La cerámica tradicional de Muel no rebla

Los talleres de Rubio, Bazán y la Huerva son los actuales representantes en el pueblo de un oficio que dinamizó localmente desde 1964 la Escuela Taller de la DPZ. 

Javier Fernández Rubio trabaja en el torno de su taller.
Javier Fernández Rubio trabaja en el torno de su taller.
Laura Uranga

En una pared del Taller de Cerámica Rubio reza un letrero alusivo al trabajo que se hace en un alfar: oficio noble y bizarro, de todos el primero, pues dios fue el primer alfarero y el hombre el primer cacharro. Bajo tal mensaje, colocado allá por sus abuelos y tíos, Javier Fernández Rubio trabaja sin descanso. "Mis abuelos abrieron el taller en su casa justo ahí enfrente cuando mi tío Alicio Rubio, que murió hace dos años, aprendió el oficio en la Escuela Taller de Muel, que formó a toda una generación del pueblo. El taller actual se abrió en 1992, y ya se acabaron escenas curiosas como algunas que viví de crío; recuerdo que era normal estar comiendo en su salón y que entrasen dos franceses a preguntar por un plato o una jarra".

La cerámica de Muel está en todo el mundo, desde el Caribe y Estados Unidos a Escandinavia y multitud de rincones por toda España. "Hace algo más de un mes me encargaron unas bandejas desde Suecia, y poco antes acabé unos murales para un mozo en Estados Unidos; sus abuelos eran de Cariñena y viajaron en barco a Cuba y Nueva York. La situación no es tan buena como antes; cuando yo era un niño había una docena de talleres de cerámica tradicional en Muel y alguno más de cerámica artística, y ahora quedamos tres; Bazán, La Huerva y éste. Joaquín Vidal sigue trabajando en más cosas, y el hijo de los de La Huerva está empezando ahora con una cerámica más vanguardista".

Javier comenta que "ahora se trabaja mucho por encargo, los acabados en los esmaltes son los de siempre, con decoraciones de azules de óxido de cobalto. La arcilla se sacaba de varios puntos del pueblo, se mezclaba en una balsa de decantación, se filtraba y cada alfarero se llevaba sus bloques al taller para amasarla y empezar a trabajar. Ahora la arcilla se compra, con el fin de trabajar en las mismas condiciones de plasticidad y humedad". Javier empezó en el oficio hace ahora una década. "El taller estaba a punto de cerrar, mis abuelos ya lo dejaban. Empecé a darle al torno un poco, fijándome en mi tío y en los que sabían, pero me encargaba sobre todo de esmaltar, cocer, recoger el material para las decoradoras, ponerle pitorricos o asas a las piezas… enseguida mi tío enfermó y me tocó meterme caña. Ahora queda una decoradora y yo me encargo de lo demás de la producción. Hay que echarle muchas horas". Javier da clases a familias y grupos de amigos en su taller, y colabora en Zaragoza con la Asociación Utrillo desde hace seis años, que atiende a personas con discapacidad; también da cursos de torno y cerámica en la Escuela de Adultos de Muel. Los tres alfares de Muel se llevan bien. "Hay buen rollo, los consejos del que sabe siempre son bienvenidos, y nos ayudamos cuando es necesario por volumen de trabajo o urgencia, incluso dejando sitio en el horno para cocer algo a otro".

Javier recuerda que la Escuela Taller de Cerámica de la DPZ "enseñó el oficio a decoradores y alfareros del pueblo, rescatando esta tradición, pero con el tiempo la parte de taller fue superando a la de escuela; en esta última etapa, sin embargo, han vuelto a hacer muchos cursos y debo agradecerles la ocasión de conocer a grandes ceramistas para aprender nuevas técnicas. Hace falta relevo en el oficio, sobre todo en la parte de decoración".  

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