ARTE Y EDICIÓN. OCIÓN Y CULTURA

Muere en Acumuer, a los 55 años, el editor e ilustrador argentino Javier Hernández

Director de Libros de Ida y vuelta y artista, su abuelo Jacinto era de Siresa y se instaló en Rosario; años después él hizo el camino de regreso

Retrato de Javier Hernández, donde más le gustaba estar: en la atmósfera acogedora de una librería.
Retrato de Javier Hernández, donde más le gustaba estar: en la atmósfera acogedora de una librería con su sombrero y una sonrisa.
Archivo J. Hernández.

Ha muerto, de cáncer de colon, en Acumuer (Huesca), donde soñaba una casa y un paraíso para su trabajo y su editorial, el ilustrador, cuentacuentos y editor Javier Hernández, responsable del sello Libros de Ida y Vuelta. Javier Hernández (Rosario, Argentina, 1968) habría querido vivir muchas existencias, y en cierto modo lo hizo. Vivió la suya, imaginó la de sus padres Santiago y Sonia, y oyó varias veces la recreación que su abuelo Jacinto hacía de sus aventuras. Hacia 1933, enojado porque sus padres no le dejaban casarse con una joven embarazada de Siresa (Huesca), decidió ponerse el mundo por montera y se marchó a Rosario. Allí, andando los días, se casaría y tendría descendencia. Jamás se pudo olvidar ni de Siresa, ni de las leyendas del Pirineo, ni de la brujería, ni aquella joven que se casaría con un hermano suyo. Y todo ello se lo contaba a su nieto, Javier Hernández.

El abuelo Jacinto reaparecería años después en uno de sus primeros libros: ‘El secreto de Jacinto’, donde además insistía en su mirada legendaria sobre el Pirineo, algo que ya había hecho en debut literario y gráfico: ‘Haberlas haylas’, donde sucumbía a la fascinación de las brujas. A Javier Hernández le gustaba contar que su abuelo en España había sido pastor, campesino, carabinero y leñador. En Rosario se casó con una mujer de origen malagueño que le dio tres hijos: Juan Carlos, que murió pronto; Antonio y Santiago, su padre. “Mi padre trabajaba en la John Deere, en transporte, en autobuses y tranvías, y también trabajó en el acero”, decía. Y luego se fijaba en su madre, que había sido decisiva en su vocación artística: “Mi madre, que tenía ocho hermanos más, no pudo estudiar y adoraba la música y el dibujo. Pintaba y dibujaba, y el dibujo formaba parte de nuestros juegos. Ella fue clave en mi vida, claro, en mi formación y en mi curiosidad. Hasta me hablaba de una figura entre pavorosa y mítica, el robaniños, que utilizaba para que estuviera un poco tranquilo”, recordaba

Javier iba un poco más allá para evocar su literaria infancia. “El recuerdo de la siesta a oscuras en el suelo fresco viendo pelis de romanos o escaparme al río Paraná quemándome los pies en el cemento es uno de mis mejores recuerdos de entonces -contaba-. La pasión por dibujar la descubrí junto a mi madre, que fue mi primer ejemplo, ella pintaba y yo jugaba con colores y pinceles a su lado. Siempre fue mi juego preferido, el más divertido. La posibilidad de sumergirme en un antiguo baúl, o mundo de marinos, donde mis padres guardaban revistas viejas y libros el ‘Life’, ‘Selecciones’ ‘Cómics’, etc., fue como descubrir el mundo en imágenes. Contaban historias esas imágenes mucho antes de leer”.

Con ‘The Scarecrow’ / ‘El espantapájaros’, de Justin Horton, un álbum infantil en edición bilingüe, ganó el premio al libro Mejor Editado de Aragón en 2021
En su libro 'El tango de Doroteo', rindió un homenaje de amor a su compañera Raquel Sobrino, violinista.
En su libro 'El tango de Doroteo', rindió un homenaje de amor a su compañera Raquel Sobrino, violinista.
Javier Hernández.

La llamada del arte le condujo a estudiar Magisterio Artístico: durante casi una década impartió clases en un pueblo de La Patagonia, en Santa Fe y en Rosario, y soñó con dedicarse a pintar. Hubo un momento en que entendió que tenía que volar y barajó distintos lugares: Vancouver, en Canadá, o Barcelona. Y allá se fue como un ciudadano sin papeles: trabajó en varios estudios pero también vio las dificultades de ser un extranjero, hasta para lograr un trabajo de camarero. Sentía que la aventura inversa a la de su abuelo había sido un fracaso.

Entonces se planteó una disyuntiva: o se volvía a casa o se trasladaba a Huesca, donde aún vivía aquel tío abuelo que se casó con el amor imposible de su abuelo. “Ellos me ayudaron mucho. Durante tres años largos trabajé con la compañía teatral Viridiana de Huesca: de conductor de la furgoneta, pero luego hice escenografía y atrezo, y participé en actuaciones de calle. Viridiana me contagió del gusto por el teatro y por el arte de contar historias, algo que siempre me ha gustado mucho hacer". Y que hizo con el soporte de sus ya citados dos primeros álbumes autoeditados: ‘Haberlas haylas’ y ‘El secreto de Jacinto’. Decía Javier: “Conocí por los relatos de mi abuelo las historias legendarias del Alto Aragón, y yo quería haberme centrado en cuatro temas: brujas, duendes, hadas y gigantes. Pero ese tema se puso de moda, y decidí seguir otro camino”.

Poco después, tras conocer a la violinista y profesora de música Raquel Sobrino, empezó a destaparse como ilustrador. Isabel Peralta y David González, de Nalvay, le encargaron las ilustraciones de ‘El niño, el viento y el miedo’ y ‘Leyenda de la ciudad sumergida’; colaboró con Cosquillas, Comuniter y Disident, y un día decidió dar otro salto de osadía y vocación: fundó la editorial Libros de Ida y Vuelta, donde creó varias colecciones y donde ilustró cuentos y álbumes infantiles (como el de Arancha Ortiz, ‘Como ella me enseñó’), ilustró el libro ‘Poemas licuados’ de Sandra Rehner, publicó ‘Pancracio, el niño batracio’, de José María Tamparillas), y en su colección de cuadernos de música publicó monografías de Chavela Vargas, Billie Holiday y Ludwig van Beethoven, con textos de Carmela Trujillo, Antón Castro y Ana Alcolea. También ilustró textos, entre otros, de Noni Benegas y María Dubón.

Javier, antes de trasladarse a Acumuer, vivió varios años en Siétamo y allí realizó el grueso de su obra.
Javier, antes de trasladarse a Acumuer, vivió varios años en Siétamo y allí realizó el grueso de su obra.
Archivo Javier Hernández.

Uno de los libros que exigió mayor inventiva y que, en el fondo contenía elementos familiares, fue ‘El tango de Doroteo’, un libro ‘leporello’ que se desplegaba hasta siete metros y medio y que abordaba la pasión por el mar, la música y el amor, con ecos de su propio abuelo. Con ‘The Scarecrow’ / ‘El espantapájaros’, de Justin Horton, un álbum infantil en edición bilingüe, ganó el premio al libro Mejor Editado de Aragón en 2021.

Su último trabajo como editor es fantástico, una auténtica que parece inspirada en algunas ediciones de Albert Skira: ‘Elucidario del silencio’, una compilación de emblemas del Renacimiento y el Barroco que ilustra David Vela. Se trata de un libro espectacular que se presentó, como le gustaba hacer, con música de Raquel Sobrino en la librería Anónima de Huesca. Un volumen que es el primero, en su sello, que no ha ilustrado él.

Javier Hernández tenía muchas cosas en cartera y en la cabeza. Acudía a todas las ferias con sus libros y sus teatrillos. Si algo le apasionaba era su condición de ilustrador meticuloso y perfectamente reconocible: de finísimos trazos. Decía: “Soy un ilustrador meticuloso, lento, y me interesan mucho las atmósferas y el ambiente de las obras. El color, el clima, la sugerencia. No quiero ilustrar un cuento sin más, sino crear una historia visual paralela y con su propia personalidad”. Y aún matizaba: “Los dibujos que hago los definiría como transparentes y ligeros. Busco expresar sin pretensiones de obra de arte. ¡Son tantos los maestros en cada fase de mi aprendizaje! Con todo, le diría que todos los que transmiten pasión y entrega sin ser virtuosos son mis maestros”. Realizó numerosas exposiciones en distintos lugares: en la Biblioteca de Aragón, de Zaragoza; en el Matadero, de Huesca; en la librería de Beni Ibor en Barbastro.

Javier Hernández:“Soy un ilustrador meticuloso, lento, y me interesan mucho las atmósferas y el ambiente de las obras. El color, el clima, la sugerencia. No quiero ilustrar un cuento sin más, sino crear una historia visual paralela y con su propia personalidad”

Se ha ido un hombre generoso y entusiasta, cuyos orígenes se remontaban a Aragón. Y él, por amor y por pasión por la vida, ha regresado para reencontrarse con los paisajes de su abuelo Jacinto, que le llenó el alma de quimeras, de personajes, de figuras y montañas. Y de colores. En el fondo, su color favorito era el verde de la vida, de la naturaleza y de las aguas del mar. Ha querido el azar que se haya muerto en Acumuer, donde había concebido una casa nueva con jardín junto a Raquel Sobrino y sus lápices de colores. Descanse en paz.

El bandoneón que protagoniza uno de sus trabajos artesanales vinculados a su propia biografía.
El bandoneón que protagoniza uno de sus trabajos artesanales vinculados a su propia biografía: 'El tango de Doroteo'.
Javier Hernández.
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