Tercer Milenio

En colaboración con ITA

Aquí hay ciencia

Cómo regula el apetito el cerebro y por qué las dietas rápidas hacen efecto yo-yo

Pocos consiguen que, tras ponerse a dieta, la pérdida de peso sea definitiva. La neurociencia podría explicar el porqué del 'efecto yo-yo'.

El estado cerebral por defecto es de saciedad; sentimos hambre solo en momentos concretos del día
El estado cerebral por defecto es de saciedad; sentimos hambre solo en momentos concretos del día
Pxhere

Cada primavera, cientos de miles de personas deciden ponerse 'a dieta' pensando en lucir mejor tipo cuando llegue la estación estival. Sin embargo, pocos consiguen que la pérdida de peso sea definitiva. La explicación al popular 'efecto yo-yo' podría venir de manos de la neurociencia.

Dejar la dieta de adelgazamiento y volver a coger peso es todo uno. El llamado efecto yo-yo es un viejo amigo de quienes se proponen adelgazar durante un periodo de tiempo limitado e intentan recuperar sus hábitos alimentarios una vez pierden el peso deseado. No falla: vuelven a coger todos o parte de los kilos perdidos.

¿Por qué? Investigadores del Instituto de Investigación del Metabolismo Max Planck (Alemania) y de la Escuela de Medicina de Harvard (EE. UU.) han llegado a la conclusión de que todo está en nuestra cabeza. Más concretamente, en las neuronas que controlan la sensación de hambre.

En estudios con roedores, Henning Fenselau y sus colegas descubrieron que, cuando se reduce la ingesta calórica de los ratones, un grupo de neuronas de su hipotálamo (AgRP) encargadas de controlar la sensación de hambre reciben señales mucho más intensas que hacen que, cuando las restricciones terminan, los roedores engullan mucha más comida que antes. Pasar hambre hace que la intensidad de las conexiones neuronales cambie, y estos cambios persisten mucho tiempo después de que se abandone la dieta. Y todo se debe a un proceso de plasticidad sináptica, el mismo que nos permite aprender cosas nuevas a cualquier edad.

¿La solución? En el laboratorio, los investigadores demostraron que cuando evitaban la llegada de las señales que activan a las neuronas AgRP, el efecto yo-yo prácticamente desaparecía. A largo plazo, su objetivo es encontrar terapias para humanos que bloqueen las señales neuronales no deseadas y nos ayuden a mantener la pérdida de peso que conseguimos al someternos a una dieta de adelgazamiento.

Así regula el apetito el cerebro

Cómo se regula el apetito a nivel cerebral está cada vez más claro. Hace un par de años, investigadores británicos e israelíes dieron con un interruptor cerebral del apetito llamado MC4 (abreviatura del término anglosajón melanocortin receptor 4). Está presente en el hipotálamo del cerebro, dentro de un conglomerado de neuronas que calcula el equilibrio energético del cuerpo basándose en una serie de señales metabólicas relacionadas con la gestión de la energía corporal.

Cuando está en posición de encendido (que es lo normal), manda instrucciones que hacen que nos sintamos llenos. Por eso el estado cerebral por defecto es de saciedad, y sentimos hambre solo en momentos concretos del día. Concretamente, cuando los niveles energéticos caen y el clúster hipotalámico decide que ya sí, que es hora de comer, que hace falta ingerir más calorías para seguir funcionando. En cuanto acatamos la orden y la comida empieza a entrar en nuestro estómago, el interruptor vuelve a su posición normal. Fácil, ¿verdad?

Pues bien, el problema surge cuando una mutación inactiva MC4, la saciedad se esfuma y la sensación de hambre es permanente y desesperante. Es lo que le pasaba a una familia de al menos ocho miembros, todos con obesidad severa (índices de masa corporal de 70, que es ¡el triple de lo considerado normal!). 

Su historia médica llamó inmediatamente la atención de Hadar Israeli, una estudiante de Medicina de la Universidad Hebrea de Jerusalén. Lo que tenían en común era una mutación genética del receptor MC4. Junto a sus compañeros, la estudiante analizó su estructura tridimensional usando microscopía electrónica criogénica para explicar cómo una sencilla mutación causaba efectos tan devastadores. A partir de los resultados obtenidos, creen que podrían diseñar fármacos antiobesidad dirigidos con absoluta precisión al receptor MC4.

Al margen de este interruptor, hay otros muchos factores que regulan el hambre. Entre ellos, el tipo de alimentos que ingerimos. Sin ir más lejos, se ha demostrado que comer nueces aumenta la sensación de saciedad y reduce los antojos. 

Un efecto similar consigue un extracto de espinacas: los tilacoides que contienen hace que la sensación de saciedad se prolongue hasta dos horas más de lo normal. Y reduce tanto el deseo de consumir alimentos salados como alimentos dulces.

Otro descubrimiento reciente nada baladí es que, con apetito, el sabor de lo que comemos cambia. Y por eso es más fácil comer verduras cuando estamos muertos de hambre. Según un estudio del que se hizo eco 'Nature Communications', con apetito nuestras ansias de consumir alimentos dulces aumenta (el dulzor, no lo olvidemos, le indica a nuestro cerebro que estamos ante un alimento rico en calorías). Pero también reduce nuestra aversión natural hacia los sabores amargos. En otras palabras: todo nos resulta más sabroso y apetecible. El doble efecto lo produce la activación de otras neuronas del hipotálamo que expresan el péptido AgRP. Y sospechan que también podrían estar alteradas en personas obesas cuya afición por los dulces es extrema.

Pastillas para adelgazar que funcionan

Aunque es de sobra conocido que el mejor tratamiento contra la obesidad y el sobrepeso es el tándem de dieta baja en calorías y ejercicio físico, también hace décadas que existen moléculas que contribuyen a eliminar los kilos sobrantes. No hacen milagros, pero ayudan, sí.

Un ejemplo disponible en España es Orlistat, que reduce la absorción intestinal de la grasa de los alimentos, puede reducir hasta el 4% del peso de partida. Además contamos con Liraglutida, que se administra bajo la piel y tiene un doble efecto: aumenta la síntesis de insulina por parte del páncreas tras las comidas y genera sensación de saciedad. Los pacientes a los que se les prescribe pierden hasta un 7 % de peso.

En Estados Unidos hace algún tiempo que se popularizó la semaglutida, una inyección para bajar de peso que Elon Musk afirma haber usado y que ha disparado tanto la demanda que a principios de año escaseaba en las farmacias a pesar de ser extremadamente caro (unos 1.300 dólares al mes) y de que debe usarse solo recetada por un médico. Sin embargo, eso no frena a los consumidores, que acuden en tropel a comprarla, basándose en que los estudios científicos indican que puede conseguir hasta un 15% de pérdida de peso. Funciona como un supresor del apetito imitando una hormona intestinal llamada péptido-1, que está dirigida a las áreas del cerebro que regulan el apetito y el consumo de alimentos. Optar por la vía rápida tiene peligros, advierten los expertos, que insisten en que solo deben medicarse personas con problemas de obesidad que necesitan una solución médica. Y no estrellas de Hollywood ansiosas por perder kilos de más sin pasar por el gimnasio.

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