Torres, el maestro fotógrafo que dejó el mayor archivo gráfico del Teruel contemporáneo

Un libro exhibe el legado del impulsor de la Sociedad Fotográfica Turolense y el Festival Teruel Punto Photo

Casa Rosa, de estilo costumbrista.
Casa Rosa, de estilo costumbrista.
Ángel J. Torres

Sara Torres lo tuvo fácil. Su padre dejó bien clasificadas las decenas de miles de fotografías que tomó a lo largo de su vida y eso le ha allanado el camino a la hora de componer un libro que reúne, por primera vez, siquiera una pequeña muestra del ingente trabajo de un hombre que conjugó su oficio de maestro de escuela con el de cazador de instantes del paisaje humano.

Lo de fácil es solo una forma de hablar. Sara vivió una auténtica montaña rusa emocional descartando unas fotografías y eligiendo otras del amplísimo archivo en formato digital que dejó su progenitor tras morir en diciembre de 2012. La obra, bajo el título ‘Ángel J. Torres, maestro fotógrafo’, acaba de salir a la luz con el apoyo del Instituto de Estudios Turolenses.

"Lo sentía aquí a mi lado, sentado junto al ordenador. He llorado de melancolía, pero también he reído a carcajadas imaginando lo que él comentaría a cada momento", recuerda la hija de Ángel J. Torres, a quien este instruyó desde niña en el arte de la fotografía indicándole un camino que ella todavía sigue.

Torres no fue solo maestro de escuela. Autodidacta en el arte de reproducir imágenes del natural a través de la lente de su cámara, también marcó tendencia en la Sociedad Fotográfica Turolense que él fundó en 2007 junto con seis amigos. No tardaría en impulsar el festival internacional Teruel Punto Photo, que todavía se celebra, convirtiendo la ciudad en escaparate de las mejores imágenes del momento.

La cocina del convento, de estilo narrativo. Fotografía de Ángel J. Torres.
La cocina del convento, de estilo narrativo.
Ángel J. Torres.

‘Ángel J. Torres, maestro fotógrafo’ es un recorrido por la obra del artista, especialmente la que realizó en los últimos diez años de su vida, cuando más creció su trabajo en calidad, variedad y cantidad. A través de 210 fotografías distribuidas en 144 páginas y once capítulos, el espectador conocerá sus retratos, sus paisajes nevados, las calles y los rincones de Teruel, los principales monumentos de la ciudad y la fiesta de la Vaquilla, por la que sentía verdadera pasión.

El volumen, gestado y alumbrado íntegramente en Teruel, ha sido en las últimas semanas el libro aragonés de no ficción más vendido en la comunidad autónoma, según el ranquin elaborado por los libreros aragoneses. El honor parece bien merecido. Las fotografías de Ángel J. Torres ejercen atracción. En ellas se respira calma y quietud, como en las del Tozal nevado, la plaza de la Catedral con lluvia o la calle de Hartzembusch, donde los viandantes caminan sin prisa.

Torres buscaba encuadres diferentes, hasta el punto de que cuesta reconocer algunos de los lugares más típicos de Teruel. Su pasión por el blanco y negro, fruto de su formación inicial en la fotografía analógica, está muy presente en el libro y devuelve al espectador a los revelados en el cuarto oscuro con las bandejas llenas de productos químicos y la cuerda de la que cuelgan las fotos en proceso de secado. Genuina resulta su ‘Niebla en la vereda del río’, de 2008, de la que emerge, como de la nada, un pastor seguido por su rebaño de ovejas. El autor disparó también a las clamorosas ruinas de la central térmica de Aliaga, la cual se desmorona en soledad tras haber dado alimento y confort a la población durante décadas.

El fotógrafo turolense agrandó la monumentalidad de Teruel poniendo como telón de fondo sus imponentes y coloridos cielos, pero también se detuvo en el detalle y la exquisita delicadeza con la que los arquitectos modernistas vistieron las fachadas de los edificios del principios del siglo XX, como ocurre con la foto de la Casa de la Madrileña.

No obstante, como destacan Sara Torres y su pareja Patxi Díaz –maquetador del libro–, lo que interesa al fotógrafo de Teruel es el factor humano; de ahí que en el 99% de sus instantáneas, por inmenso que sea el paisaje, figure una persona que al primer golpe de vista parece un elemento secundario, pero que al final es la que pone orden en la composición captando la atención del espectador. A este capítulo pertenecen también sus retratos, en blanco y negro, con viraje al azul o al sepia, muchos de ellos de personajes anónimos y otros no tanto en una ciudad de apenas 36.000 habitantes.

Otras imágenes tienen un marcado sello costumbrista, como algunas de las dedicadas a Albarracín o a las procesiones de Semana Santa de Teruel, y en otras Ángel J. Torres se convierte en un fotoperiodista para captar la esencia de la fiesta de la Vaquilla.

Reportaje. Ejercicio de composición y detalle. Fotografía de Ángel J. Torres
Reportaje. Ejercicio de composición y detalle
Ángel J. Torres

Aunque le gustaba romper las normas, las composiciones de Torres son en ocasiones "un tutorial" sobre las reglas que rigen la fotografía. En muchas de ellas se aprecia la convergencia de líneas paralelas en un punto de fuga, con lo que da fuerza a la imagen. En otras, experimenta con el viñeteo, un efecto que ennegrece los bordes resaltando el elemento protagonista.

El legado de Torres supone, quizá, el archivo fotográfico sobre Teruel más amplio de las últimas décadas, pero es también el testimonio vital de un artista enamorado de la fotografía. Su pasión por la imagen lo llevó a superar sus reticencias iniciales hacia las cámaras digitales hasta convertirse en un pionero de las nuevas tecnologías y avanzar con los tiempos. "Una vez estuvo convencido de que ofrecían calidad, se compró su primera reflex digital y nos adelantó a todos por la derecha, también en el manejo de las redes sociales", recuerda Sara Torres.

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