es mantener esta actividad, la estrella del verano, hasta mediados de octubre, cuando empiecen los primeros fríos y el volumen de visitantes descienda considerablemente. Hasta entonces (y también después) Irene y Jorge seguirán disfrutando de sus largos días en el campo, cuidando a los animales y también a su familia. Una vida que, aunque sacrificada, les permite vivir en el monte, disfrutar de sus hijos, de la naturaleza y de los animales. Una vida que eligieron y en la que van cumpliendo sueños.

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