125 historias de heraldo de aragón

Lavanderas, uno de esos empleos con "sitio de honor"

La Tía juanilla era, a sus 70 años, parte de la esencia del lavandero de Tía benita en 1923. En este espacio, las jotas y los cuplés se hacían hueco entre zarpones de agua clarísima y montañas de jabón cristalinas

Lavadero de la tía Benita
Lavadero de la tía Benita
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El de lavandera fue uno de esos empleos con "sitio de honor" en la cadena de los "humildes modos de vivir". Así lo definió M. B. en la edición publicada el 14 de febrero de 1923. "No se conoce vida tan aperreada, ni resistencia tan admirable, ni sacrificios de mayores sufrimientos ni de más mísera remuneración", introdujo la situación de las lavanderas antes de profundizar en el lavadero de tía Benita, que es "como si dijéramos, el palacio de la maestranza a que pertenece esa aristocracia del trabajo, venida a menos".

La característica esencial de la lavandera era, apostilló, su "buen humor, desbordado en términos de desnuda realidad". "Se canta la jota y se desgranan los cuplés de moda; y toda esa inmensidad de buen humor, de intenso y de ruidoso esparcimiento, se desenvuelve ente zarpones de agua clarísima y montañas de jabón cristalinas, que se desvanecen heridas por los rayos de sol", detalló. Allí se encontraba la tía Juanilla, que con 70 años pronto iba a celebrar sus bodas de oro con el agua y la sosa cáustica. Junto a ella unas "doscientas hijas de Dios" que seguían afanosas una dura jornada que comenzó entre las cinco y las seis de la mañana.

Juanilla defendió que este oficio era "peor que el presidio". "Vaya usted a recoger la ropa sucia; espere media hora a que a la señora le venga bien; métase usted en el lavadero", ejemplificó. El frío, la lejía y la paciencia eran una constante en estas labores. "¿Y sabe por cuánto? Pues por tres perricas cada dos piezas", relató a los reporteros que rindieron sus "armas" a la "augusta realeza de la humildad".

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