125 HISTORIAS DE HERALDO DE ARAGÓN

Los Puertollano, los Spiderman de hace un siglo

José y Miguel Puertollano subieron a la veleta de la torre alta del Pilar en las fiestas de 1922, ante unas setenta mil almas que contenían la respiración temiendo ser testigos de una tragedia

José Puertollano con sus hijos, Gloria y Miguel, los tres "escalatorres", famosos por sus ascensiones emocionantes. La Torre alta del Pilar, en cuya veleta realizaron padre e hijo arriesgados ejercicios.
José Puertollano con sus hijos, Gloria y Miguel, los tres "escalatorres", famosos por sus ascensiones emocionantes. La Torre alta del Pilar, en cuya veleta realizaron padre e hijo arriesgados ejercicios.
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Trepar más deprisa que la muerte. El relato de lo sucedido en octubre de 1922 en Zaragoza en estas páginas da medida del acontecimiento que supuso para la ciudad la demostración de los "hombres águila", una familia de escalatorres que residía entonces en Cervera del Río Alhama.

 "-¡Vivir para ver!- decían los ancianos asombrados ante el prodigio que impresionaba su deteriorada retina. ¿Sesenta mil? ¿Setenta mil almas? Casi todo Zaragoza acudió a ser testigo de algo excepcional, aparentemente irrealizable". Dos hombres, padre e hijo, hicieron su aparición sobre la primera cornisa de la torre vieja del Pilar. "¡Ya están ahí los escaladores!", gritó el gentío. Ambos han contraído el compromiso de escalar la altura por la parte de la ribera, hasta quedar cómodamente aposentados en los extremos de la veleta. 

-Eso no puede ser; decía la gente. No pasarán del campanario, y si pasaran, quedarían detenidos en la cornisa grande, y aun cuando fuera posible que realizaran ese portento, al llegar a la cúpula, la audaz empresa acabaría trágicamente. (...) Los audaces trepadores van escalando la altura, aprovechando salientes imperceptibles, cornisas infranqueables, figuras voladas que pueden guardar la muerte. (...) Ya están en la cúpula y se abrazan al árbol de la veleta. Los dos escaladores sirviéronse mutuamente de escalera para llegar a un punto en que ni las águilas ponen sus garras. De un salto ganan las barras de la cruz y, derechos sobre ellas, sostenidos en un pie, abren las aspas de sus brazos y saludan al público con piruetas que producen escalofríos de muerte". 

Más tarde, cuando el periodista le pregunta si ha visto alguna vez la muerte a su lado, José Puertollano confiesa que cuando más cerca la sintió fue 16 años antes, precisamente en Zaragoza. Iba a escalar la torre de la iglesia de San Fernando de Torrero, pero el viento arrancaba las tejas y decidió ascender por el interior hasta el techo de la cúpula central ayudado por una cuerda de la lámpara. Cuando estaba a punto de alcanzar su meta, observó que el cabo estaba degollado. Se quedó con la cuerda en una mano y con la otra pudo alcanzar, de milagro, un saliente antes de caer al suelo. "Allí sí, allí vi a la muerte que trepaba más deprisa que yo para alcanzarme".

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