Bar Nicol, en Plenas: casi cinco décadas al servicio del pueblo los 365 días del año

Reyes Gracia es la hija de los dueños iniciales y, además de teniente de alcalde en el Ayuntamiento, de lunes a domingo, de 8.30 hasta el cierre, está detrás de la barra.

Reyes Gracia tiene 50 años y regenta el Bar Nicol, en Plenas
Reyes Gracia tiene 50 años y regenta el Bar Nicol, en Plenas
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Cuando los padres de Reyes Gracia cogieron el bar del pueblo ella tenía siete años. Ahora tiene 50 y es ella quien está sola al frente del negocio. Es el único que queda en Plenas, la localidad de Campo de Belchite donde siempre ha vivido esta familia de tres hermanos. Al principio, todos colaboraban, conforme Nicolás y María Josefa (conocida por todos como Marifina) se iban haciendo mayores, pero de un tiempo a esta parte es su hija Reyes quien se hace cargo de todo, con sus padres ya jubilados.

Cada día se levanta a las ocho de la mañana y antes de las 8.30 ya está subiendo la persiana. Vive justo enfrente, lo que es ventaja pero también inconveniente, ya que para no cerrar ni siquiera a mediodía, pasa rápido a casa para comer en 20 minutos y volver al bar. Durante este rato, que a veces es incluso más corto, su madre o su hermana la cubren, por si entra alguien. La hora de cierre siempre ha sido incierta, aguantando hasta que el último cliente decide retirarse. "En verano, Semana Santa o puentes, que es cuando más trabajo hay, he llegado a hacer jornadas de 12 y 16 horas", asegura Reyes.

Un trabajo muy esclavo que, reconoce, lo mantiene por dar un servicio al pueblo. El Bar Nicol es el único que queda abierto en Plenas, sin contar con el de las piscinas, que solo abre en verano (y no todos los años). "Hubo una época en la que había dos bares pero desde hace 25 ó 30 años el concepto de negocio ha cambiado y ya no se hace tanta vida de bar", asegura Reyes.

"Tener este negocio en marcha no siempre sale a cuenta. Algo queda pero en los meses de invierno toca poner del bolsillo"

"Tener este negocio en marcha no siempre sale a cuenta. Algo queda pero en los meses de invierno toca poner del bolsillo. Luego, se compensa con Semana Santa, puentes y verano", explica. Una situación un tanto inestable que, con la covid-19, no ha mejorado. "A día de hoy la cosa está complicada. Aquí la gente viene, se toma el café o la cerveza y se va", asegura. Y eso que para las 60 personas que viven de continuo en el pueblo, todos los días tiene un mínimo de clientela. "Vienen grupos de mujeres al desayuno de media mañana y, después de comer, otros a echar la partida de guiñote", explica Reyes, sobre una clientela fija a la que está muy agradecida.

Aunque prefiere no hacer números de forma exhaustiva y deja el papeleo en manos de su gestor, Reyes reconoce que no sabe cuánto tiempo más aguantará con el bar abierto. Uno de los momentos de mayor flaqueza fue el invierno pasado, cuando por las restricciones solo se podía prestar servicio en el exterior. "El Ayuntamiento instaló una carpa y puso estufas. Si no, hubiera tenido que cerrar", asegura.

Pero no es solo la crisis sanitaria lo que a Reyes le hace pensar en dejar el bar. "En casa nos hemos planteado varias veces cerrar pero yo prefiero seguir prestando este servicio", dice. Además, el Bar Nicol es también punto de información, lugar donde se guardan las llaves de cualquier espacio público del pueblo e incluso se recogen los paquetes que llegan por mensajero con compras por internet.

"Cuando le digo a la gente que a lo mejor cierro, se asustan", asegura Reyes. Y no es para menos ya que ella está al servicio de Plenas que, más que un pueblo es una gran familia. Pero en la otra cara de la moneda está no tener vacaciones ni vida social, ni siquiera un fin de semana libre. "Para poder hacer otras cosas, como clases de gimnasia, vienen mi madre o mi hermana. A veces incluso cierro, porque los vecinos ya saben dónde estoy y cuándo volveré", explica.

""Siento mucha impotencia cuando me obligan a cerrar a una hora y luego veo cómo la gente se va y se junta en peñas o casas"

Además, con la pandemia, las conversaciones que tenía con los clientes mientras se tomaban algo en la barra han desaparecido. Es una de las cosas que Reyes lleva mal de estos últimos meses caóticos, pero no la única. "Siento mucha impotencia cuando me obligan a cerrar a una hora y luego veo cómo la gente se va y se junta en peñas o casas", asegura. "No estoy acostumbrada a tener un horario de cierre y, sobre todo los fines de semana de primavera y verano, cuando podría tener gente hasta tarde, me da rabia tener que decirles que se vayan", añade. En este tiempo de crisis, lo ha acatado todo: el uso de mascarillas, el consumo solo en mesas, los horarios de cierre… Pero no se cansa de decir que la hostelería no es la culpable de los contagios.

Pese a estas dificultades, Reyes se define como una persona optimista y asegura que no se ha arrepentido ni un solo día de abrir el bar porque, dice, es su vida. A pesar de ello, cada día es más consciente de que llegará un momento en el que, paradójicamente, tendrá que renunciar al bar para poder disfrutar realmente de la vida. "No pienso estar así hasta los 65 años", dice.

Con esta idea ya rondándole la cabeza desde hace años, la pandemia no ha hecho más que hacer mella. "La situación de la covid nos ha desbordado a todos y afectado casi más psicológica que físicamente. En invierno, los 60 que vivimos en el pueblo estábamos confinados y hemos tenido miedo de que hubiera contagios", asegura Reyes. Además, conforme ha pasado el tiempo, ha notado cómo la gente se ha ido relajando y visitan el pueblo con menos cuidado. "Vienen como si aquí todo valiera", añade.

"La situación de la covid nos ha desbordado a todos y afectado casi más psicológica que físicamente"

Por el momento, a pesar de estos pensamientos que le pasan por la mente de vez en cuando, Reyes no falta a su cita diaria de las ocho y media de la mañana con sus clientes. Algunos incluso la están esperando en la puerta desde antes para tomar su primer café del día. Después llegarán las mujeres de las once, los vermús de antes de comer, el guiñote de después y, con suerte, una larga tarde de refrescos y cervezas, seguida de una noche de copas hasta que el cuerpo aguante (o las restricciones de la covid-19 lo permitan).

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