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La caída de Escribá en el Real Zaragoza: de una plantilla trampa al equilibrio de poderes

La convivencia de conveniencia entre Cordero y Escribá y la confección de una plantilla incoherente con el ideario del entrenador han marcado la caída del técnico.

Escribá, en el banquillo durante el partido
Escribá, en el banquillo durante el partido ante el Huesca.
Oliver Duch

Fran Escribá, más allá de su amplia gama de desaciertos, ha sido también víctima consciente o inconsciente de una plantilla muy alejada de sus patrones e ideario futbolísticos. Ni le ha encontrado el manual de instrucciones al grupo confeccionado por Cordero ni el grupo diseñado por el director deportivo se ha adaptado al entrenador. Durante el pasado verano, no hubo en ese proceso de construcción un hilo conductor coherente en la captación, selección y contratación de, eso sí, jugadores de nivel medio y alto para la categoría. Pero una cosa es fichar buenos futbolistas y otra bien distinta es confeccionar una buena plantilla.

En lo primero, puede bastar con manejar más dinero que los competidores del mercado. En la segunda, hace falta interpretar al entrenador y añadir otros elementos de análisis futbolístico: desde el modelo y preferencias de juego del técnico a las características de los perfiles de futbolistas más apropiados para que ese modelo funcione. El fútbol está lleno de casos de grandes planteles que no carburaron.

En esta ambigüedad sobre la naturaleza de la plantilla y de sus capacidades reales, se explica el desarrollo que han tenido los acontecimientos desde que el Real Zaragoza se exhibió como un equipo capaz de ganarle a todo el mundo hasta, con una asombrosa velocidad de declive, desembocar en una ruina incapaz de derrotar a nadie. Por el camino, han pasado muchas cosas que no pueden incorporarse en el cargo del entrenador: desde lesiones de piezas esenciales a fallos individuales de alto precio. 

Es cierto que ha habido bajas importantes en este tramo de la temporada, pero si de algo se ha presumido en el club desde el verano es de la riqueza y diversidad de la plantilla. ¿Cómo le ha podido afectar tanto la baja de Francho, por ejemplo, al equipo si el Zaragoza tenía la mejor variedad y calidad de recursos en mucho tiempo para enfrentar las adversidades de este tipo? Es aquí donde comienzan a abrirse ciertas fisuras en el relato de la planificación del verano.

Inadaptación a la plantilla

En este tiempo de crisis, Escribá entró en una fase de desorientación táctica en la que ha pasado por diferentes etapas, moviendo y devolviendo a jugadores de posición, de funciones, de espacios naturales: el 4-4-2 en rombo, la insistencia en ciertas fórmulas de 4-4-2 con doble pivote y dos delanteros, el giro al 4-3-3… Una indeterminada búsqueda de algo que no se encuentra o no se sabe encontrar porque no se tiene su mapa. Esta inadaptación táctica a la plantilla ha sido letal y fija el marco de los principales problemas del Real Zaragoza.

A la confección de la plantilla de Cordero se le dio un carácter extraordinario y sobresaliente desde el mismo club (“Es el mercado champagne”, se llegó a ensalzar con cierta atrevimiento desde las redes sociales oficiales), agrandando así unas expectativas desmedidas sobre la verdadera capacidad del Real Zaragoza, mientras la sucesión inicial de victorias contribuía a inflamar aún más ese globo de entusiasmo popular cuando ciertos problemas de juego ya eran evidentes. Tampoco faltaron panegíricos desproporcionados a Cordero -al fin y al cabo, un director deportivo; no una estrella del rock- desde ciertas plumas y tribunas.

Sin embargo, entre varios profesionales del fútbol, incluso en el ámbito de la Segunda División, prendía una duda: ¿esa plantilla, con su indudable salto de nivel, se amoldaba o podía amoldarse al estricto libreto de Escribá? Y aquí nacen las raíces de lo que ha sucedido después. Lo primero es remontarnos al origen.

En mayo, el técnico y Cordero enfocaron el diseño del nuevo proyecto sobre las bases tácticas de la pasada temporada. La idea fue armar una plantilla más corta que larga para optimizar la masa salarial anteponiendo la calidad a la cantidad y establecer el 4-4-2 clásico como esquema matriz, agregando en esas posiciones futbolistas de diferentes características. Sobre todo, el objetivo era elevar la capacidad ofensiva, fichar gol. Así, se apostó por jugadores de rendimiento inmediato, con buenos números ofensivos, trayectoria en la categoría, y versatilidad. El Zaragoza, en este sentido, manejó bien los tiempos del mercado, fue fuerte en negociaciones, y, a primeros de agosto, el 80% de la plantilla estaba definido. Solo hubo un contratiempo: los extremos, figuras clave en esa concepción inicial, fueron los más tardanos en llegar.

De ahí que Escribá ejecutara una adaptación provisional al 4-4-2 en rombo, la fórmula con la que mejores notas dio el equipo en agosto. Pero la prioridad no varió: aunque se observó que el equipo podía desarrollarse hacia una cosa potenciando a sus buenos jugadores de entonces, el club siguió el guion fijado. Ese fue el primer error de final del mercado: no saber leer que el Zaragoza quizá necesitaba otros perfiles en lugar de más atacantes: más laterales de calidad, centrocampistas de recorrido, jugadores interiores... Y así arrancó la temporada y el equipo levantó el vuelo hasta el liderado con un inicio imponente e histórico. Con un fútbol imperfecto, aunque con una eficacia en ambas áreas demoledoras.

Pero Escribá, con el paso de las semanas, fue deshaciendo el Zaragoza de los centrocampistas para ir acercándolo al Zaragoza de los delanteros. El juego del equipo nunca asimiló esa evolución. El doble pivote rígido y sin alturas, los extremos y puntas alejados del área… Nunca eso ha funcionado. Además, la gestión de las oportunidades de juego en el vestuario entró en un punto crítico. Escribá quiso un Zaragoza de 22 titulares, pero acabó teniendo un Zaragoza de 22 suplentes: se desordenaron los roles y jerarquías, la inseguridad se instaló en el grupo y los futbolistas jugaban en base a eso, a equivocarse poco y a arriesgar lo justo para seguir agarrando el puesto cuando lo tocaban.

La caída, cuando se desencadenó tras la primera derrota en Ferrol, ya no tuvo fin. Escribá buscó y probó. El Zaragoza, casi siempre, jugó mejor cuando juntó centrocampistas, pero al equipo le faltaba un entramado ofensivo. Ha tenido y tiene cosas buenas, su organización defensiva y su disciplina táctica sin la pelota. Pero eso es insuficiente. Escribá ni supo ni pudo, porque no hacía suya la plantilla. Le resbalaba entre las manos. Era un artificio indescifrable para él, un grupo confeccionado con demasiados versos libres. Jugadores de buen nivel en Segunda, pero muy alejados de una idea o filosofía de entrenador y de una coherencia de perfiles. En una categoría de tan poca calidad y tan igualada como ésta, acertarle con los perfiles al entrenador es elemental, básico. Ahí ha fallado el Zaragoza.

El paradigma que mejor lo expone es el fichaje de Marc Aguado, Sinan Bakis y Germán Valera. Ellos fueron junto a Mika Mármol los jugadores troncales del equipo revelación de la pasada temporada, el FC Andorra. Pero la escuadra de Sarabia se expresaba en un contexto táctico muy particular y determinado, situado en las antípodas del 4-4-2 de doble pivote y de lo que fue el Zaragoza de Escribá. Aguado, Bakis y Valera son notables jugadores, pero no eran los más adecuados para ese Zaragoza. Cordero, quizá, pensó que el técnico los adaptaría. O que los jugadores lo harían. Pero el contexto a veces lo es casi todo: hay naturalezas que no se pueden transformar.

El equilibrio con Cordero

Ni Fran Escribá, si de verdad alguna vez pensó que podía hacerlo, se ha adaptado a la plantilla a la que dio forma con Cordero; ni la plantilla se ha adaptado al ideario de Escribá, si alguna vez Cordero pensó que podía hacerlo. Estas contradicciones son, ante todo, el efecto de la ausencia de una idea y una filosofía de club bien definidas en el ámbito deportivo.

Pero, más allá de esto, en la convivencia y equilibrio entre ambos cargos ha residido la otra palanca del fracaso. Ambos han vivido una cohabitación de conveniencia y ambos se han sentido con poder. Cordero no eligió a Escribá porque llegó después, y Escribá siempre se ha sentido fortalecido por quienes verdaderamente apostaron por él: los hombres fuertes del grupo inversor propietario del club que preside Jorge Mas y en el que los consejeros Mariano Aguilar y Emilio Cruz manejan varios hilos del ámbito deportivo lejos de los focos. A todo este entramado hay que añadirle la figura de Sanllehí como director general.

Este reparto de poderes entre director deportivo y entrenador se ha saltado cualquier lógica de funcionamiento de un club como el Zaragoza en una categoría como la Segunda División. Además, entre dos cargos de tan distinto estilo profesional, pero también personal. Escribá siempre ha afirmado que había trabajado cómodo y con voz al lado de Cordero, pero tampoco podía decir lo contrario. Al entrenador, se le ha escuchado y también ha sugerido. Ha sido un actor protagonista en el diseño del proyecto. Por eso, hay cuestiones que tienen una difícil comprensión. ¿Por qué Escribá dio el visto bueno a jugadores que difícilmente iban a encajarle? Si el técnico fue consciente o no de la trampa de plantilla en la que estaba cayendo es el gran enigma de esta historia.

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