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El milagro de Jim en el Real Zaragoza

El entrenador blanquillo, tercero de esta temporada, encabeza una resurrección sobresaliente del equipo, camino de una histórica salvación. Recogió un grupo hundido, con 13 puntos, penúltimo en la 18ª jornada, 4 por debajo de la permanencia. A 8 partidos para el final, suma 41, con 6 de colchón.

Juan Ignacio Martínez 'Jim, el entrenador del Real Zaragoza, grita órdenes a sus jugadores durante el partido del domingo pasado ante el Almería.
Juan Ignacio Martínez 'Jim, el entrenador del Real Zaragoza, grita órdenes a sus jugadores durante el partido del domingo pasado ante el Almería.
Toni Galán

Juan Ignacio Martínez ‘Jim’ está en camino –en el buen camino– de lograr un hito histórico en los 89 años de vida del Real Zaragoza: salvar al viejo club aragonés de un descenso traumático –y quizá letal– a Segunda B (Primera Federación desde la temporada venidera). Ese era su objetivo único cuando vino en diciembre como tercer entrenador de la entidad blanquilla, relevando al canterano Iván Martínez que, a su vez, había sido el sustituto del inicial del proyecto, Rubén Baraja.

Jim heredó un equipo destrozado en lo anímico, futbolísticamente muy deficiente, incapaz de reconducir una trayectoria tan extremadamente errática que, en la antesala de la Navidad, advertía de problemas casi irreversibles. El Real Zaragoza que recogió Jim en la uci era penúltimo, tenía solo 13 puntos tras 18 jornadas, cuatro por debajo del ras de la permanencia. Con su antecesor, Iván, había perdido siete de los últimos ocho duelos ligueros. Dramático.

Por si todo esto no fuese suficiente grave en aquellos duros momentos, el entorno del equipo se enturbió como hacía siete años y medio no ocurría, con un ambiente enrarecido que recordó julio de 2014, cuando la actual propiedad tuvo que llegar in extremis a evitar la liquidación y la desaparición del Real Zaragoza de 1932.

Jim dio el sí a un puesto electrificado con corriente de 360 voltios, el de entrenador de un grupo roto, sin pulso, hundido en la miseria. Y lo hizo sin pedir nada a cambio. Llegó al volapié, a pecho descubierto. Días antes, otros colegas no dieron el paso adelante al no ver satisfechas unas garantías mínimas de fichajes en el mercado invernal que llegaba. Él sí.

Sin tiempo alguno que perder

Juan Ignacio cogió las riendas del vestuario al galope, con el caballo zaragocista desbocado hacia el abismo. No tuvo tiempo que perder en detalles, no dispuso del más mínimo margen de moratoria para plasmar sus ideales. Fue todo rápido, funambulismo sin red. Y su inicio en la liga fue el soñado en esas coordenadas repletas de complicaciones y trampas.

El Real Zaragoza ganó 1-0 al Lugo. Había tenido un preámbulo, a modo de test rápido, en la Copa del Rey, en Torrelavega, ante un Tercera División, al que derrotó 0-2 en una sufrida prórroga. Fueron cuatro días de máxima intensidad, los primeros, los claves para que la plantilla se diese cuenta de que había llegado un jefe veterano, que transmitía seguridad, alguien en quien confiar entre la desesperación global. Ahí, Jim ganó su primera baza para el milagro.

El diván, la labor psicológica

El técnico alicantino, a la vez que se veía obligado a afrontar sus primeros partidos sobre el césped con voluntad innovadora (no le quedaba más remedio que darle una vuelta al equipo de algún modo), volcó el 75 por ciento de sus esfuerzos iniciales en tratar a la plantilla en el diván, labor psicológica de honda importancia individual y grupal, que fue dándole los primeros resultados positivos.

Los futbolistas hallaron en él un tutor creíble, un tipo sincero, cercano, que se empapó de todos los problemas personales, que ejerció de guía espiritual con sinceridad y voluntad de apoyo. Su talante, en esas primeras dos o tres semanas, resultó decisivo para que la plantilla recobrase paso a paso un grado suficiente de autoestima. Tanto como para poder competir y creer en que la remontada (que era superlativa, descomunal en ese punto de partida) iba a ser posible a largo plazo.

Jim se mostró, y así sigue cuatro meses después, como una persona cabal, llana, de oratoria sencilla, comprensible, basada en experiencias reales. Los futbolistas agradecieron sobremanera una figura así, un hombre de 56 años, que por edad es como su padre, que por su forma de ser no establece fronteras ni distancias insalvables en el trato humano.

Los veteranos, el trato equitativo

Jim no entró en el vestuario arrasando. Al contrario, quiso hacerlo con sumo cuidado para no romper los cimientos básicos del grupo humano. Dio galones verdaderos a los veteranos, sobre los que depositó gran parte de la responsabilidad de recobrar el ánimo y la fe en el éxito a través de un tratamiento personalizado a seis meses vista. Los Zapater, Cristian Álvarez, Eguaras, Javi Ros (aun lesionado), Jair, Adrián, Atienza... fueron llamados al rango de capitanes activos, más que nunca. Luego se sumarían los fichajes Peybernes y Alegría, todos los treintañeros del colectivo.

Y, en general, avisó a todo el mundo de que, quien estuviera con los cinco sentidos en la encomienda, iba a ser protagonista del milagro que el Real Zaragoza necesitaba para eludir el descenso.

Así se entienden sus primeras alineaciones, nada rupturistas, de piezas como Gabriel Fernández, Larrazabal, Zanimacchia, incluso Vuckic en diversas fases puntuales. Recuperó a Zapater, a Igbekeme; mantuvo a Vigaray, a Chavarría, a Bermejo; dio vuelo a Jair; prosiguió dando vuelo a los juveniles, Francés, Francho e Iván Azón, cada uno en su medida. Nadie iba a tener queja por no haber gozado de su opción de engancharse a la titularidad con él. El fútbol hablaría solo. Y así ha sido.

La defensa, única solución posible

El preparador de Torrevieja no vino engañado a Zaragoza en cuanto al escaso peso específico de los fichajes –tres, finalmente– que llegaron en el mercado invernal. Su mentor, Miguel Torrecilla –director deportivo que relevó a Lalo Arantegui y José Mari Barba en la crisis volcánica de mitad de diciembre– lo tenía al tanto desde que lo llamó para esta misión de fe que es salvar al Zaragoza. Sin dinero, el parcheo iba a ser de baja intensidad. Peybernes para la defensa, Alegría para la delantera y un joven novato, Sanabria, para la medular. Esos fueron los refuerzos. La caja no daba para más. El diagnóstico de Jim tras sus primeros partidos, saldados con un buen empujón de puntos a base de victorias con marcadores cortos (Lugo, Ponferradina, Logroñés...) fue claro y certero: sin gol en el plantel, la única salida airosa para su objetivo de dejar al Real Zaragoza en Segunda División era fortalecer la defensa, en un fútbol con tanteos raquíticos. Y ahí volcó todo su esfuerzo táctico.

Los entrenamientos son, desde muy pronto bajo su batuta, una repetición de automatismos con conceptos defensivos en todas las líneas. Y el equipo ha respondido a la llamada. Quien no lo ha hecho se ha ido quedando aparcado en vía muerta (véanse nombres que hace días que no aparecen). El Real Zaragoza de Jim, si se salva, lo va a hacer gracias a esta premisa de conservación de la vida como mandato supremo: puerta a cero, todos juntos atrás, minimización de errores con el balón en los pies. Da igual jugar feo. Lo importante es llegar vivo al final de todos los partidos y sumar. No perder más, después de haberlo hecho a modo de hemorragia antes de la llegada de Jim.

El gol debe fluir de cualquier sitio

Y en punta, la plantilla sabe que el gol ha de llegar de cualquier grifo posible. Así, los centrales marcan de cabeza, con la barriga. Los laterales, igual. Cualquiera que esté sobre el césped tiene la encomienda de anotar en un equipo sin delanteros inspirados. Cada día, el gol es la tarea más sublime. Con el cero sujeto atrás, un gol es la vida. Se busca por alto, de cabeza, de falta o córner. En jugada cuesta más. El milagro pasa por asumir un rol menor, admitir las carencias y saber sufrir. Jim lo tiene claro y lo ha sabido transmitir. Da igual el cómo. Solo importa el qué.  

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