Las tarjetas, el efecto secundario de la positiva presión alta

El Real Zaragoza ha visto nueve amonestaciones en la pretemporada, tiempo habitual #de guante blanco.

Encuentro amistoso entre el Gerona y el Real Zaragoza.
Lluís López corta de inmediato tras una pérdida de balón un avance de Miguel Gutiérrez, del Girona, en el partido de anteayer
David Aparicio/LOF

El Real Zaragoza es, en cuanto a nombres, casi el mismo del año pasado. Y se parece en rasgos relevantes al de hace dos años. Pero juega distinto y sugiere mejoras interesantes. Es la mano de Juan Carlos Carcedo, el entrenador elegido por la nueva propiedad para ejecutar la transición hacia tiempos distintos, la que está modificando el modo de operar de una plantilla demasiado poco cambiada, con la continuidad como bandera pese a venir de dos cursos llenos de dificultades extremas y problemas de solvencia.

La presión alta del equipo ante cualquier rival es una de sus nuevas señas de identidad. Todos los jugadores zaragocistas tienen el mandato de achuchar a los adversarios en cualquier zona del campo, incluso los delanteros, ya en la salida desde la portería rival (en español, achuchar es el verbo adecuado, otra cosa es cómo lo decidan describir los gurús del neofútbol). Se apremia o se presiona a los de enfrente con la intención de robar la pelota lo antes posible.

Derivada de esta condición defensiva del nuevo Real Zaragoza de Carcedo, surge otra segunda vía que hace ver a los mismos jugadores de años pasados con actitudes diferentes sobre el césped: la presión tras la pérdida del balón (los lingüistas del argot apocopan y hablan de «presión tras pérdida», sin más). Cuando el Zaragoza acaba mal una jugada o el contrincante le arrebata la posesión de la pelota, la misión general es la de ‘morder’, tener una reacción de cuatro o cinco segundos inclinada a recuperar enseguida ese balón o, si no es posible, cortar la generación de un contragolpe de los otros.

Lo están haciendo bien los muchachos zaragocistas, avanzando paso a paso en su aplicación y dejando elementos de juicio visibles que animan a creer que Carcedo está en el buen camino para sacar más rendimiento del que se ha visto hasta ahora en Zaragoza a jugadores ya con raíces aquí, con más máculas que virtudes tiempo atrás en este tipo de matices tácticos: véase los Chavarría, Bermejo, Narváez, Jair, Francés, Francho, Gámez, Lluís López... la progresión para bien alude a todos ellos. Se nota su notable receptividad respecto del nuevo preparador.

Contraindicación: las tarjetas

Este tipo de juego sobre el que gravita ya en firme el hecho defensivo del Real Zaragoza de Carcedo tiene, indefectiblemente, una contraindicación a la que deberá acostumbrarse todo el mundo: las tarjetas amarillas que surgen con mayor asiduidad que en tiempos recientes. De alguna manera, el zaragocismo lo agradecerá pues, de modo paradójico, en los dos últimos cursos llenos de problemas clasificatorios y sufrimientos, el equipo era un alma cándida en días donde parecía necesario y obligado ‘rascar’ para huir del pozo de la tabla. Con Carcedo, esta imagen tiende a no repetirse.

La pretemporada que concluyó hace unas horas en Gerona habla como un libro abierto. Los zaragocistas han visto nueve tarjetas amarillas en seis de los ocho partidos de ensayo disputados (en los dos primeros, ante el filial Aragón y en Lérida, los menos intensos, no hubo castigos). Es una cifra alta en este tiempo de verano, normalmente de guante blanco en las marcas y con los árbitros, en caso de algún desmán en ratos de juego brusco, con la manga más ancha de lo habitual.

En Teruel, Eugeni y Mollejo fueron amonestados (éste último, por protestar, es la única excepción del caso que se analiza). En Tarragona, entró en el acta con amarilla Petrovic. En Marbella, ante los saudíes del Al Shabab vieron tarjetas Chavarría, Lluís López y Molina. Frente al Al Nassr, el castigado fue Gámez. El día del Betis, el purgado resultó Grau. Y anteayer en Gerona, de nuevo Gámez pasó por la sanción del tarjeteo arbitral. Todos por agarrar a rivales, por zancadillear, por cortar ostensiblemente contragolpes después de haber perdido el balón, bien ellos, o bien algún compañero justo antes.

Es el peaje del método Carcedo. Son tarjetas que evitan goles, que disuelven con inmediatez graves riesgos. Amarillas evaluadas como mal menor porque permiten que no existan jugadas de peligro rápidas gestadas por los rivales a la contra.

Así es el Real Zaragoza que se está armando en este mes largo de cambios internos. Los jugadores han de saber medir sus impulsos. El mecanismo exige diplomacia e inteligencia, aquello de ‘saber pegar’, la pillería, perrería o picardía, hacer un arte de este modo de defender trayendo el reglamento a tu fajo. No les pide Carcedo la Luna a sus pupilos. Está todo inventado hace décadas, aunque aquí nadie haya acudido a este capítulo del libreto del fútbol para aplicarlo cada día, quizá desde los tiempos de Chechu Rojo (sin ‘tx’, en aquella contemporaneidad del protagonista) en el salto de siglo, hace más de dos décadas.

Chavarría, por ejemplo, pudo ver la roja en vez de la amarilla ante el Al Shabab, pues detuvo la colada al espacio de Carlos Junior cuando era el último defensor. En la liga, el árbitro (y el VAR) lo hubieran tratado con más severidad. En otros pasajes de estos amistosos, la benevolencia arbitral ha llevado al limbo varias tarjetas claras a los Molina, Gámez, Chavarría, Nieto... Los pivotes y laterales son los más expuestos. Viene un año de muchas acumulaciones.

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