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El Zaragoza real

El equipo aragonés sigue líder de la categoría y sostiene ese argumento incontestable como razón de todo. Sin embargo, su fútbol hace días que arroja alertas en varias fases de su juego colectivo.

Racing de Ferrol-Real Zaragoza
Racing de Ferrol-Real Zaragoza
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Tenía que llegar el primer recuerdo de que esta categoría es dura, severa, traicionera y amarga. Por mucho que, desde sus redes sociales y altavoces oficiales, el departamento de comunicación del club haya inflamado en las últimas semanas con sus acciones una euforia irreal, desmedida y peligrosa, la Segunda División es tan clínica y cruda que no tarda en devolverte a la Tierra. Y el primer recuerdo de todo ello, llegó en A Malata, y lo hizo en forma de derrota ante un recién ascendido que, en todos los órdenes del juego, fue muy superior al Zaragoza.

Si el Racing de Ferrol fue un equipo de ideas claras en defensa y en ataque y desplegó los mecanismos colectivos propios de sus señas de identidad con solvencia y precisión; el Zaragoza fue una acumulación de jugadores de ciertas calidades bien trabajados y ordenados cuando toca defenderse y cerrar las vías de juego rival a refugio de su propio campo, pero insuficiente, inconexa y aleatoria a la hora de crear, tener claros unos patrones en la construcción del juego y producir un mínimo exigible a nivel ofensivo; para, así, cuando, lleguen equipos como el Racing de Santander o el Racing de Ferrol, mejores y superiores en la pizarra, no depender únicamente ni quedar en manos de las fortalezas defensivas.

El Zaragoza perdió en Ferrol, pero esta primera derrota pudo llegar mucho antes. La realidad de su fútbol lleva varias semanas anclada mucho más cerca del pobre nivel exhibido en A Malata que de la versión de su pleno de cinco victorias con la que arrancó la temporada.

El Zaragoza ha ganado demasiados puntos fruto de su dominio en ambas áreas, su jerarquía defensiva, su pragmatismo y su madera competidora. Son todos valores distintivos de equipos que están arriba de la clasificación y por eso la escuadra aragonesa sigue abanderando el liderazgo y maneja ese argumento como incontestable razón de todo. Esos valores debe cuidarlos y conservarlos. Pero al equipo le faltan muchas soluciones con la pelota: su nivel creativo, su juego de construcción y su producción atacante es escasa.

En A Malata, de nuevo, un par de remates a portería, poca cosa, demasiado poca. La efectividad no suele rimar con el largo plazo: los índices de acierto que el Zaragoza venía teniendo se van diluyendo y así va aflorando la problemática real del equipo.

Al conjunto de Escribá hace varias semanas que se le habían encendido algunas alertas en el cuadro de mandos de su fútbol. Una señal de ello es que el técnico le dio un revolcón de cinco cambios al once de un equipo que era líder y no había perdido. Cinco cambios así, con cuchara grande. Algo había detectado que no estaba funcionando. Tampoco lo consiguió contra el Racing de Ferrol un Escribá que, lejos de irle dando al equipo soluciones y respuestas con las que evolucionar, ha ido sembrándolo, jornada a jornada, de ciertas dudas.

El equipo no ha crecido desde que las circunstancias del mercado permitieron que el entrenador pudiera levantar su ideario sobre su innegociable 4-4-2. Después de una pretemporada y un comienzo de liga cincelando al Zaragoza con un rombo en el centro del campo ante la ausencia de jugadores ofensivos de banda; Escribá reordenó todo.

Aquel Zaragoza primigenio de los centrocampistas poseía capacidad para salir jugando, establecerse en campo rival, manejar las tramas importantes del duelo, mezclar el fútbol y generar situaciones de gol. Todo ha ido erosionándose conforme el catálogo de posibilidades disponibles se le ha multiplicado al entrenador: a mayor abanico de elecciones, peor ha ido jugando el Zaragoza. Como si hubiera futbolistas forzados a los planes del entrenador en lugar de que el entrenador los potencie en sus espacios naturales o con el contexto más adecuado.

Ayer, en A Malata hubo dos detalles muy significativos: Marc Aguado, uno de los mejores centrocampistas de la pasada temporada, ni saltó al campo. Y Sinan Bakis, que ayer ni remató, tercer máximo goleador del curso anterior, se fue al banquillo cuando el Zaragoza se puso por debajo y más necesidad ofensiva había.

Como si Escribá tuviera un puzzle de múltiples piezas al que aún no le ha encontrado el manual de instrucciones.

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