zaragoza

Un oasis de afecto y control para las mujeres sin hogar: "Quiero volver a ser yo"

La casa abierta para mujeres que viven en la calle lleva nueve meses en funcionamiento. En ella conviven tres usuarias y cuentan con una treintena de voluntarias.

Montse, en el centro, junto a tres voluntarias que acuden por las mañanas y las tardes.
Montse, en el centro, junto a tres voluntarias que acuden por las mañanas y las tardes.
Toni Galán

Me encuentro como una reina. Tengo todo lo que necesito, una habitación, comida, cariño... ¿qué más puedo pedir? Si acaso una lavadora". Así cuenta Montse cómo se encuentra en la casa abierta para mujeres, un recurso para las que se encuentran en situación de sinhogarismo cronificado que abrió sus puertas en la calle de Barrioverde de Zaragoza a finales del pasado octubre gracias a la colaboración entre la Obra Social de la parroquia del Carmen y el Ayuntamiento de Zaragoza. De las seis plazas disponibles, están la mitad ocupadas por Montse, Sole e Ileana.

Este hogar de baja exigencia, en el que las normas se flexibilizan para que ellas se sientan a gusto y aprendan a convivir, es un oasis para este colectivo invisible. Son muy vulnerables, llegan a la vivir en la calle "más deterioradas porque agotan todos sus recursos y redes antes de dar ese paso y están expuestas a la violencia", explica la trabajadora social María Corrochano.

Montse cumplirá 69 años en septiembre, "pero aún se considera joven". "Pienso que la juventud la tenemos en el corazón y no en la fecha de nacimiento", dice. Aunque nació en Barcelona, se considera "muy maña" porque vive en la capital aragonesa desde 1993. Las circunstancias de la vida le han llevado "tan abajo" que, según dice, ya no puede caer más. "Pero aquí estoy remontando", asegura.

Cuenta que enviudó con 26 años y dos hijos "a los que tenía que sacar adelante como fuera". Llegó a la casa a finales de 2021, ha ido a cursos de cocina que imparte el Ayuntamiento y le gusta jugar al parchís. Sobre la mesa tiene el libro ‘El hombre que susurraba a los caballos’. "Devoro libros, sobre todo me encanta la novela romántica", confiesa.

Montse habla sentada a la mesa que preside un comedor sencillo con sillones, una nevera, un microondas y una televisión que apenas se enciende. Lo preside un detalle del fresco ‘La creación de Adán’ de Miguel Ángel y un cartel de la obra de teatro ‘Nadie espera a Godot’ que representaron el grupo de personas sin hogar Caídos del Zielo.

Esta tarde se han acercado cuatro voluntarias del proyecto: Isabel García, Reyes Guallart, Carmen Marquina y Carmen Lasanta. "Son un puntal del proyecto. Se turnan para venir y ayudar, les traen el desayuno, la cena, las acompañan a algún sitio si hace falta. Pero, sobre todo, se convierten en personas de su confianza", explica la trabajadora social.

"Estuve trabajando en la Expo"

Sole, de 61 años, está terminándose de recuperar de una rotura de la tibia y el peroné. Ileana, la tercera usuaria, se suma al grupo cuando regresa de dar un paseo. Llegó a España desde Rumanía en 2007, y trabajó "en la Expo, poniendo tela asfáltica por los tejados, estaba joven". Ahora tiene 53 años, también ha cuidado personas mayores, y durante seis años vivió en la calle con una pareja a la que acabó denunciando por malos tratos. "Ahora siento que estoy equilibrada. Sigo un tratamiento psiquiátrico, si no lo hiciera estaría deprimida, otra vez llorando todo el tiempo", dice. Sueña con poder ir en Navidad a Rumanía. "Tengo dos hijas viviendo allí y otras dos en mi país".

Aunque en esta vivienda no hay reglas más allá de llevarse bien entre ellas, han establecido unas mínimas normas de convivencia que cuelgan en una puerta: respeto; desde las 10.00 hasta después de comer; consumo de tabaco y alcohol fuera de la casa; recoger los objetos personales en las habitaciones; de 23.00 a 7.00 procurar no usar luces y móviles por la noche y no hacer ruido para no despertar a las compañeras (salvo que sea necesario). Tras el desayuno pasan al albergue municipal, porque es importante que se acostumbren a salir y estén con otras personas.

Carmen Marquina, voluntaria: "Lo que te cuentan te remueve cosas porque comprendes que le puede pasar a cualquiera"

Hay un grupo de 30 voluntarias que se turnan para acudir por las mañanas y las tardes a las horas del desayuno y la cena. "Al principio tenía mis dudas de si sabría gestionar esta situación. Luego me he dado cuenta de que se trata de estar aquí, escucharlas y acompañarlas. Lo que te cuentan de sus vidas te remueve cosas porque comprendes que le puede pasar a cualquiera", explica sobre su experiencia Marquina. "Te hace duelo que no estén todas las plazas ocupadas, pero ya llegará ese día. Ellas tienen sus momentos duros, su carácter, como todos", añade Lasanta.

Poco después de las 19.30 llega la cena. Con su dinero suelen comprarse algo para comer que les guste. Montse cobra una pensión no contributiva e Ileana el Ingreso Mínimo Vital (IMV). A Sole le están tramitando que pueda recibir alguna ayuda. No es obligatorio, pero pueden pedir que la trabajadora social les ayuda a gestionar su dinero. Montse expresa su mayor deseo: "Volver a ser yo y comportame como deba comportarme para seguir viviendo en esta casa".

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