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La paradoja del inicio del año de la ilusión

La agenda, los tiempos de las decisiones, han abocado a Sanllehí, Cordero y Escribá a comenzar el largo catálogo de actuaciones de envergadura con una que genera muchos rozamientos: prescindir de un emblema único.

Alberto Zapater saluda a la afición de las gradas de La Romareda tras anotar el 2-1 ganador ante el Villarreal B en el tiempo de aumento, en octubre.
Alberto Zapater saluda a la afición de las gradas de La Romareda tras anotar el 2-1 ganador ante el Villarreal B en el tiempo de aumento, en octubre.
Toni Galán

El año de la ilusión en el Real Zaragoza nace dentro de una curiosa paradoja. El nuevo curso, el que va a dar comienzo el 1 de julio con el banderazo oficial a la temporada 23-24 que encabezará y diseñará, ya sí al cien por cien, la nueva propiedad una vez limada buena parte de la herencia propia del proceso de compraventa de hace doce meses, da ya sus primeros pasos y no lo hace con una noticia puramente positiva.

Porque la primera decisión de la SAD ha sido prescindir del gran capitán del Real Zaragoza de los últimos 20 años, Alberto Zapater. Palabras mayores. Los ejecutivos y responsables deportivos y técnicos de la nueva regencia han decidido que el ejeano no tiene sitio en el vestuario que viene. En la evaluación global de sus 38 años de edad, de la finalización de su contrato a 30 de junio, de sus características futbolísticas y de otros parámetros que de puertas afuera no se conocen, la solución a la incógnita de la ecuación que han resuelto Raúl Sanllehí, Juan Carlos Cordero y Fran Escribá ha sido “Zapater no interesa”.

Es, el que viene, el año declarado por todo el mundo como el de la ilusión por volver a aspirar al ascenso a Primera División, después de tres años tonteando con el descenso a la tercera categoría del fútbol español. Es el año en el que, décadas después, se espera ver movimientos de tierras, ladrillos y bovedillas en la construcción del nuevo estadio. Es el año que confirme el lema "lo mejor está porvenir" (sic, todo junto), el leitmotiv de la campaña de abonados de este año que concluye y que sigue vigente un rato más por motivos obvios.

Según se ha ido apagando esta liga 22-23, las turbinas de la esperanza, la expectación y las ganas por disfrutar y vivir un zaragocismo en positivo han acrecentado sus revoluciones en el entorno del equipo. La gente tiene ansias por recuperar sensaciones lejanas, casi olvidadas, con su equipo en lo más alto, ganador, brillante, potente, referencial en lo más lucido de la competición. Se aguarda a Sanllehí, a Cordero, a Escribá como al santo advenimiento.

Y, en estas, la agenda, los tiempos de las actuaciones internas, han abocado al trío de responsables de área de la SAD a empezar el catálogo de decisiones de gran envergadura (de las que se esperan más de una docena) con una que genera muchos rozamientos en el vasto entorno zaragocista: prescindir de un emblema del Real Zaragoza, del gran capitán, de Alberto Zapater. Para que pueda despedirse en el campo, el último día ante el Tenerife, antes había que decirle que no sigue. Haber esperado al final de junio, ya sin fútbol desde un mes antes, hubiese sido conducta de peor argumentación como maniobra logística de cara al futbolista y, sobre todo, a la afición, pues la despedida hubiese quedado ahogada, sin posibilidad de un acto público como punto final popular y masivo.

Respecto del anuncio de esta marcha definitiva de Zapater del Real Zaragoza, se presupone que los tres ejecutivos son conscientes de que empezar así el año de la ilusión genera arañazos inevitables. Deja pelos en la gatera. Suyos, claro. Un porcentaje del zaragocismo ha sentido un hachazo en su ánimo, en sus valores, en su talante. Es natural. Zapater no es un cualquiera en el reparto de los créditos del actual Real Zaragoza.

Alberto es el último de Filipinas. El último mohicano del viejo Zaragoza de Primera División, de Europa, de los títulos. Y pretender que la decisión sobre su salida del club sea un hecho anecdótico, venial y pase como una exhalación en la mente de muchos miles de seguidores blanquillos es un imposible.

Zapater es mucho Zapater. Es el Joaquín del Betis. El Busquets del Barcelona. El Navas del Sevilla. El Valerón de Las Palmas. El Puñal del Osasuna... Hay cien ejemplos recientes de este tipo de figuras totemicas en los clubes españoles. Y su adiós no puede zanjarse en un plisplás, corriendo un tupido velo y yendo a otra cosa. Por esto, objetivamente, es una paradoja empezar el año de la ilusión con este episodio. A Zapater no se le va a poder enterrar entre la opinión pública. Quedará guardado en un armario. Y cada vez que se abra, ahí estará.

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