zaragoza

Un disparo en la cabeza a quemarropa cuando dormía sentenció al compinche del Lute en Calatayud

Los forenses descartan el suicidio y confirman que Raimundo Medrano no tuvo ninguna posibilidad de defensa. Las psicólogas que examinaron a su mujer y presunta asesina no pueden concluir que sufriera malos tratos.

La acusada, Carmen Villa, antes de comenzar la tercera sesión del juicio en la Audiencia de Zaragoza.
La acusada, Carmen Villa, antes de comenzar la tercera sesión del juicio en la Audiencia de Zaragoza.
HA

Raimundo Medrano no se suicidó. Murió de un disparo a quemarropa efectuado cuando dormía a una distancia de entre uno y cuatro centímetros de su cabeza. La bala le entró por encima de la oreja derecha y le salió muy cerca del pabellón auricular izquierdo. El proyectil le atravesó el encéfalo y provocó un estallido de la bóveda craneal, por lo que el fallecimiento fue instantáneo. En su cuerpo no se halló signo alguno de defensa o resistencia. A estas conclusiones llegaron los forenses que practicaron la autopsia al cadáver, Salvador Baena e Isabel Moreno. Y así se lo han explicado este miércoles al tribunal popular que juzga en Zaragoza a la mujer de la víctima, Carmen Villa, de 62 años, como presunta autora de su asesinato el 5 de enero de 2015 en una casa cueva de Calatayud.

En una de las cinco versiones distintas que ha dado ya sobre lo sucedido, la viuda del que fuera declarado enemigo público número 2 durante la época del franquismo llegó a decir que su marido se quitó la vida. Sin embargo, los especialistas del Instituto de Medicina Legal de Aragón (Aragón) han dado hoy una explicación científica de por qué descartaron el suicidio. En primer lugar, han recordado que la trayectoria del disparo era de detrás hacia adelante, lo que obligaría a empuñar el arma de una forma “muy incómoda”. Pero han dado otro argumento todavía más poderoso. “La mano del fallecido no presentaba lo que se conoce como espasmo cadavérico, una rigidez bastante habitual en personas que están sujetando con fuerza un objeto cuando mueren de forma instantánea”.

El laboratorio tampoco halló en las manos del fallecido restos de disparo suficientes para concluir que él mismo apretó el gatillo. “Se hallaron partículas, pero no en la concentración necesaria para considerarlo autor del disparo. Por cómo encontramos el cuerpo, el hombre estaba durmiendo con las manos hacia arriba. Por lo que pensamos que eso fue lo que permitió que se le depositaran algunos restos”, ha explicado la doctora Isabel Moreno. “Además, una persona que se suicida, no pega después fuego a su cadáver”, ha añadido. Y lo ha dicho porque el cuerpo sin vida de Raimundo Medrano presentaba quemaduras superficiales post mortem y lo encontraron envuelto en plástico y oculto bajo un leñero.

En cuanto a la data de la muerte, los forenses han recordado que había comenzado el proceso de putrefacción del cadáver y todavía tenía comida en el estómago. “Esto nos lleva a pensar que el fallecimiento se produjo algo más de 24 horas antes del levantamiento del cadáver y en las dos horas posteriores a un ingestión de alimentos”, ha explicado Salvador Baena. De hecho, los peritos del IMLA piensan que el disparo que mató a Raimundo Medrano se produjo antes de las 9 de la mañana del 5 de enero de 2015. “Posiblemente, de madrugada”, ha precisado Baena.

Durante la tercera sesión del juicio han comparecido también las psicólogas que examinaron a la acusada para determinar si esta reunía las características propias de una mujer maltratada. Según ha explicado Cristina Andreu, la mujer tan solo contestó a 5 de las 170 preguntas del test que habitualmente se usa para detectar ese maltrato. “Solo tenía que decir verdadero o falso, pero no lo hizo. Lo que impide hacer una valoración correcta”, ha indicado al jurado. “Solo hablaba de maltrato en términos genéricos, sin poder dar detalles de ningún episodio concreto, lo que no es normal en unos supuestos malos tratos crónicos”, ha añadido.

En cualquier caso, las psicólogas no detectaron ni miedo ni sensación de culpabilidad en Carmen Villa, rasgos que también son habituales en alguien que sufre violencia de género durante más de 30 años.

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